Pedro Rodriguez de Campomanes y Pérez de Sorriba
El conde de Campomanes nació en Santa Eulalia
de Sorriba (Asturias), el 1 de julio de 1723, en el seno de una familia hidalga
venida a menos. Al morir su padre, su madre lo confió a un tío suyo, canónigo
de Oviedo, quien se ocupó de su educación. En Santillana del Mar cursó estudios
de filosofía, griego y árabe, dando muestras de gran precocidad, traduciendo,
con tan solo diez años, algunos fragmentos de Ovidio; y llegando a ser
profesor, siendo aún adolescente. Poco tiempo después se trasladó a Oviedo y posteriormente
a Sevilla,
en donde estudió leyes. En 1742 se mudó a Madrid, donde comenzó a trabajar como
abogado. La publicación en 1747 de Disertaciones históricas del orden y
caballería de los Templarios, le valió ingresar al año siguiente, en la Real
Academia de la Historia.
En 1755 obtuvo el puesto de director general de
Correos y Postas, y en 1762 el rey Carlos
III,
desde cuyo ministerio introdujo la regulación del libre comercio, en 1765; la prohibición
de que los religiosos desempeñasen cargos judiciales o administrativos; la
suspensión de los conventos no autosuficientes; o las disposiciones encaminadas
a frenar el aumento de los bienes catalogados como «manos muertas», también en 1765.
Su actuación al frente del ministerio fue bien recibida por la clase política,
aunque se encontró siempre con la oposición de la clase eclesiástica, que temía,
con razón, las intenciones de Campomanes de entregar a agricultores no
propietarios las tierras de la Iglesia sin cultivar. Además, liberó el comercio
y la agricultura de los impuestos que impedían su crecimiento y decretó el
establecimiento de la libre circulación de los cereales.
En 1766, tras el motín de Esquilache, el conde
de Aranda le encargó un informe para depurar responsabilidades, las cuales
recayeron en los jesuitas, que fueron expulsados del país en abril de 1767. Aquel
mismo año, junto con Pablo de Olavide y el propio Aranda, participó en la
colonización de Sierra Morena.
Aunque desempeñaba el cargo de forma interina
desde 1783, en 1786 fue oficialmente nombrado presidente del Real Consejo de
Castilla, y en 1789 abrió las Cortes españolas, en las cuales intentó que
se restableciera la ley que permitía reinar a las mujeres, aunque sin éxito, ya
que, el monarca no publicó la correspondiente pragmática. Tras subir al trono Carlos IV, Campomanes perdió parte
de su influencia en los asuntos de Estado, debido al favoritismo del soberano
por el conde de Floridablanca, que lo destituyó de todos sus cargos en 1791, alegando
la imposibilidad de Campomanes de desempeñar sus obligaciones a causa de su pérdida
de visión. Desde entonces se dedicó a corregir varias de sus obras inéditas, y aunque
conservó su puesto dentro del Consejo de Estado, su fama de afrancesado le
impidió recuperarse políticamente.
Su virtual jubilación no supuso pasar a la inactividad,
todavía intervino en varias sesiones del Consejo de Estado —aunque dejó de
acudir a ellas a partir de 1794, al imponerse la autoridad de Manuel Godoy—, siendo informando
sobre cuestiones internacionales, hasta 1797. La vida de Campomanes se fue
deteriorando hasta apagarse en la madrugada del 3 de febrero de 1802, cuando
falleció, a los setenta y ocho años, prácticamente ciego. De esta forma,
desaparecía una de las figuras capitales de la Ilustración jurídica, política, económica
e histórica de España, y debemos decir de la europea.
Fue, junto a otros ministros “ilustrados” de
Carlos III (Floridablanca, Aranda, Roda), partidario de una modernización moderada
de la sociedad, y no de la revolución. Puso las bases para que, con limitaciones,
los políticos liberales de las Cortes de Cádiz pudieran
asaltar los privilegios históricos, y arruinar a lo largo del siglo XIX,
algunos de los disfrutados por la nobleza y el clero.
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