Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí i Domènech
Nacido el 11 de mayo de 1904, en Figueras (Girona), era hijo de un notario de la localidad. Desde los primeros estudios, dio muestras de una interesante precocidad artística, destacando su habilidad para el dibujo, pasión impulsada por sus maestros que veían en él a una futura figura de la pintura. Tras cursar los estudios básicos, con notas mediocres, se trasladó a Madrid, el año 1921, con la intención de inscribirse en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en cuya prueba de ingreso reveló ya su habilidad, además de dar muestras de un carácter extravagante que más tarde le daría problemas con la institución. Su peculiar forma de ser y de actuar se puso de manifiesto en el año 1923, al ser espulsado del centro durante un curso, a causa de una falta grave de disciplina y, de nuevo, en el mismo año, al ser expulsado definitivamente de la Escuela, tras declarar incompetente al tribunal que había de examinarlo.
Durante sus años de estancia en Madrid, vivió en la Residencia de Estudiantes, donde entró en contacto con jóvenes que apuntaban a lo mejor en las artes, como Luis Buñuel, Dámaso Alonso, Rafael Barradas o Federico García Lorca. Gracias a su amistad con este último surgió la ejecución de varias escenografías hechas por Dalí para las composiciones teatrales del genial poeta granadino. Dalí accedió en Madrid a un ambiente totalmente desconocido, a un Madrid bohemio que le cautivó y que le abrió a las nuevas corrientes artísticas que estaban llegando. La pintura del joven artista se vio influida por estas heterogéneas vivencias. Si hasta el momento Dalí había enmarcado sus pinturas dentro de la más pura tradición académica, con su estancia en Madrid evolucionó hacia todo tipo de vanguardias, desde el cubismo hasta la pintura metafísica de Chirico. Precisamente, a la influencia de este último se debió una de las pinturas más conocidas del Dalí presurrealista, Muchacha de espaldas mirando por la ventana, de 1925. En esta obra Dalí mostró su gran maestría pintando un conjunto de exquisita sobriedad, sin por ello restar un ápice del misterio que envuelve a la figura femenina, oculto su rostro al espectador. Mostró su personalidad en la interpretación realista del tema y en la solidez y precisión de los contornos y formas de la figura femenina.
Con obras como ésta, participó en varias exposiciones, como las organizadas por la prestigiosa Galería Dalmau, en Barcelona, y por el Salón de Artistas Ibéricos, de Madrid. En 1926, hizo su primer viaje a París. En la capital francesa entró en contacto con los ambientes artísticos, en los que conoció a figuras como Picasso, Paul Eluard y Tristán Tzara. Su llegada a París coincidió con el momento de máxima plenitud del movimiento surrealista. El término surrealismo fue utilizado, por primera vez en el año 1917. Posteriormente lo usaron escritores de la talla de André Bretón, autor del Manifiesto del Surrealismo, publicado en 1924, y por Paul Eluard. Dicho movimiento enseguida consiguió un éxito rotundo, agrupando en su entorno a un grupo de literatos y de artistas interesados en la superación del realismo externo, para llegar a niveles más profundos de la realidad. El surrealismo fue la culminación de la exploración de los misterios interiores del ser humano; como un desnudarse ante la realidad.
Los antecedentes del surrealismo eran lejanos, sobre todo en pintores de principios del siglo XIX, el español Francisco José de Goya y Lucientes y el francés Odilon Redon. Siglos atrás también se puede entrever un cierto toque de surrealismo en las pinturas de El Bosco. Pero el surrealismo de principios del siglo XX se diferenció de aquellas manifestaciones iniciales, cuando fue una fórmula buscada por los artistas, en el ambiente de autores como Bergson, Freud o Jung. En el terreno puramente artístico, sus antecedentes los encontramos en Rousseau, Chagall y Chirico, y especialmente en los artistas de la escuela dadaísta, surgida en la ciudad suiza de Zurich, durante la Primera Guerra Mundial. Lo esencial de Dadá fue que propuso la destrucción de todo convencionalismo realista y racional en el arte, abriendo enormes expectativas a los jóvenes artistas que venían. Desde 1924, esa búsqueda se hizo consciente dentro del movimiento surrealista. El año 1925 se presentó al público el grupo de pintores surrealistas: Paul Klee, Chirico, Arp, Ernst Joan Miró, Man Ray, Duchamp, Picabia, y Magritte.
