Federico Chueca y Robles



    Nacido en Madrid, el 5 de mayo de 1846 en la Torre de los Lujanes, comenzó sus estudios musicales en el Conservatorio de Madrid, con nueve años, siendo su profesor de solfeo Juan Castellano, de piano José Miró y de armonía Antonio Aguado. Se trasladó a La Granja (Segovia) con Matías Aliaga, un amigo de la familia, que, desde un principio supo valorar sus grandes aptitudes. Durante los cuatro meses que permaneció en La Granja, estudió con Rafael Aceves. En 1863 comenzó a estudiar medicina en la Facultad de San Carlos por expreso deseo de su familia. Estudios que abandonaría para dedicarse por completo a la música. En estos años comenzó a dar conciertos al tiempo que organizaba una orquesta en la que conoció a Ducazcal, que sería el futuro empresario del Teatro Felipe.

    En el año 1865, durante un motín callejero, es detenido pasando unos días en la cárcel del Saladero; allí compuso Lamentos de un preso, una serie de valses, con los que acudió a ver a Barbieri, el cual se interesó en su música prestándole su apoyo. Estos años son de gran dificultar económica para Chueca, trabajando como pianista en diferentes cafés de la capital, hasta que fue contratado como director, y maestro de coros del Teatro de Variedades, por lo que, en 1866, pudo volver a matricularse en el Conservatorio, mientras seguía ganándose la vida como intérprete. Es en esa sala del Teatro de Variedades, donde comenzó su carrera de compositor de zarzuelas y revistas, que no tardaron en abrirle camino.

    Su obra se desarrolló a lo largo de treinta años, los mismos que constituyen la historia del género chico. A Chueca se le ha definido como el músico de Madrid, creador de una música popular, castiza, muy enraizada en el folklore urbano, protagonizada por los personajes más característicos de aquel Madrid del siglo XIX. Se dijo de él que era el músico más ingenioso y original de finales de ese siglo. Siempre tuvo una personalidad polifacética, que comenzó a ser un personaje de la vida madrileña en los años setenta. Llevó a escena la vida madrileña: su música define, sin lugar a dudas, el Madrid del último cuarto del siglo XIX; aunque en algunas obras intentó salirse de ese ambiente, aunque con escaso éxito: La caza del oso (con ambiente asturiano), o La alegría de la huerta (murciano). No estuvo lejos de los movimientos culturales, uniéndose a los fundadores de la Sociedad General de Autores, junto a Sinesio Delgado, Chapi o Bretón.

Debido a su dificultad para plasmar en partitura la música que surgía en su cabeza, tuvo que contar con colaboradores. Algunos fueron grandes de la música española, como Barbieri, Bretón, o Valverde, colaborador, este último, en La Gran Vía. En los sainetes colaboró con los mejores de su época: Ricardo de la Vega, al que conoció en el café Zaragoza, con el que hizo La canción de la Lola, estrenado en mayo de 1880, abriéndole las puertas del teatro a Chueca. En 1882 compuso Luces y sombras, con letra de Lastra, Ruesga y Prieto. En 1886 compuso con Valverde y libreto de Felipe Pérez y González La Gran Vía, una de sus obras más escuchadas, que marca su plenitud en la lírica. La obra fue estrenada en el Teatro Felipe. Fue tal su éxito que llegó a representarse en Madrid en cinco teatros en el año 1888. Tras el éxito de La Gran Vía, ese mismo año estrena Cádiz, con libreto de Javier de Burgos, que gira en torno al asedio de la ciudad en 1812, siendo el pueblo el protagonista; y que se estrenó en el Teatro Apolo. Estos éxitos hicieron recibiera la Cruz del Mérito Militar.

    Mezclando el sainete y la revista, compuso El año pasado por agua, con texto de Ricardo de la Vega, que permaneció en cartel dos años en el Teatro Apolo, desde su estreno en 1889. En el mismo ambiente madrileño se desarrolla el sainete Agua, Azucarillos y Aguardiente, de Ramos Carrión, estrenado en 1897. Es un sainete representativo del verano madrileño, con personajes que nos recuerdan a la otra gran zarzuela madrileña, La verbena de la Paloma.

    Con el cambio de siglo comienza el declive del género chico y también de la carrera de Chueca. Su primer estreno en 1900 es La alegría de la huerta, obra que busca reflejar el ambiente aldeano de la huerta murciana. Con esta obra consagró su dominio del género y poder salir del entorno madrileño. Otras obras de ese año, pero con escaso éxito, fueron: Los gitanos, El capote de paseo, o La corría de toros. En noviembre de 1901 se estrenó en el Teatro de La Zarzuela, El bateo, un sainete con letra de Antonio Domínguez y Antonio Paso, que fue el último triunfo resonante de Chueca. “Bateo” significa bautizo de un hijo ilegítimo. En ella encontramos pasodobles, polkas, habaneras, que constituían todos los ritmos de moda en el país por esos años. En 1906 estrena Chinita, en el Teatro Eslava, un sainete lírico, y en el Gran Teatro, El estudiante, una zarzuela cómica con texto de José López Silva compuesta con la colaboración de Fontanals.

    Murió Chueca el 20 de junio de 1908, y su última obra, Las mocitas del barrio, que no lo llegó a ver, fue completada su partitura por Francisco Fuster, uno de sus discípulos favoritos. Una de sus últimas composiciones fue una marcha, El dos de mayo, para celebrar el centenario de la Guerra de la Independencia, que se estrenó en la Plaza de la Armería del Palacio de Oriente de Madrid, mostrando, de nuevo, por todo lo que tuviera que ver con la ciudad de Madrid. Fue enterrado en el cementerio de los Santos Justo y Pastor de Madrid, y se convirtió en un duelo popular.

    Siendo como fue su obra maestra, pinchando el enlace podremos, los amantes de la zarzuela, deleitarnos con la Introducción y Polca de las Calles.

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