Rafael del Riego

 


Hijo de Eugenio del Riego Núñez Flórez Valdés y de Teresa Flórez de Sierra y López de Navia, nació en Tuña (Asturias) el 9 de abril de 1784, en el seno de una familia hidalga y culta, aunque de escasa fortuna. Tras estudiar leyes en la Universidad de Oviedo, en 1807 partió Madrid para seguir la carrera militar en la Guardia Real. Su compañía estuvo implicada en el golpe de Estado promovido por el príncipe Fernando contra su padre, el rey Carlos IV. A raíz del motín de Aranjuez (17 y 18 de marzo de 1808), fue disuelta y Riego perdió su destino. Tras el levantamiento del 2 de mayo, Riego volvió a Asturias decidido a luchar. La Junta Suprema del Principado lo nombró, en agosto de 1808, capitán ayudante del general Acevedo, por entonces jefe de la División Asturiana. Tras una serie de escaramuzas, su regimiento fue arrollado por las tropas del mariscal Víctor en Espinosa de los Monteros (Burgos), el 10 de noviembre de 1808. Allí pereció Acevedo, mientras que Riego, era apresado y deportado a Francia, donde permaneció cuatro años.

En Francia pasó por varios internamientos, hasta llegar al de Chalons-sur-Saone. Allí tuvo oportunidad de conocer la ideología revolucionaria, además de entrar en contacto, a través de los militares presos de otros países, con las logias masónicas, convirtiéndose al liberalismo más radical. En enero de 1814, pudo escapar de su encierro y, atravesando Suiza y Prusia, embarcó en Róterdam con destino a Plymounth. Allí fue agregado a un cuerpo de emigrados armado por el Gobierno inglés y enviado a España. Desembarcó en Coruña a tiempo de jurar la Constitución de 1812 ante el general Lacy, capitán general de Galicia. Poco después, recién liberado por Napoleón, Fernando VII abolió la Constitución, disolvió las Cortes y amenazó de muerte a los liberales, mediante un Real Decreto dado en Valencia el 4 de mayo de 1814. El restablecimiento de la Monarquía absoluta agravó profundamente la ya existente, división interna de la sociedad española. Al enfrentamiento entre afrancesados y patriotas, entre partidarios de José Bonaparte y los enemigos del rey intruso, sucedió la pugna entre absolutistas y liberales.



En la primavera de 1815 Riego se presentó voluntario al cuerpo expedicionario que estaba formando el general Castaños para combatir al Napoleón escapado de la isla Elba, pero su definitiva derrota en Waterloo hizo innecesaria la movilización del ejército, empeñado en acabar con los independentistas hispanoamericanos. El Gobierno reunió un cuerpo expedicionario en la bahía de Cádiz, que se encontraba en pésimas condiciones. Riego se incorporó a este ejército expedicionario en febrero de 1817; como teniente coronel, en noviembre de 1819 recaló en el batallón Asturias acuartelado en Cabezas de San Juan (Sevilla), y mandado por Evaristo San Miguel, amigo suyo, que al igual que otros jefes y oficiales, estaba implicado en una conjura promovida por miembros de la burguesía gaditana: Istúriz, Alcalá-Galiano o Mendizábal, que con el tiempo, sería su principal valedor. Una delación de última hora condujo al arresto de los principales responsables, pero no descabezó la conspiración, puesto que Riego asumió el mando y siguió adelante, pronunciándose, al frente de su batallón, en Cabezas de San Juan el 1 de enero de 1820.

El golpe fue un triunfo a medias, ya que, ni los rebeldes consiguieron tomar Cádiz, fueron abatidos por el Ejército Expedicionario, ya que, su jefe, el conde de La Bisbal, se limitó a seguir de cerca de los hombres de Riego sin presentar combate. Riego y sus seguidores recorrieron Andalucía lanzando proclamas revolucionarias ante la indiferencia, y cuando todo parecía perdido, ocurrió lo inesperado. Una junta militar proclamó la Constitución en La Coruña y su ejemplo se extendió a otras ciudades españolas. Los ecos de la revuelta llegaron a Madrid, y Fernando VII, ante la posibilidad de verse arrollado por los acontecimientos, decidió hacerse liberal. “Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional”, proclamaba con todo el cinismo y la desvergüenza en su célebre Manifiesto a la Nación Española publicado el 10 de marzo de 1820. La fama de Rafael del Riego se extendió por todo el país. Siendo recibido como un libertador. Las multitudes, entusiastas, coreaban el himno de Riego, el cual habían cantado sus soldados durante las frecuentes marchas y, cuya letra había sido compuesta por su amigo Evaristo San Miguel.