Dalí no tardó en unirse al grupo de los surrealistas de una manera entusiasta. En el año 1929 fue aceptado, avalado por la película que había realizado junto con Luis Buñuel el año anterior, Un perro andaluz, y también por una serie de cuadros que representaban un auténtico medio liberador de las ansiedades y traumas del artista; que eran muchos. Se convirtió, rápidamente, en el máximo representante de una de las corrientes del surrealismo, la figurativa, que se basaba en la representación de las apariencias normales, utilizando las convenciones de la perspectiva renacentista, pero sometiendo los objetos a asociaciones y relaciones del todo absurdas y delirantes, y obteniendo como resultado obras radicalmente oníricas, dotadas de un gran poder de emoción y de asombro. Sin duda, la etapa que pasó dentro del movimiento surrealista fue la más creativa y original del pintor, poniendo en sus obras lo que él mismo llamó su método paranoico-crítico, definido por él como un vehículo o medio espontáneo de conocimiento irracional, basado en la asociación interpretativo-crítica de los fenómenos delirantes, y que expresará su genial pintura La Persistencia de la Memoria, donde aparecen los elementos espaciales representados como duros, y los temporales, en este caso los relojes, como figuras blandas o derretidas. Sus pinceles plasman un mundo deformado y aberrante, con elementos repetidos en interminables extensiones de terreno, iluminados por una luz ardiente y deslumbradora, logrando escenas imbuidas de inquietud y misterio.
Todas estas características quedan reflejadas en obras como El juego lúgrube (obra dedicada al tema de la castración), El gran masturbador, El hombre invisible, Alucinación parcial, Seis apariciones de Lenin sobre un piano (en el que encontramos la claridad compositiva de Dalí junto a una delirante fantasía del subconsciente, centrada en un reiterado rostro de Lenin). En 1934 fue expulsado del movimiento surrealista por André Bretón, cansado de las excentricidades del pintor catalán y de su técnica un tanto retrógrada. Sin embargo, Dalí mantuvo la práctica del surrealismo explícito durante varios años más. A la hora de analizar la obra y trayectoria de Dalí, nunca hay que olvidar que el factor determinante de sus pinturas es su propio carácter egocéntrico y propenso a la exageración obsesiva.
La llegada de Dalí a las filas surrealistas había revitalizado el movimiento, gracias a la novedad que representaron, para el público, sus constantes invenciones, expresadas con un lenguaje realista que le permitió describir el mundo psíquico de nuestro siglo en términos totalmente cotidianos. Sin embargo, y aunque el surrealismo se apoyó siempre en la total libertad de expresión de sus artistas, la peculiar personalidad de Dalí, extravagante y deseosa de protagonismo, le impulsó pronto a apartarse del grupo para mantener una actividad independiente y ser así el único personaje de su fabuloso mundo artístico, el único centro de atención y de gravitación.
Las obras de los años previos a la Segunda Guerra Mundial se caracterizaron por ahondar aún más en el método paranoico-crítico, creando un mundo particular, fantasmagórico y delirante, en el que no sólo pretendió alcanzar la verosimilitud sino también la disimilitud, haciendo coincidir objetos aparentemente irreconciliables. Tal vez, su obra más conocida de este momento fue Construcción blanda con habichuelas cocidas: premonición de la guerra civil, cuadro éste verdaderamente profético en el que los extraños miembros de la figura representada simbolizan el horror de la violencia causada por la guerra. La trivialidad de la primera parte del título contrasta con el gran impacto emocional que produce su contemplación, aunque el artista se mantuviera al margen de cualquier actitud política definida.
En el año 1948, Dalí regresó a España tras una larga temporada en los Estados Unidos de América. Dalí, que siempre había hecho gala y ostentación de su carácter sacrílego y blasfemo, sorprendió a propios y extraños con la afirmación sorprendente de hacerse católico, apostólico y romano, además de ferviente admirador de Francisco Franco y seguidor de los más tradicionales caminos de la pintura. En esta época, se volcó en renovar su admiración hacia los grandes genios de la pintura universal, como Miguel Ángel, Leonardo, Rafael, Vermeer y Velázquez. Comenzaba, de esa manera, una nueva etapa que algunos críticos han calificado como mística y pseudoclásica. Esta sorprendente fase religiosa, plena de misticismo y de recogimiento, se caracterizó por centrarse en los grandes temas de la cristiandad, reflejados en obras como La madonna de Port Lligat, El crucificado de San Juan de la Cruz, Santiago Apóstol, o La última cena. En todas estas obras podemos observar cómo las visiones alucinantes dejan paso a una concepción pseudoacademicista definida por un realismo preciso y una técnica minuciosa que le permitieron mostrar su indiscutible valía de dibujante. Sin embargo, nunca abandonó del todo el lenguaje simbólico, como huella indeleble de su pasado surrealista. Dalí, en esta época, despreció los elementos anecdóticos para presentarnos unas escenas desnudas de detalles, donde ante todo imperaba un profundo sentimiento místico realzado por una luz clara y luminosa. Estos detalles compositivos confirieron a sus nuevos cuadros un aspecto irreal y divino.
