Luis Lacy y Gautier

 


Luis Lacy Gautier, duque de Ultonia, nació en San Roque (Cádiz), el 11 de enero de 1772, en el seno de una familia distinguida. Su padre, sargento mayor del Regimiento de Ultonia, Patricio de Lacy y Gould; y su madre María Gautier Espín, de nacionalidad francesa. Luis, muy joven, sentó plaza como cadete en el Regimiento de Bruselas el 4 de noviembre de 1785, ascendiendo a subteniente de Infantería el 29 de octubre de 1786. Tomó parte en una expedición a Puerto Rico, y sirvió como capitán en Guipúzcoa y Navarra en la Guerra de la Independencia. En diciembre de 1798 fue destinado a Canarias, donde siendo ayudante del Regimiento de Ultonia, tuvo una disputa con el gobernador de Canarias, de forma que, en 1802, aludiendo a una posible cuestión amorosa, se le formó proceso, y el 1 de julio de 1802 se le dio el retiro, condenándole a un año de prisión. La sentencia especificaba que sí, transcurrido ese año, daba muestras de estar curado de la demencia que le aquejaba, podría volver al Ejército. En septiembre de 1803 pasó, como capitán, al servicio de Francia.

Se casó en 1806 con Emilia Dugueurmeur, de nacionalidad francesa. De nuevo en Madrid, como comandante de una legión irlandesa del ejército invasor, ocurrió el alzamiento del 2 de mayo de 1808. Al negarse a pelear contra su patria, volvió nuevamente al Ejército español. La Junta de Sevilla le admitió como capitán, ascendiéndole el 24 de septiembre de 1808, a teniente coronel, al mando del Batallón Ligero de Ledesma, donde se distinguió en varios hechos de armas. Ya coronel, el 24 de enero de 1809, destacó en la Batalla de Ocaña; cuando su auxilio a la caballería del general Freire permitió expulsar de Ocaña a los franceses, que se replegaron hacia Aranjuez. El día 19 de noviembre fue el héroe de la jornada; ascendiendo a brigadier el 3 de julio de 1809 y a mariscal de campo el 16 de marzo de 1810.



En 1811 fue nombrado capitán general de Cataluña; tras romper el frente enemigo en Lérida, penetrando en la Cerdaña francesa, por el valle de Querol, llegando hasta Ax. El 5 de octubre de ese mismo año atacó a los franceses en Igualada. Posteriormente, estuvo a punto de tener un duelo con el general inglés Thomas Graham, que estaba al servicio de España. En junio de 1811, siendo General en jefe del ejército de Cataluña, contribuyó a la liberación de la región.

Su integridad como liberal estaba perfectamente marcada en su concepción política. Fue autor de la proclama Franceses, reimpresa en Cádiz en 1812, en la que invitaba a alzarse contra ellos. Llegó a ser subinspector de Infantería, jefe del Estado Mayor y comandante general de la Isla de León, y general en jefe del ejército de Cataluña desde junio de 1811.

Mientras, y a partir de 1812, los ejércitos españoles e ingleses, al mando de Wellington, habían ido obteniendo victorias, por lo que, en octubre de 1813 entraron en Francia, firmándose a finales de año el Tratado de Valençay, por el que Fernando VII recobraba la libertad. En septiembre de 1813 comenzaron las sesiones de las Cortes Ordinarias de Cádiz, sucediendo a las Extraordinarias que elaboraron la Constitución.

Siendo capitán general de Galicia, reorganizó un ejército de 150.000 hombres, para operar a las órdenes directas de lord Wellington, poniendo al mando a Eroles hasta la llegada de Copons. La Regencia ordenó el 23 de septiembre de 1812 que se investigara su conducta en relación con la decadencia del espíritu público en Cataluña, y con la voladura del castillo de Lérida. El 30 de noviembre de 1812 el jefe del ejército español en Cataluña, general Luis Lacy, constituyó en Vic el primer consistorio de la Diputación de Barcelona, pero cuya gestión quedaría cancelada cuando en 1814 Fernando VII instauró el régimen absolutista. Al regresar Fernando VII, Lacy se encontraba en Santiago, recibió la Gran Cruz de San Fernando en 1813. El 7 de abril de 1814, como general en jefe de La Coruña y del ejército de reserva, pronunció ante la tropa la proclama: “Soldados: ...Que viva, y que viva Fernando VII”. La adhesión del Ejército y la actitud del pueblo, así como el contenido del llamado Manifiesto de los Persas, de abril de 1814, donde un grupo de diputados denunciaba las irregularidades hechas durante la cautividad de Fernando VII, determinó que el rey se inclinara hacia el segundo grupo. Así, al regresar a España, una de las primeras medidas, fue el Real Decreto del 4 de mayo de 1814 que anulaba la Constitución de Cádiz. Pero la política de esos años tendió a incidir en las heridas abiertas y ninguna medida liberal del citado Real Decreto se llevó a cabo.

