Gaspar Melchor de Jovellanos y Ramírez

 



Gaspar Melchor de Jovellanos y Ramírez, vino al mundo en la ciudad de Gijón (Asturias), el 5 de enero de 1744. Era hijo de Francisco Gregorio Jovellanos Carreño, alférez mayor de Gijón, y de Francisca Apolinara Jove Ramírez de Miranda, hija de Carlos Miguel Ramírez de Jove, primer marqués de San Esteban del Mar de Natahoyo. El padre, Francisco Gregorio Jovellanos, poseía una ferretería y un mayorazgo corto, a pesar de lo cual, debido a su numerosa, no dispuso de los medios necesarios para dar carrera a sus hijos, como tampoco pudo dar a sus hijas, el estado acorde con su condición. El matrimonio tuvo nueve hijos: Miguel que murió joven; Alonso, oficial de la Real Armada que falleció en Indias; Francisco de Paula, capitán de navío, caballero de la Orden de Santiago y titular del mayorazgo al morir su padre; Gregorio, marino, murió en el sitio de Gibraltar el 16 de enero de 1780; Benita Antonia; Josefa, que al quedar viuda, profesó en el convento de Agustinas Recoletas de Gijón; Juana-Jacinta; Catalina de Siena; y Gaspar Melchor, que al morir su hermano Francisco de Paula, sin descendencia, heredó el mayorazgo familiar.

Jovellanos estaba destinado a la carrera eclesiástica, estudiando Gramática y Latinidad en Gijón. En 1757, a los trece años, se trasladó a Oviedo para cursar Filosofía en el colegio de los franciscanos. Para poder sufragar los gastos, obtuvo un beneficio diaconil en San Bartolomé de Nava, conferido canónicamente. Para poder obtener este beneficio tuvo la inestimable ayuda de su tía, hermana de su madre, Isabel Ramírez, que era abadesa de San Pelayo. De Oviedo —al cumplir los dieciséis años—, se trasladó a Ávila para estudiar Leyes y Cánones. Allí tuvo la protección del obispo Romualdo Velarde y Cienfuegos, adjudicatario del préstamo canónico de Navalperal, para sufragar los gastos originados por sus estudios. El 9 de julio de 1761 se graduó de bachiller en Cánones por la Universidad del Burgo de Osma. Título que convalidó en Ávila, el 13 de noviembre de 1763, siéndole conferido, al día siguiente, el grado de licenciado en Cánones. Gracias al obispo Velarde, obtuvo una beca canónica en el colegio mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares, a la que opositó, en febrero de 1764. El 10 de mayo de 1764, tras someterse a las obligadas pruebas de limpieza de sangre e información de vida y costumbres, fue admitido como colegial. Tras pasar el primer año en Alcalá de Henares, el segundo, viajó a Asturias, para reincorporarse a sus estudios en mayo de 1766.

Durante su estancia en Alcalá de Henares entabló amistad con José Cadalso (Dalmiro) y con el agustino fray Miguel Miras (Mireo). El, para estos amigos, fue Jovino. Cadalso ejerció una importante influencia en Jovellanos, hacia la poesía y la literatura. En Alcalá de Henares también entabló amistad con Juan Arias de Saavedra, que tenía unos diez o doce años más que él, y que fue allí su mentor. Siempre reconoció que, gracias a Arias de Saavedra, entró en la “carrera de la toga”. En Alcalá, también se aficionó a la música y al teatro.

En marzo de 1767, con veintitrés años, pensó en opositar a una cátedra en Alcalá. Aunque, al fin, se decidió por presentar su candidatura para cubrir una canongía doctoral en la iglesia catedral de Tuy, aunque también pensó presentarla en Mondoñedo. En su viaje a Tuy, se detuvo en Madrid para recoger cartas de recomendación, de manos de su hermana Josefa y de su marido el procurador Domingo González de Argandoña. También residían en Madrid sus tíos, el marqués de Valdecarzana y José Fernández de Miranda (duque de Losada), ambos primos de su madre. Gaspar Melchor vivió, durante un tiempo, en casa del marqués de Casa Tremañes, sus hijos eran primos suyos. En Madrid, por influencia de Juan Arias de Saavedra, de sus primos los Casa Tremañes y de José Mon y Velarde, le hicieron cambiar de idea y, en lugar de aspirar a la canongía, se decidió por la toga.

