Antonio Barceló y Pont de la Terra
Nació en Palma de Mallorca el 1 de octubre de 1717. Desde muy joven demostró su afición a las cosas de la mar, navegando en los buques que hacían la travesía desde Palma de Mallorca hasta la península, como simple marinero, por su constancia al fin obtuvo el título de tercer piloto de los mares de Europa. A los diez y ocho años se le confió el mando de uno de los jabeques que hacían la travesía entre las Baleares y la Península, con el que en varias ocasiones persiguió a los moros que infestaban las costas de las islas. Su nombre fue subiendo en conocimiento de las gentes y se acrecentó con un combate que sostuvo con dos galeotas argelinas, por cuya acción S. M. se dignó nombrarle alférez de fragata con graduación del 6 de noviembre de 1738, contaba con veintiún años de edad, pero con carácter de graduado y sin derecho a sueldo alguno.
Al final del artículo están los enlaces correspondientes a todos los nombres que figuran en negrita.
Siguió practicando otros servicios distinguidos, manteniendo las comunicaciones con las Islas y llevando alimentos, cuando las cosechas eran escasas, paliando así Barceló el hambre en lo que le era posible.
El apresamiento, por parte de los berberiscos, de un jabeque español, que llevaba a doscientos pasajeros, entre ellos a trece oficiales del ejército, molestó al Rey que ordenó armar en Mallorca, a sus expensas, a cuatro jabeques, dándole el mando al insigne capitán Toni, siendo ascendido a teniente de fragata el 4 de mayo de 1748. La división se dirigió a Cartagena, donde se le incorporaron los navíos “América” y “Constante”, poniéndose al mando de todos ellos don Julián de Arriaga; en su búsqueda del enemigo el 16 de noviembre de 1748, tuvo un encuentro frente a las costas de Benidorm y Altea, contra cuatro berberiscos, obteniendo una victoria al ponerlos en fuga muy maltratados.
Al año siguiente la división se desarmó, pasando Barceló a desempeñar sus anteriores labores, que consistían en el traslado de tropas desde la península a las islas y viceversa, sobre todo en las Ibiza y Cabrera. Pero los combates eran muy frecuentes, pues nuestro mar estaba infestado de naves corsarias berberiscas. Estando en el puerto de Figueras de Palma de Mallorca, se dio aviso de que cruzaba una flotilla enemiga, Barceló no lo dudó un instante, hizo embarcar a una compañía de granaderos del regimiento África en su jabeque, y se hizo a la mar, se puso en persecución del enemigo, era una galeota de treinta remos y armada con cuatro cañones, iba acompañada por un jabeque pequeño y llevaban como presa a un español el “Santísimo Cristo del Crucifijo”, le dio caza y lo abordó a la altura de la isla de Cabrera, en este combate fue herido dos veces.
Había sido ascendido a teniente de navío graduado el 4 de agosto de 1753. Pero el rey por esta acción tan meritoria, le concedió la efectividad en este grado y su incorporación en el Cuerpo General de la Armada con fecha de 30 de junio de 1756.
En el año de 1761, ya ascendido a capitán de fragata, se le dio el mando de una división de tres jabeques reales, siendo el de su mando el llamado “Garzota”. En este año sostuvo un enfrentamiento en el que apresó a siete naves de los moros, con sólo tan los tres suyos. El 30 de agosto con sólo su jabeque apresó a otros berberiscos, tomando treinta prisioneros, habiéndole muerto a diez en el abordaje. Al año siguiente, con su jabeque, rindió a tres enemigos turcos; en uno de ellos hizo prisionero al famoso Selim, célebre capitán de aquellos piratas, siendo nuevamente herido en el abordaje, por una bala de mosquete, que le atravesó la mejilla izquierda.
Prosiguieron sus proezas, contra los moros, que eran casi diarias; en julio del año de 1768 batió y apresó en las cercanías del Peñón de la Gomera a un jabeque argelino de 24 cañones, sufriendo en el combate diez muertos y veintitrés heridos.
Hubo un intento de unificar esfuerzos en la lucha contra la piratería, pero no dio sus frutos, pues entre las potencias cristianas, había quienes, como Venecia, que mantenía tratados ocultos con Argel, lo que impedía que la labor se efectuara con eficacia; éste proyecto provenía de Austria, paro dadas las circunstancias fracasó. También lo intentó Francia, que intento el bombardeo de Larache, pero el fracaso fue rotundo. De toda la cristiandad las únicas decididas a acabar con este goteo de pérdidas, eran España y Malta. Al mando de seis jabeques apreso a cuatro en la ensenada de Melilla. Como consecuencia de esta acción, el Gobierno ascendió a Barceló, a capitán de navío, por Real patente de 16 de marzo de 1769.
