Bartolomé Esteban Murillo
Bartolomé Esteban Murillo nació en Sevilla
el 31 de diciembre de 1617, en una época de gran convulsión social y política
en España. A esos principios del siglo XVII, el país vivía bajo la sombra de la
decadencia imperial, con el fin del Siglo de Oro y una creciente crisis
económica y social. En este contexto, Sevilla se mantenía como un centro
artístico y comercial de gran importancia. La ciudad, en su época de esplendor,
era un hervidero de influencias artísticas que iban desde el Renacimiento hasta
el Barroco.
La formación
artística de Murillo comenzó a los 16 años, cuando se unió al taller de Juan
del Castillo, un pintor que destacaba por su trabajo en la pintura religiosa.
Durante esta etapa, fue influenciado por la técnica tenebrista que dominaba en
Sevilla, destacando figuras como Francisco
de Zurbarán
y Jusepe de Ribera. Sin embargo, su estilo evolucionó rápidamente, alejándose
de las sombras dramáticas del tenebrismo para adentrarse en una paleta más
luminosa y colorida. Murillo fue un maestro en la creación de imágenes
religiosas que transmitían una sensación de serenidad y humanidad, con un
enfoque especial en la bondad y la dulzura. Sus vírgenes, en particular, se
caracterizan por una representación maternal, accesible y amorosa, lejos de las
imágenes solemnes y majestuosas típicas de la pintura religiosa de la época. Su
habilidad para humanizar a los santos y vírgenes lo convirtió en un referente
en la pintura religiosa barroca.
A lo largo de su
carrera, Murillo desarrolló una serie de composiciones innovadoras que marcaron
tendencias, como la representación de la Inmaculada Concepción, una temática
que abordó con gran sensibilidad, logrando una de las interpretaciones más
representativas de este tema en la historia del arte. Sus obras tenían una
profunda conexión con el espíritu religioso del momento, pero también
respondían a una visión de la espiritualidad accesible, suave y reconfortante.
En sus primeros
años, Murillo se inclinó por una pintura de realismo sombrío, influenciado por
la escuela tenebrista. Obras como La Virgen con fray Laurencio, san Francisco y santo Tomás de 1638 muestran su
dominio de las sombras y la luz, aunque sin llegar a la intensidad emocional de
los pintores como Ribera. En esta etapa también realizó La Virgen entregando el Rosario
a Santo Domingo también de 1638.
A partir de 1646,
Murillo adoptó un estilo más naturalista, influenciado por la obra de Francisco
de Zurbarán. Durante esta década, pintó piezas como Sagrada familia del pajarito en 1650, Niños jugando a los dados
y Dos niños
comiendo melón y uvas, realizado aproximadamente entre 1650-1660,
donde su capacidad para capturar la cotidianidad de la vida se hizo evidente.
A partir de 1660,
la fama de Murillo en Sevilla se consolidó con la realización de varias obras
monumentales, como la serie de retablos para el Convento de los Capuchinos y
el Hospital de la Caridad. Su regreso a Sevilla después de un viaje a
Madrid le permitió estudiar a los grandes maestros europeos como Rubens y Van Dyck. En
este período, las pinturas de Murillo comenzaron a mostrar una luminosidad
dorada que caracterizó su obra madura.
En sus últimos años, la técnica de Murillo se hizo más vaporosa y etérea, una característica que quedó plasmada en obras como Los niños de la Concha de 1670 y San Juanito de 1660. Su pintura de la infancia de Jesús y de temas profanos como Gallegas en la ventana de 1670 se destacó por su calidez y humanidad, alejándose del dramatismo de sus primeras obras.
Hoy en día, la obra
de Murillo sigue siendo estudiada y apreciada en museos y colecciones de todo
el mundo. Aunque su popularidad ha fluctuado con el tiempo, su habilidad para
capturar la dulzura, la ternura y la luz sigue siendo una de las características
más destacadas de su estilo. A lo largo del siglo XVIII, su estilo fue
continuado por numerosos discípulos e imitadores, asegurando su presencia en el
panorama artístico europeo. Sin embargo, con el paso del tiempo, el exceso de
sentimentalismo en su obra ha sido objeto de debate entre los críticos de arte,
quienes argumentan que Murillo idealizó excesivamente los temas religiosos.
Aunque Murillo es
considerado uno de los máximos exponentes del barroco, su influencia trasciende
su tiempo y sigue siendo una fuente de inspiración para generaciones de
artistas y amantes del arte. La luminosidad y el equilibrio compositivo que
logró a lo largo de su carrera siguen siendo puntos de referencia en la pintura
religiosa, sin dejar de lado su acercamiento a lo humano y lo cercano en sus
retratos de la infancia.
El arte de
Bartolomé Esteban Murillo es un testimonio del espíritu barroco, que combinó la
exuberancia visual con un profundo sentido de lo espiritual. Sus obras, llenas
de color y delicadeza, capturan una visión del mundo en la que lo divino y lo
humano coexisten armoniosamente. Murillo no solo pintó escenas religiosas;
también capturó la esencia de la vida cotidiana sevillana, creando un puente
entre lo sagrado y lo mundano. En sus últimos años, su pintura evolucionó hacia
un estilo más libre y vaporoso, cuyo legado perdura hasta nuestros días
Para la realización de este artículo, se han
consultado diversas fuentes: WikipediA, Biografías MCN, Web del Museo del Prado,
Historia General Geografic. De donde se han obtenido, también, las imágenes.
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Ramón Martín
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