Cayetano Valdés y Flórez
Nació en Sevilla el 28 de septiembre de 1767. Fueron sus padres Cayetano Valdés Bazán, comisario de Guerra de los Reales Ejércitos, y María Antonia de Flórez Peón. A los catorce años, sentó plaza de guardiamarina en Cádiz el 23 de abril de 1781, y una vez terminados sus estudios, embarcará en la escuadra de Luis de Córdova, durante el bloqueo de Gibraltar, y en el combate entre dicha Escuadra y la flota inglesa del almirante Howe en 1782.
Posteriormente, a las órdenes de Antonio Barceló, participó en la expedición a Argel. Siendo la nota más destacada de su hoja de servicios, por entonces, su participación en la expedición de Malaspina, de quien gozó extrema confianza hasta el punto de proponerlo, junto a Dionisio Alcalá-Galiano, para explorar el estrecho de Fúcar, misión que cumplieron de forma satisfactoria.
Ascendido a capitán de navío, participó en la tan desgraciada jornada del cabo de San Vicente que tuvo lugar el 14 de febrero de 1797, estando al mando del Pelayo, con el que en el momento de comenzar, se encontraba a barlovento a gran distancia del resto de los buques, lo cual le permitió darse cuenta de que la flota inglesa de Jervis atacaba a la flota española, rapidamente se incorporó al combate en auxilio del Santísima Trinidad que se encontraba desarbolado, y era batido por tres buques ingleses que le obligaron a arriar el pabellón. Desde el Pelayo, Valdés arengó a su gente con aquella famosa frase de “Salvemos al Trinidad o perezcamos todos”; consiguió enarbolar nuevamente el pabellón arriado y, secundado por el navío San Pablo al mando de Baltasar Hidalgo de Cisneros, arrebató su presa a los ingleses.
Embarcado en la Escuadra de Mazarredo en 1797, le encontramos participando en la defensa de Cádiz, que estaba siendo atacada por los navíos del almirante Horacio Nelson, siendo Valdés uno de los comandantes que salieron a batirse al frente de sus fuerzas, con gran riesgo, lo que mereció las recomendaciones y reconocimiento de sus jefes.
La nueva alianza franco-española bajo el mandato de Napoleón Bonaparte, le hizo incorporarse, en Cartagena, a la agrupación francesa del almirante Bruix, con el que navegó a Cádiz y posteriormente a Brest. En Brest, pasó a mandar el Neptuno insignia del general Gravina ya que el Pelayo había sido transferido a los franceses. Una nueva misión lo llevó a Santo Domingo, para sofocar su rebelión. Valdés figuró entonces como mayor general de la Escuadra y asistió a la toma de Guarico y Puerto Delfín, tras recalar en La Habana, regresó a Cádiz en 1802.
Desembarcado en Ferrol para reparar el Neptuno, disfrutando de una corta licencia, aprovechada para restablecer su salud. Pero declarada, nuevamente, la guerra contra Inglaterra, volvió, a petición propia, a asumir el mando del Neptuno, perteneciente esta vez a la Escuadra de Grandallana. En agosto de 1805, salió de Ferrol, reuniéndose en Cádiz a la escuadra combinada franco-española, al mando de Villeneuve y Gravina.
La actuación de Valdés en el combate de Trafalgar fue tan heroica como destacada.
Ocupaba con su navío la cabeza de línea y tras sostener un duro combate contra el buque que lo atacaba, acudió en auxilio del Bucentaure, buque insignia de Villeneuve y del Santísima Trinidad, que estaban a punto de sucumbir ante el enemigo, a pesar de encontrarse Valdés, gravemente herido. Su conducta en el combate le valió el ascenso a jefe de escuadra, cargo que desempeñó en la que, situada en Cartagena, debía pasar a Tolón siguiendo órdenes de Napoleón. Pero su instinto receló una añagaza y, con el pretexto de mal tiempo arribó a las Baleares. Allí tuvo noticia del alzamiento de la nación contra los franceses, evitando que esta pudiera ser utilizada contra sus propias armas.
En plena Guerra de la Independencia, Valdés tomó parte en operaciones de tierra, como general de división del ejército del general Blake. Allí sufrirá una nueva herida de fusil en la batalla de Espinosa de los Monteros. Nuevamente en el mar, ascendió en 1809 a teniente general y fue nombrado capitán general y jefe político de Cádiz, destacando en la defensa de la ciudad.
Significado por sus ideas liberales, la vuelta de Fernando VII, le supuso el confinamiento en el castillo de Alicante, donde ni la intervención de su tío el bailío Valdés, ni la mediación de otros cargos influyentes lograron su libertad. La sublevación de Riego, en 1820, lo sacó de aquel penoso estado, volviendo a ser nombrado gobernador de Cádiz, plaza que volvería a defender armas en mano ante el asedio del duque de Angulema.
El 13 de diciembre de ese mismo año contrajo matrimonio con Isabel Roca de Togores Valcárcel, hija del conde de Pinohermoso, que había estado casada con Francisco de Paula Valcárcel, hermano del Príncipe Pío. No tuvieron descendencia. Antes había desempeñado el Ministerio de la Guerra con el gabinete de Argüelles y fue diputado en la legislatura de 1822-1823, en la que supo combinar la energía con la prudencia características muy acusadas en el temperamento del marino.
El 1 de octubre de 1823, a bordo de una falúa gobernada por el propio Valdés, Fernando VII llegó a El Puerto de Santa María y abrazó a Angulema, que le pidió moderación, aunque el rey hizo, nuevamente, oídos sordos y restableció el régimen de 1814 y una nueva etapa represiva, si cabe más dura que la anterior. Valdés en unión de sus compañeros de regencia, fueron condenados a la horca. Advertido por el general francés gobernador militar de Cádiz, no quiso ponerse a salvo, y hubiera perecido, de no ser por la estratagema del francés, que le arrestó preventivamente en uno de los buques de su pabellón y al que dio orden de zarpar enseguida para Gibraltar con el único propósito de salvarlo. Desde la colonia inglesa, pudo trasladarse a Londres, donde permaneció diez años en forzado exilio, siendo tratado con exquisita caballerosidad y aprecio por los que un día fueron adversarios en San Vicente y Trafalgar.
Al ser concedida, a la muerte de Fernando VII, una amplia amnistía por parte de la Reina Gobernadora, Valdés volvió a España, recuperó sus rangos y se le reconoció como capitán general de la Armada con cargo en el departamento de Cádiz. También fue nombrado prócer del Reino. No obstante, las persecuciones padecidas y las injusticias sufridas habían minado seriamente su salud, falleciendo en San Fernando el 6 de febrero de 1835 siendo enterrado en el cementerio de dicha ciudad. Por Real Orden de 11 de junio de 1851 se reconocieron sus gloriosos méritos y se dispuso su traslado al Panteón, donde sus cenizas reposan para ejemplo de la posteridad.
Que vida tan intensa la de Cayetano Valdés y que lecciones nos dió de entrega y compromiso.
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