Continuó con su labor de limpiar la mar de piratas, llegando a conducir a Cartagena nada menos que a mil seiscientos moros apresados, al tiempo que ponía en libertad a más de mil cristianos. Habiendo sido atacado el Peñón de Alhucemas por los moros, se encargo Barceló de su socorro, con sus jabeques bombardeó la fortaleza con más de 9.000 bombas, pero el al no llevar artillería gruesa no se pudo dar el asalto, aún así con el fuego de sus jabeques desmontó la artillería ligera enemiga, a pesar de la pérdida de cuatro lanchas y un jabeque, consiguió que los berberiscos levantaran el campo el 23 de marzo de 1775.
Se le puso al mando del convoy que, en el año de 1775, acometió la conquista de Argel. Estaba formado por siete navíos, de 70 cañones, doce fragatas de 27, cuatro urcas de 40, nueve jabeques de 32, 3 paquebotes de 14, cuatro bombardas de 8 y siete galeotas de 4, al mando del general González de Castejón. Un total de 46 buques de guerra y 1.364 cañones. El mando del convoy compuesto por unos 18.400 hombres y al mando del general O’Reilly, fue dado a Barceló. Barceló no sólo protegió el desembarco, acercándose lo máximo posible a la costa para que su artillería fuera efectiva, pero el desorganizado desembarco y las erróneas disposiciones posteriores, llevaron a un completo desastre con no menos de cinco mil bajas, incluidos cinco generales muertos y quince heridos, dejando al enemigo nada menos que quince cañones abandonados y unos nueve mil fusiles; ante este fracaso se ordeno el reembarco, efectuando la misma acción, en unas circunstancias muy desfavorables, lo que hizo la situación insostenible, no siendo un desastre total por la acción de los jabeques de Barceló, que demostró una vez más su valentía, de no haber sido por su actuación hubieran perecido. Su acción le dio gran crédito y el rey le ascendió al grado de brigadier, en el mismo año de 1775.
Pero aún quedaba la gran obra de su vida, el 24 de agosto de 1779 fue nombrado comandante de las fuerzas navales destinadas al bloqueo de Gibraltar, su fuerza la componían un navío, una fragata, tres jabeques, cinco jabequillos, doce galeotas y veinte embarcaciones menores; por tierra debía efectuar el ataque el general Martín Álvarez de Sotomayor, fue entonces cuando se le ocurrió la idea de construir las lanchas cañoneras y bombarderas, que tantos éxitos dieron, al realizar el ataque a los navíos británicos, que en la mayoría de los casos huían enseñándole las popas, recogiendo gloria para las armas españolas y recibiendo una herida. Cuando se le dio el mando del bloqueo y en el mismo día fue ascendido a jefe de escuadra. Como es sabido, las cañoneras nacieron durante el último gran sitio de Gibraltar, gracias a la imaginación de Barceló, el hombre que de simple patrón de un jabeque-correo, había llegado a teniente general de la Real Armada por méritos de guerra.
La dificultad para atacar la plaza por mar residía en la más que comprobada inferioridad de los buques de vela y madera, de la época contra las fortificaciones terrestres. Nelson afirmaba a este respecto, que un cañón en tierra en un buen reducto valía diez embarcados, y eso a igualdad de proyectiles, pues desde tierra era fácil responder al atacante con balas rojas o granadas, que por su peligrosidad estaban casi totalmente descartadas en los buques. Para bombardear la plaza ideó el marino mallorquín armar con una pieza de a 24 o con un mortero, grandes botes de remos. Para proteger a la dotación se las dotó de un parapeto plegable forrado por dentro y fuera, de una capa de corcho. Median cincuenta y seis pies de quilla, dieciocho de manga y seis de puntal, con catorce remos por banda, la pieza mencionada giratoria, con una gran vela latina y su dotación de una treintena de hombres.