A partir de los años 60, Dalí inició un período final en el que, agotado su genio inventivo, cayó en la repetición de sus anteriores fórmulas estéticas, y en la que su descarado interés por la comercialización restó validez a la mayor parte de su producción artística. El interés de la crítica por su obra fue disminuyendo paulatinamente a causa de un laborioso vacío academicista que le alejó de la modernidad. De todos modos, su actividad fue incesante en pintura, en ilustración de libros y en diseño de joyas. Dalí siempre mantuvo su popularidad, impulsada además por las diferentes exposiciones retrospectivas que le dedicaron con la inauguración del Museo Dalí en Figueras, y por su ingreso en la Academia de Bellas Artes francesa, además de por la continua autopublicidad que el propio artista hacía en todo tipo de medios, mediante actuaciones cada vez más inverosímiles que seguían alimentando al mito que ya era.
Los últimos años de su vida los dedicó a lo que el propio artista llamó pintura hipertereoscópica y en cuatro dimensiones. Una larga enfermedad acabó con su vida, el 23 de enero del año 1989, en su casa de Figueras.
La primera manifestación pictórica de Salvador Dalí data del año 1915, cuando con apenas once años pintó Interior holandés, tema tomado de una postal, donde reveló un talento fuera de lo común. El cuadro fue realizado con verdadero instinto, con una pincelada difusa pero capaz de construir las formas, su atmósfera cálida, la esencia de la escena. En el año 1922 pintó la obra Naturaleza muerta, donde ya representa un mundo y una realidad influida por los grandes maestros de la pintura vanguardista del momento, como Cézanne, en el que se inspiró para dar forma a esta obra. Dalí intentó captar la sensibilidad de los impresionistas, la técnica del puntillismo, muy en boga en aquel tiempo, incluso realizó algunos esbozos de lo que luego sería el futurismo y el fauvismo. En esta época, de transición, Dalí bebió de todas las fuentes posibles, modernas o pasadas, que habían recorrido Europa.
En el año 1923 pintó su Escena de cabaret, ejemplo más de esta etapa de tanteos cargados de destreza absoluta. La obra estaba ya plenamente imbuida por la atmósfera del Dadaísmo expresionista centroeuropeo. Dalí demostró con esta pintura su decidido empeño en incorporarse a la vanguardia radical que sacudía a Europa. Ese mismo año también pintó Autorretrato cubista, en el que intentó condensar las enseñanzas proporcionadas por su contacto con el genial pintor malagueño, Pablo Picasso. En esta obra, conjugó a la perfección el volumen, la forma y el movimiento. Como se observará, Dalí parecía una auténtica esponja a la hora de alimentarse de cualquier movimiento artístico que le interesase.
Entre los años 1924-27, Dalí experimentó con la llamada pintura verista, en obras como Retrato de su padre y Retrato de Luis Buñuel, donde ejecutó unos contornos duros, colores fríos y distanciadores, objetivos, pero llenos de una extraña seducción; todo ello como herencia del Realismo Mágico alemán o de los melancólicos paisajes metafísicos que los pintores italianos venían ofreciendo después del tumulto futurista.
En el mismo año 1927, Dalí volvió a dar una vuelta de tuerca a su estilo, al pintar su cubista Naturaleza muerta al claro de la Luna. En esta obra Dalí captó la fase terminal del Cubismo, cuando éste ya derivaba hacia una valoración del color y de las grandes superficies decorativas en detrimento de la línea pura. Pero, a finales de ese mismo año, Dalí se topó de bruces con el Surrealismo. Con obras como La miel es más dulce que la sangre, Cenicitas, Carne de pollo inaugura y Aparato y mano, Dalí demostró su decidida voluntad de explorar todos los caminos posibles de la sensibilidad a través del Surrealismo. Son cuadros llenos de formas blandas, sanguinolentas, que flotan en una atmósfera de diafanidad aterradora. También abundaron las formas óseas o viscerales, putrefactas. Todas estas obras constituyen el nacimiento de una mitología plástica producto de sus propias obsesiones y sueños infantiles, aleados con la información visual que sobre pintores como Ives Tanguy o Giorgio de Chirico le aportaban las revistas. En el año 1928 pintó El asno podrido, donde también reflejó uno de sus temas recurrentes, realizado con una sensibilidad más próxima a la abstracción y a la valoración de lo «matérico», que deja ver la influencia de algunas de las obras del surrealista Max Ernst.