Los exaltados, aprovecharon la popularidad de Riego, para presionar al Gobierno. A ello contribuyó bastante el carácter impetuoso y vanidoso del “héroe de Cabezas de San Juan” que, a finales de agosto, se presentó en Madrid buscando un ascenso. Fue nombrado capitán general de Galicia; cargo que no llegó a ocupar debido al incidente que protagonizó el 3 de septiembre en el Teatro del Príncipe, desafiando la autoridad del jefe político de Madrid, que había prohibido cantar el Trágala, una coplilla antimonárquica. La multitud aplaudió el gesto desafiante de Riego y jaleó su nombre hasta el delirio. Al día siguiente el Gobierno le desposeyó de todos sus cargos por desacato, aunque, debido a la presión popular pronto dio marcha atrás. Deseoso de alejarlo de Madrid, el Gobierno le nombró capitán general de Aragón a finales de noviembre, cargo del que tomó posesión, en Zaragoza, en enero de 1821. Allí presidió la sociedad patriótica local, y se casó por poderes con su prima carnal María Teresa del Riego (1800-1824).



La felicidad del matrimonio duró poco, puesto que fue arrestado el 4 de septiembre por participar en una conspiración republicana, fue degradado y enviado a un cuartel en Lérida, más tarde fue destinado a Castelló de Farfaña, de donde fue rescatado por los votantes asturianos. En las elecciones generales de 1822, obtuvo un acta de diputado y regresó a Madrid para ocupar su escaño en el Congreso. Los exaltados estaban en minoría; pero no por eso dejaron de presentar batalla a los doceañistas. La correlación de fuerzas cambió a raíz de un grave incidente político: el 7 de julio los absolutistas intentaron derrocar al Gobierno mediante un golpe de la guardia real, siendo la revuelta aplastada por la milicia nacional dirigida por los radicales: los exaltados desplazaron a los moderados y se adueñaron de la ciudad. Evaristo San Miguel se hizo cargo del Gobierno y, en febrero de 1823, su amigo Rafael Riego asumió la presidencia de las Cortes.

Para entonces, el régimen liberal tenía los días contados. Fernando VII envió secretas peticiones de ayuda a los monarcas de la Santa Alianza. Era la señal que esperaban las cancillerías europeas para aplastar la revolución en España. En el Congreso de Verona reunido en octubre de 1822, los soberanos de Rusia, Austria, Prusia y Francia acordaron enviar un cuerpo expedicionario mandado por el duque de Angulema. Los Cien Mil Hijos de San Luis atravesaron la frontera el 7 de abril de 1823. En contra de lo previsto, no se produjo un nuevo levantamiento antifrancés. El Gobierno abandonó Madrid, hacia Sevilla. Fernando VII se negó a continuar hacia el Sur y, en la turbulenta sesión extraordinaria del 11 de junio las Cortes lo inhabilitaron argumentando locura transitoria, y acordaron proseguir el viaje hasta Cádiz. Riego tuvo un gesto de valentía que, a la larga, le costaría la vida: renunció a la presidencia de las Cortes para poder cerrar el paso a los invasores al frente del Ejército. Pero era demasiado tarde. Debido al derrotismo, las deserciones y las divisiones internas, los liberales apenas plantearon resistencia.

La columna de Riego se deshizo sin entrar en combate y abandonado por casi todos, el 15 de septiembre de 1823, fue apresado por los voluntarios realistas de Arquillos (Jaén). El Gobierno liberal se disolvió tras obtener del monarca la promesa de que no habría represalias, pero Fernando VII, con su doblez habitual, incumplió su promesa. El 1 de octubre anuló la Constitución y comenzó una represión implacable contra los liberales. Una de sus primeras víctimas fue el general Riego, hecho prisionero, fue trasladado a Madrid y juzgado por haber votado la inhabilitación del Rey. Declarado culpable de alta traición, el tribunal le condenó a morir en la horca y descuartizar su cuerpo. En medio de la rechifla de la multitud que, tan sólo unos meses antes, le había aclamado, la macabra sentencia se cumplió —en parte, pues finalmente no se descuartizó su cuerpo— en la Plaza de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre de 1823. Su joven viuda María Teresa del Riego apenas le sobrevivió unos meses, pues murió en el exilio londinense el 24 de junio de 1824.

La figura de Rafael del Riego encarna las ilusiones, flaquezas y contradicciones de la España de su época. La rehabilitación del militar comenzó siendo Mendizábal, presidente del Consejo de Ministros. Tras declararlo víctima inocente del fanatismo, por Real Decreto de 21 de octubre de 1835, la Reina Gobernadora restableció a Riego “en su buen nombre, fama y memoria”. Fue el primer paso para su rehabilitación definitiva, poco a poco la memoria de su vida real se trasmutó en las notas musicales de la melodía que lleva su nombre; como lo calificó Pío Baroja, el himno de Riego acabó siendo el himno oficial de los republicanos españoles, aunque con su letra original cambiada.

Ramón Martín

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