Muchos opinaron que tales botes no podrían soportar el peso y mucho menos el retroceso de la enorme pieza, pero las experiencias probaron que tales temores eran infundados. Barceló desarrolló su idea proporcionando a las lanchas un blindaje de hierro, que las cubría hasta por debajo de la flotación. Pronto se pudo observar que tales precauciones eran exageradas, pues, dado los limitados recursos de puntería de la época, resultaba poco menos que imposible acertar a las pequeñas lanchas cuando atacaban de proa, mientras que éstas tenían muchos menos problemas para batir blancos mucho mayores.
El capitán Sayer, dijo: “La primera vez que se vieron desde nuestros buques causaron risa; mas no transcurrió mucho tiempo sin que se reconociese que constituían el enemigo más temible que hasta entonces se había presentado, porque atacaban de noche y eligieron las más oscuras, era imposible apuntar a su pequeño bulto. Noche tras noche enviaban sus proyectiles por todos lados de la plaza. Este bombardeo nocturno fatigaba mucho más que el servicio de día. Primeramente trataron las baterías de deshacerse de las cañoneras disparando al resplandor de su fuego; después se advirtió que se gastaba inútilmente las municiones”.
Con tantas fatigas y la vida tan azarosa que es siempre la mar, él fue siempre el primero en los peligros, siendo un modelo de firmeza y de lealtad. A tanto llegaron las habladurías y comentarios, que llegó a estar entredicho el que fuera o no capaz de tener el mando, por lo que el rey relevó a Martín Álvarez de Sotomayor, por el duque de Grillón que llevaba unas instrucciones reservadas, para que calibrase la capacidad de Barceló como general. Cuando el duque conoció a Barceló, decidió recomendarle para el ascenso a teniente general, como queda demostrado en la carta que dirigió a Floridablanca, a pesar de su sordera y su ancianidad, que era sobre todo en lo que se basaban las acusaciones, tan vilmente vertidas sobre su persona, por sus detractores.
Por real título del 13 de agosto de 1783, fue ascendido a teniente general, la escuadra al mando de Barceló zarpó el 1 de julio de 1783 de Cartagena; la componían cuatro navíos, con insignia en el “Terrible” de 70 cañones, cuatro fragatas, nueve jabeques, tres bergantines, tres balandras, cuatro tartanas, cuatro brulotes y lo que va a ser decisivo, diecinueve cañoneras con cañones de a 24, veintidós bombarderas con morteros y diez de abordaje, lanchas que servían de escolta a las anteriores por si eran abordadas por embarcaciones enemigas con superior dotación. A la escuadra se unieron dos fragatas de la Orden de Malta. Un total de 14.500 hombres en las dotaciones y 1.250 cañones.
Tras una penosa travesía, dificultada por vientos y mares contrarios, la escuadra fondea frente a Argel el día 26; esperando una mejora del tiempo y haciendo los preparativos llega el 1 de agosto, día en que a las 14:30 horas, se rompe el fuego contra la plaza. Las diecinueve bombarderas forman en línea avanzada junto con la falúa en la que embarca Barceló; a los costados están las cañoneras y las de abordaje, por si las embarcaciones enemigas intentan un contraataque, más atrás dos jabeques y dos balandra; el resto de la escuadra no toma parte en el bombardeo.
Al poco salen del muelle veintidós pequeños buques enemigos, entre ellos nueve galeotas y dos cañoneras, que no tardan en ser rechazadas por el fuego de los españoles. Hacía las 16:30 horas las lanchas españolas han consumido todas sus municiones y se ordena el alto el fuego. Los atacantes han disparado unas 375 granadas y 390 balas de cañón, provocando dos grandes incendios en la ciudad, de los que uno se prolonga toda la noche. En cambio los argelinos han disparado 1.436 balas y 80 granadas, que no han causado sino dos heridos leves en las cañoneras españolas. El balance no puede ser mejor, ya que la fuerza atacante apenas ha sufrido daños del fuego enemigo y sin embargo, les ha causado muy serios.
Y así, con pocas variaciones se producen otros ocho ataques, uno el día 4, dos el 6, dos el 7 y dos más el día 8, lanzándose un total de 3.752 granadas y 3.833 balas contra la ciudad y sus defensas. Según el cónsul francés, el pánico se apoderó de parte de la guarnición y de toda la población, quedando destruidas no menos del diez por ciento de las viviendas y muchas más afectadas, numerosas fortificaciones, buques y cañones, más fuertes pérdidas humanas. En cuanto al fuego de la defensa, no menos de 11.280 balazos y 399 bombas sólo han causado veinticuatro muertos y veinte heridos entre las dotaciones atacantes, y aún esas pérdidas de deben casi por entero a un golpe afortunado, cuando el día 7 por la tarde una bomba hizo volar a la cañonera número uno, con veinte muertos, incluido su segundo, el alférez de navío Villavicencio, y once heridos, entre ellos su comandante, el teniente de navío Irisarri.