Luis Lacy pasó de cuartel a Valencia; estableciendo su domicilio en Vinaroz. Después del proceso que tuvo lugar por la prisión de los diputados doceañistas que se distinguieron en desposeer al rey de su soberanía, y que concluyó a finales de 1815, no hay más síntomas de persecución a los liberales que las sentencias contra quienes se sublevaron contra el Gobierno. Estas sublevaciones fueron: la de Espoz y Mina en 1814, que dirigió su división contra Pamplona; la de Porlier en La Coruña, en 1815; la llamada conspiración del Triángulo en Madrid, en 1816, cuyo objetivo era conspirar contra la vida del rey; la de Lacy y Milans del Bosch en Cataluña, en 1817, y, por último, la conspiración de Vidal y Beltrán de Lis, en Valencia, en 1819, en la que se pretendía, al parecer, sustituir a Fernando VII por su padre Carlos IV.

En agosto de 1816 Lacy fue trasladado a Andalucía y en noviembre del mismo año a Cataluña. En 1816, ya en Madrid, se le puso en contacto con los enemigos del absolutismo, contacto que continuó en Barcelona, donde junto a Francisco Milans del Bosch, preparó una conspiración para restablecer la libertad, en la noche del 5 al 6 de abril de 1817. Pero fue un fracaso, ya que no acudieron los demás cuerpos del Ejército, simplemente algunos oficiales de manera aislada. Todas estos pronunciamientos se caracterizaban por estar dirigidas por militares de alta graduación, nacían en las ciudades y carecían de apoyo popular. Habiendo fracasado Lacy y Milans del Bosch, por denuncia del coronel Juan María Muñoz, Milans consiguió ganar la frontera, pero Lacy no. Fue hecho prisionero por el coronel Lasala, jefe del Regimiento de Tarragona cuando se hallaba en una granja inmediata a la frontera, delatado por el dueño. Conducido a Barcelona, fue condenado a muerte por un Consejo de Guerra, en el que Juan Prats actuó de fiscal y el marqués de Casa-Cagigal de defensor. Temiéndose una sublevación, no se ejecutó allí la sentencia, sino que se le trasladó al castillo de Bellver en Mallorca, donde le vendó los ojos el coronel Joaquín Arconada, recibiendo la muerte el 4 de julio de 1817. Consta que, una vez recibidos los santos sacramentos, perdonó a sus enemigos y a los miembros del Consejo de Guerra que le sentenciaron, encomendándose a un crucifico hasta los últimos instantes de su vida. Los liberales jamás perdonaron a Castaños.



A título póstumo, por Real Orden del 25 marzo 1820 se le devolvieron todos sus honores, y el 6 de junio se celebraron en Barcelona exequias en su memoria. El general se hallaba en posesión de dos Cruces de distinción por operaciones de campaña, y de la citada Gran Cruz de la Real Orden Militar Nacional de San Fernando por las acciones de Igualada y sus inmediaciones de 1811, siendo general en jefe del Primer Ejército. Las Cortes hicieron grandes honores a su memoria, mandaron inscribir su nombre en el salón de sesiones del Congreso y le declararon Benemérito de la Patria en grado heroico. Un acto posterior consistió en la entrega del sable que ciñó el general Lacy, que, quedando en poder de su viuda, dispuso en su testamento se entregase “al guerrero virtuoso y decidido por los derechos de la reyna doña Isabel II y por causa de la libertad”. El heredero fideicomisario, Tomás Bruguera, puso el arma a disposición del Ministerio de la Guerra. Por Real Orden de 28 de febrero de 1836 se dispuso que el sable quedara depositado en el Colegio General Militar, domiciliado entonces en el Alcázar de Segovia.
Ramón Martín

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