Tras haber sido propuesto dos veces, el 31 de octubre de 1767, con el voto de Aranda y el de Campomanes, fue nombrado alcalde de Cuadra de la Real Audiencia de Sevilla (alcalde del Crimen). El 29 de noviembre de 1767, partió del El Escorial hacia Asturias, a fin de despedirse de sus padres. A comienzos de enero de 1768, preparó su viaje a Sevilla. Necesitaba libros y todo lo necesario para establecerse allí, Arias de Saavedra le facilitó todo lo necesario para organizar su casa en Sevilla y vivir con arreglo a su clase y destino, hasta que pudiese gozar de su sueldo entero. Salió para Sevilla el 18 de marzo, a donde llegó el 28 de marzo. Aconsejado por Aranda, prescindió de la antihigiénica peluca, siendo el primer togado que se presentó sin ella en aquel tribunal. Diego de Guzmán y Bobadilla, decano de aquella Real Audiencia, se convirtió en su mentor. Jovellanos, agobiado económicamente por gozar sólo del medio sueldo, quiso valerse de la influencia de Campomanes, para que le sacara de las angustias económicas y le consiguiera el sueldo entero. Por fin lo consiguió y pudo comprar más libros y formar una biblioteca.

En Sevilla, trabajó para que se mitigase la prueba del tormento, sobre lo referente a cómo interrogar a los reos y la necesidad de reformar las cárceles para que pasasen a ser lugares seguros y no de castigo y sobre cómo mejorar el trato que se daba a los presos. Al quedar vacante la plaza de oidor, accedió a ella en febrero de 1774, renunciando a los beneficios eclesiásticos de que disfrutaba. Las enseñanzas del marqués de San Bartolomé del Monte, así como la experiencia adquirida le mejoraron como jurista. En las tertulias a las que asistió, le impulsaron. En dirigidos al Consejo Real, ya se observan su saber y capacidad de raciocinio. De entre ellos, destacan el dedicado a la exportación de aceites, del 14 de mayo de 1774 y el que entregó el 13 de diciembre de 1775, el Real Acuerdo de Sevilla al Real Consejo de Castilla sobre el establecimiento de un Monte-Pío en aquella ciudad. El 3 de septiembre de 1777, envió un informe al primer protomédico José Amar, sobre el estado de la Sociedad Médica en Sevilla y del estudio de la medicina en su Universidad.

Al nombrarle el rey alcalde de su Casa y Corte, Jovellanos dejó Sevilla. Salió de la ciudad el 2 de octubre de 1778. En su viaje a Madrid volvió a visitar las Nuevas Poblaciones y se interesó por cómo se aplicaba el Código de población. En aquel viaje, indagó, vio monumentos, informándose de todo. Llegó a Madrid el 13 de octubre, y se alojó en una casa de la plaza del Gato, cerca de la que habitaban sus primos Casa Tremañes, en la calle de San Bernardo. Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla, que le tenía en gran valía, le invitó a su tertulia, donde destacó por sus conocimientos de economía y por sus saberes enciclopédicos. Allí se hizo amigo de Cabarrús. En Madrid, fue elegido miembro de las Reales Academias y de la Sociedad Económica de Amigos del País, además de ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 14 de julio de 1781, el 24 de ese mismo mes en la Española y, en la de Historia, como supernumerario, el 4 de febrero de 1780, ascendiendo a la clase de académico de número el 2 de noviembre de 1787.