Como en un gesto de desafío, cinco corsarios argelinos apresaron cerca de Palamós, en septiembre de 1783, a dos polacras mercantes. Pero no es más que un gesto, los preparativos son incesantes: se apresta una nueva fortaleza con cincuenta cañones, se reclutan cuatro mil soldados turcos voluntarios que arriban en buques neutrales, llegan asesores europeos para ayudar en las fortificaciones y baterías, se han preparado no menos de setenta embarcaciones entre goletas y cañoneras para rechazar a las españolas, incluso el dey ha ofrecido una recompensa de mil cequíes al que aprese una embarcación de la escuadra atacante.
Barceló activa sus preparativos en Cartagena, ahora su escuadra constará de cuatro navíos, con insignia en el "Rayo" de 80 cañones, cuatro fragatas, dos de ellas desarmadas y utilizadas como almacén de pólvora y municiones, doce jabeques, tres bergantines, nueve más pequeños, y la fuerza atacante: veinticuatro cañoneras con piezas de a 24, ocho más con una de a 18, siete con calibres menores para abordaje, veinticuatro con morteros y ocho obuseras, con piezas de a 8.
Pero esto no es todo: la expedición adquiere un cierto aire de cruzada, por lo que cuenta con el apoyo de la Armada de Nápoles, entonces tan íntimamente unida a la española, que bajo el almirante Bologna aporta dos navíos, tres fragatas, dos jabeques y dos bergantines; la de Malta, con un navío, dos fragatas y cinco galeras y la de Portugal, al mando del almirante Ramírez de Esquivel, con dos navíos y dos fragatas, si bien ésta llega tarde y ya en plenos bombardeos.
La escuadra zarpa de Cartagena el 28 de junio de 1784, llegando a Argel el 10 de julio. El día 12 a las 08:30 horas se rompió el fuego, sosteniéndolo hasta las 16:20, intervalo en el que se lanzaron una 600 bombas, 1.440 balas y 260 granadas, contra 202 bombas y 1.164 balas del enemigo. Se observaron grandes destrozos y un gran incendio en la ciudad y fortificaciones, y se rechazó a la flotilla enemiga, de 67 unidades, causando la voladura de cuatro de ellas. Las bajas atacantes se redujeron a seis muertos y nueve heridos, más por accidentes con las espoletas que por fuego enemigo, aumentadas tristemente y de forma accidental con la voladura de la cañonera número 27, mandada por el alférez de navío napolitano don José Rodríguez.
Y así durante siete ataques más, sin incidencias dignas de mención, salvo que en uno de ellos un disparo de la defensa alcanzó la flotación a la falúa desde la que Barceló dirigía el bombardeo, echándola a pique, en esta ocasión estuvo muy cerca de perder la vida, acudió en su ayuda su mayor general don José Lorenzo de Goicoechea, no sufriendo herida alguna y transbordándose inmediatamente a otro bote, desde el que continuó dando órdenes sin dar mayor importancia al incidente.
Al fin, el 21 de julio se decidió poner fin al ataque, tras haber disparado más de 20.000 balas y granadas sobre el enemigo, y tras haber perdido unos cincuenta y tres hombres y resultado heridos otros sesenta y cuatro, en los ocho ataques, buena parte de ellos, como sabemos, debidos más a accidentes que al fuego enemigo, aunque resultó evidente que en esta ocasión las defensa eran más fuertes. Sin embargo fue tanta la oposición de los moros y del Dios Eolo, que también se puso de su lado, aunque ya había hundido o incendiado a la mayoría de los buques enemigos, el viento contrario obligó a que nuestro general diera la orden de regresar de nuevo a Cartagena.
Consiguiendo con estas dos expediciones que, en la primera Trípoli se aviniera a la paz con España y en la segunda, la firmaron Argel y Túnez, con la visita de Mazarredo, para este fin. El rey, después de tantas glorias, se sirvió concederle el sueldo de teniente general, que era el que debía estar cobrando, porque el grado ya lo tenía, pero no era así y al fin lo consiguió, siéndole concedida la condecoración de Real Orden de Carlos III.