En el año 1929 pintó El gran masturbador, obra que representa su madurez artística. La capacidad de instrumentar las sensaciones, el tormento de la moral convencional o la asociación de imágenes que el psicoanálisis freudiano estaba consagrando es prodigiosa. Dicha transformación la llevó Dalí no sólo hacia la pintura, sino también en sus escritos literarios, en sus diferentes participaciones cinematográficas y en su labor como agitador en conferencias, actos y exposiciones. Sus exposiciones individuales o su participación en las muestras programáticas del Surrealismo se multiplicaron durante los años treinta. Dalí fue un maestro insuperable para hacer aflorar las diferentes mitologías visuales que aún permanecían en la conciencia cultural de occidente, asociando así su pintura con lo más íntimo de nosotros mismos. Obras como Guillermo Tell, El hombre invisible, Hombre de una complexión malsana escuchando el ruido del mar, reflejaron a la perfección gran parte de estos mitos universales.
En el año 1929, Dalí tuvo un encuentro con Paul Eluard y con su mujer Gala que marcaría decisivamente la trayectoria artística y vital posterior del pintor catalán. Eluard y Gala fueron dos llaves que le abrirían la puerta hacia el futuro. El primero la de su acceso al grupo surrealista; la segunda, la de toda su posterior vida. Ese mismo año los inmortalizó en sendos retratos. A Eluard lo sumergió en un estanque de símbolos, entre los que su careta-autorretrato, el león de la libido, el deseo cosquilleante de las hormigas o de la langosta que visualiza el contacto previo al orgasmo le rodean de una atmósfera cargada de premoniciones. Símbolos muy similares a los que aparecen en el retrato de Gala, titulado Monumento imperial a la mujer-niña, donde muestra a una Gala destinada a redimir al pintor de sus obsesiones infantiles, encarnadas por todas esas formas recurrentes que, con el tiempo, fraguaron un lenguaje universal. La concreción total de todas esas obsesiones, sobre todo las de tipo sexual, las mostró Dalí en dos de sus obras maestras, El juego lúgubre y Torre de placer, donde se muestra una sexualidad daliniana siempre dolorosa, frustrada, insatisfecha y difícilmente calmable. Eyaculación, masturbación, deseo insatisfecho y aterrorizado que no es capaz de apartarse de la repugnancia-atracción por todo lo putrefacto, por la sangre e incluso por excrementos y por una voracidad de tipo cuasi caníbal. Son cuadros realizados con una maestría insuperable, con una técnica sobre la luz increíble, que aprendió de los pintores flamencos que estudió durante su estancia estudiantil en Madrid, visitando el Museo del Prado. Son imágenes fantasmagóricas, sí, pero ejecutadas con un verismo impresionante e impecable. En el año 1931 pintó quizá su cuadro más famoso, La persistencia en la memoria, con un Dalí metamorfoseado en el gran masturbador que duerme plácidamente al pie de varios relojes blandos.
Aunque sin un compromiso transparente con el drama que se estaba desarrollando en España, debido a la Guerra Civil, Dalí no pudo dejar de sentir en su pintura la tensión del momento que se avecinaba y el horror de una contienda entre hermanos. Su Construcción blanda con habichuelas cocidas: premonición de guerra civil, del año 1937, se venía ya anunciando en composiciones o bocetos anteriores del pintor, que datan del año 1934, y que dan forma visual a toda la tensión acumulada en la sociedad española de la época, al igual que ocurre con su otra obra Canibalismo de otoño, del año 1936-37.
En el año 1937 pintó El enigma de Hitler, obra en la que el pintor mostró el rumbo ético a partir del cual Dalí interpretaría al mundo circundante. Dalí tomó el auge del nacionalsocialismo alemán tan sólo por el camino estético, morboso, sin mostrar ninguna significancia política. En El enigma sin fin, del año 1938, Dalí hizo, si cabe, su composición anamorfósica más compleja y delirante. La tela muestra a Freud, Gala, un perro, un caballo, una figura acostada, una mandolina y otras múltiples formas, entrelazándose sin solución de continuidad sobre el escenario del paisaje. Es un auténtico delirio paranoico-asociativo llevado a sus últimas consecuencias. La importancia de la obra se demostró en las numerosísimas versiones de la obra. Con Atómica melancolía, pintada en el año 1945, Dalí mostró una de las pocas miradas conmovidas del espectáculo aterrador del conflicto. La pintura alude directamente a los bombardeos nucleares y a sus consecuencias en la población civil indefensa. La alusión al béisbol lo es hacia Norteamérica; las esferas que revientan como bubones pestilentes hacen referencia a los mismos hombres. Finalmente, el rostro melancólico de la figura central compone sus rasgos con la silueta de un bombardeo, envuelto en un clima de destrucción total, con el reloj-tiempo convertido en sexo dolorido. El cuadro parece ser una especie de altar dedicado a la desaparición del género humano. Es quizá esta época la del Dalí más pesimista y retraído.