El 25 de abril de 1780, fue nombrado miembro del Real Consejo de las Órdenes Militares, y tras someterse a las pruebas pertinentes para tomar el hábito de caballero de la Orden de Alcántara, fue admitido en ella. Como miembro del Consejo de las Órdenes Militares, fue exonerado de la pesada carga de alcalde de Casa y Corte. Encargado de visitar el Convento de San Marcos de León, perteneciente a la Orden de Santiago, por lo que pudo acercarse a Asturias, junto a su hermano Francisco de Paula. De regreso a Madrid, en su nueva casa de la Carrera de San Jerónimo, reunió su extensa biblioteca, junto a las pinturas compradas aconsejado por Ceán. En 1790, por encargo del Consejo de las Órdenes Militares, viajó a Salamanca para encargarse de la reforma de los estudios en el colegio de Calatrava. De nuevo pasó a Asturias para interesarse por los trabajos en la carretera y para estudiar cómo mejorar el aprovechamiento de las minas de carbón de piedra. Después de viajar por Asturias, el 15 de mayo de 1791 se entrevistó con el secretario de Estado de Marina, Antonio Valdés, solicitándole que se fundara en Gijón una escuela o instituto de náutica y mineralogía. Aprobado el proyecto, el Instituto fue inaugurado el 17 de enero de 1794. El primer edificio que ocupó era propiedad de Francisco de Paula Jovellanos, primer director del instituto, y el 12 de noviembre de 1797 se colocó la primera piedra en un solar cedido por el Ayuntamiento de Gijón.

En aquellos años, la Real Sociedad Económica de Madrid, le encargó un informe sobre la Ley Agraria. El 19 de septiembre de 1787, la Sociedad de Amigos del País le había encargado presentar el plan de trabajo a seguir. Como el plan resultó satisfactorio, se le designó para escribir el informe. Dicho informe le dio gran prestigio entre los políticos más propicios a las reformas. Manuel Godoy, primer secretario de Estado y de Despacho, comenzó a pensar en él, para su proyecto de conseguir una reforma de la justicia. Para contar con Jovellanos, necesitaba convencer a los Reyes, lo que parece que resultaba difícil. Desde septiembre de 1793, comenzó a dirigirse a Godoy solicitando que influyese sobre el rey. El 12 de noviembre de 1794, por Real Orden, se le comunicó permaneciese en Gijón hasta que el Real Instituto estuviese terminado.



El 16 de octubre, el rey le nombró embajador en Rusia. Jovellanos escribió a Godoy, manifestándole que se sentía incapaz de vivir en una Corte extranjera, aunque estaba dispuesto a servir a Su Majestad en cualquier destino. Sus amigos le insistieron para que aceptase, lo mismo que su hermano Francisco de Paula. El 1 de noviembre, escribió a Godoy: “Si Petersburgo estuviese a doble distancia; si su clima fuese el de los polos; si en ellos me esperase la aflicción y la muerte, nada me arredraría, tratándose de servir a mi patria y responder a la generosidad de V.E.”. El 7 de aquel mismo mes, posiblemente sin leer aquella carta, Godoy le anunció: “Ya está usted en el cuerpo de los cinco. El Ministerio de Gracia y Justicia está destinado para usted. La ignorancia se desterrará y las formas jurídicas no se adulterarán con los pretextos de fuerza y alegatos de partes opresivas de la inocencia”. Jovellanos salió el 13 hacia Madrid, completamente abatido, tras leer esta última misiva, pues sabía que su carrera era “difícil, turbulenta y peligrosa”. Ya en Madrid, tras comer en casa de Godoy, volvió a la suya.

En esos meses, preparó el Decreto de 19 de septiembre de 1798 por el cual se sacaban a la venta todos los inmuebles de hospitales, hospicios, cofradías, obras pías, para imponer su importe en la Real Caja de Amortización de Vales Reales, a un interés del 3%, que cobrarían los propietarios. También trató de limitar el poder de la Inquisición, privándola de la censura de libros que no contuviesen asuntos relativos al dogma.

Por disconformidad con sus actuaciones, fue exonerado del Ministerio el 14 de agosto de 1798, nombrándosele consejero de Estado, y se le envió a Asturias. Tomadas las aguas en Trillo para reponerse de sus dolencias, salió para Asturias, llegando a Gijón el 27 de octubre de ese mismo año, prosiguiendo la promoción del Instituto, aunque, en 1801, fueron suspendidos los trabajos en el nuevo edificio. En la madrugada del 13 de marzo de 1801, se le arrestó en su casa de Gijón, llevándole a la cartuja de Valdemosa (Mallorca). Desde donde se le confinó en el castillo de Bellver, en donde permaneció hasta que fue puesto en libertad, por Real Decreto de 22 de marzo de 1808, cuando se proclamó a Fernando VII como consecuencia de la abdicación de Carlos IV en el desarrollo del Motín de Aranjuez. Al ser puesto en libertad, embarcó hacia Barcelona, desde donde se dirigió a Jadraque, para reponerse de su salud y encontrarse con su amigo y protector Juan Arias de Saavedra. Llegó a Jadraque el 1 de junio, donde recibió la noticia de que José Bonaparte le ofrecía el ministerio del Interior, en su primer gobierno. Llegó incluso a publicarse su nombramiento en la Gaceta de Madrid, aunque él rechazó el cargo; aunque sí aceptó, en septiembre, formar parte de la Junta Central Suprema gubernativa del reino, como representante de Asturias. Desde Jadraque partió hacia Madrid para participar en la reunión de la Junta que tuvo lugar, el 25 de septiembre de 1808, en el Real Palacio de Aranjuez. Alí, propuso que las Cortes fueran únicas y representativas de todo el reino; y el 7 de octubre, tratando de la institución del nuevo gobierno, hizo diversas proposiciones.

Sobre si las Cortes debieran reunirse por estamentos, firmado en Sevilla el 21 de mayo de 1809, Jovellanos, señaló que España ya tenía una Constitución, formada por las leyes fundamentales, las cuales, fijaban el derecho del Soberano y el de los súbditos y los medios para preservarlos. Si alguna de esas leyes hubiese sido atacada y destruida por el despotismo, bastaría con restablecerla, sería suficiente con promulgarla. Los disturbios populares de aquellos meses y los avances de las tropas francesas obligaron a los miembros de la Junta Central a salir de Aranjuez para acabar en la Isla de León.

Jovellanos, siempre, incluso hasta el final de sus días, insistió en la necesidad de mejorar la educación. Para ello, organizó el Real Instituto Asturiano y colaboró activamente en las tareas de los Amigos del País. En esos turbulentos años, pudo comprobar el resultado de los cambios revolucionarios. No los quería para su patria. Él prefirió mejorar conservando, siempre a la luz de la razón y con el auxilio de la experiencia.

Al ser disuelta la Junta Central el 31 de enero de 1810, sus componentes fueron objeto de calumnias. Jovellanos pidió a la Regencia su jubilación como consejero de Estado y permiso para retirarse a Gijón, dedicarse al Instituto y cuidar de su salud. En las costas de Galicia, el bergantín en el que iba Jovellanos tuvo que refugiarse, por culpa de una tempestad, en la ría de Muros de Noya. Allí recibió la noticia de que los franceses, por segunda vez, se habían adueñado de Asturias. Por lo que permaneció en Galicia hasta julio de 1811, cuando decidió pasar a Asturias por tierra, una vez quedara libre de franceses el Principado. Mientras estuvo en Muros, escribió el 2 de septiembre de 1810, la famosa Memoria en que se rebaten las calumnias divulgadas contra los individuos de la Junta Central del Reino, y se da razón de su conducta y opiniones, una vez recobrada la libertad.

Regresó a Gijón, donde fue grande el recibimiento de que fue objeto, pero una nueva invasión francesa amenazaba la villa, por lo que embarcó en un bergantín francés para refugiarse en Ribadeo. Una borrasca les obligó a refugiarse en Puerto de Vega, donde se alojó en casa de Antonio Trelles Osorio. Falleciendo allí, a causa de una pulmonía, en las primeras horas de la noche del 27 de noviembre de 1811.

Ramón Martín

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