La granada fue siempre una fruta cuya imagen constituyó para Dalí una constante inquietud, como así lo demuestra su obra, del año 1944, Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada, donde es el propio interior el que se abre totalmente, es el sexo que libera las pasiones escondidas y que muestra la voracidad, la ferocidad y el frío puntual de una penetración hiriente sobre la conciencia oculta.
En la trayectoria daliniana La cesta de pan, pintada en el año 1945, señaló un reencuentro con el origen y con la tradición intemporal. Es a partir de esta época cuando su pintura recupera el rigor descriptivo y la verosimilitud, alejándose momentáneamente de las deformaciones surrealistas. Leda atómica, pintado en el año 1949, es un retrato idolátrico de Gala, obra capital de este momento de transformación, tras el que su pintura rastreará los mitos del mundo clásico, del pensamiento geométrico y simbólico de los renacentistas, del rigor de las leyes ópticas, simbolizadas de alguna manera por esas lentes planoconvexas. Su amada Gala, definitivamente, se había convertido en el único referente moral y religioso del pintor. Dalí se vuelca con verdadero fervor en lo místico y lo clásico, como en la obra La Virgen de Port Lligat, del año 1949, que no es sino un retrato preciso de su venerada Gala, idolatría de lo real, por un lado, mórbida sexualización de lo religioso por otro, en una arriesgada fusión de conceptos contrarios. Su Cabeza rafaelesca que explota, del año 1951, es uno de los mejores ejemplos de este uso de elementos simbólicos de la deslumbrante cultura del Renacimiento italiano. La cabeza es transparente y vemos centrifugarse un interior que alude a la cúpula de media naranja con casetones, elemento crucial del pensamiento arquitectónico de los grandes clasicistas.
Dalí, imbuido en un ambiente clasicista y místico, nunca olvidó por completo sus veleidades surrealistas, como en el caso de su explosivo cuadro Joven virgen autosodomizada por los cuernos de su propia castidad, del año 1954, donde retomó el tema de la muchacha asomada a la ventana, pero con una carga de erotismo espectacular. El tema del cuerno de rinoceronte, con tradición popular de sustancia afrodisíaca, le sirve para una carambola visual entre muslo-cuerno-pene-masturbación anal-flotación en el espacio. Es una especie de contragolpe irónico en tiempos de ese catolicismo imperial y monárquico con que provocaba al público en la definición de sí mismo.
En el año 1954 pintó su Crucifixión, Cuerpo hipercúbico, obra en la que demostró una impecable realización de virtuosismo académico. Es un Cristo espacial y profundo, flotando sobre una cruz obsesivamente geometrizada. Gala aparece al pie del calvario, superponiendo sobre sí misma los papeles de Virgen y de San Juan Evangelista en una especie de sinterización bisexual.
La idea de la muerte siempre estuvo presente en el ideario estético e intelectual de Dalí. En el año 1954 pintó El cráneo de Zurbarán, homenaje al gran pintor extremeño, entroncando más aún con las constantes del misticismo tradicional español, cuyos tópicos explotaba Dalí descaradamente durante estos años. En Retrato de mi hermano muerto, del año 1963, Dalí pintó a su hermano, muerto antes de que él naciera, transformándolo también en un mito sobre el que refleja la región de la muerte, doblemente angustiosa, porque significa la desaparición de aquello que ni siquiera se ha conocido.
Su obra Mi esposa desnuda mirando como su propio cuerpo se convierte en peldaños, tres vértebras de una columna, cielo y arquitectura, pintada en Nueva York en 1945, se subastó en diciembre de 2000 en la casa Sotheby’s de Londres por 779 millones de pesetas. Un comprador anónimo pagó la suma más alta hasta el momento por una obra del artista.
Para la realización de este artículo, se han consultado diversas fuentes: WikipediA, Biografías MCN, Web del Museo del Prado, Historia General Geografic. De donde se han obtenido, también, las imágenes.
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Ramón Martín
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