Hubo por aquel tiempo, con gracejo típico andaluz una copla que decía:
Si el rey de España tuviera
cuatro como Barceló,
Gibraltar fuera de España
que de los ingleses no.
Continuó don Antonio Barceló al mando de las fuerzas de mar y de tierra en Algeciras, durante el bloqueo de Gibraltar y como siempre, demostrando su valor y denuedo extraordinario, en varios enfrentamientos. Habiendo regresado a su tierra a descansar de sus anteriores combates y contando ya con 73 años de edad, llegó la fragata “Florentina”, trayendo ordenes del ministro de marina Valdés para que se pusiese al mando de una escuadra, para llevarle a Algeciras donde se estaba organizando, con la misión de socorrer a Ceuta y bombardear Tánger, para levantar el sitio que los moros estaban dando a Ceuta, saliendo de Palma el 25 de noviembre y llegando a Algeciras, el 7 de diciembre, una vez más obedeció las órdenes demostrando, como siempre, que su valor y gallardía estaban dispuestos en todo momento a darlo todo por su patria. A su llegada el enfrentamiento había terminado, anunciándose la llegada a Madrid de unos enviados por el sultán, para tal propósito.
Barceló, ante esta nueva situación, arrió su insignia de la fragata “Florentina”, pero por su conocimiento del carácter de los musulmanes, no quedó contento con este fin tan a desuso para él, por lo que se embarcó en un jabeque y se dirigió a Ceuta, allí estudió las posiciones enemigas, situadas alrededor de la ciudad, previendo el que las cosas no fueran tan bien como parecía y si por acaso se tenía que actuar de otra manera, lo mejor era inspeccionar todas las posibilidades de defensa.
Efectivamente sus previsiones se cumplieron, las negociaciones fracasaron y se declaro la guerra. Pero como ya había ocurrido, las intrigas consiguieron que no se le diese el mando de la escuadra y eso que se le había llamado expresamente para ello, dándole el mando al general Morales de los Ríos, jefe de las fuerzas navales del Mediterráneo. Molesto por esta discriminación, lo puso en conocimiento del Rey, quien con fecha 4 de enero de 1792, ordenaba se le diese el mando de la escuadra reunida en Algeciras, que esta compuesta por las fragatas “Perpetua” y “Santa Rosalía”, las dos de 34 cañones, los jabeques “San Blas”, “San Leandro”, y “África”, con cuarenta y cuatro lanchas distribuidas en tres divisiones y una flotilla de buques menores.
El invierno fue muy duro, con temporales que obligaban a estar en puerto, además el sultán había fallecido en un combate contra su hermano Muley Jehen, lo que unido a la imposibilidad de efectuar lo previsto, el día 12 de junio se firmó el decreto de disolución de la escuadra. Barceló, afligido se volvió a su tierra.
Como el problema no se había solucionado, al poco tiempo hubo de reanudarse la guerra, pero Barceló ya no fue llamado. Se le dio el mando poniendo al frente de la escuadra al general Morales de los Ríos, que aunque no consiguió muchas victorias, si lo hizo bien frente a Tánger, lo que le supuso ganar el título de conde.
Don Carlos Martínez-Valverde, dijo: “Fue Barceló un general muy discutido en su tiempo. No tuvo muchos amigos entre los jefes de la Armada, pero contaba con numerosos émulos. Contribuía a ello seguramente su tosquedad en el hablar y lo brusco de sus modales, como también la expresión de suspicacia que le hacía tener su sordera, defecto que le ennoblecía por haber sido causado por el estampido de los cañones. Su cara tampoco era muy atrayente, sobre toso después que la cruzó la cicatriz de una de sus herida. Su instrucción se limitaba a saber escribir su nombre. Pero si bien no tenía muchas simpatías entre los jefes, era en cambio el ídolo de sus marineros. Con ellos se mostraba cariñoso y afable y les trataba con familiaridad, no obstante ser con ellos exigente hasta el extremo, cuando la ocasión lo pedía”.
Ya en su retiro de Palma de Mallorca, inducido por las ya comentadas envidias y bajas acusaciones, que sobre él circulaban e intentando rebajar siempre el verdadero mérito y esto en los últimos días de su vida, debió de hacerle mucho daño, incluso acelerar su fin. Falleciendo en Palma de Mallorca el día 30 de enero de 1797 a los ochenta años de edad, reposando sus cenizas en una iglesia de la ciudad.
Para perpetuar su memoria, la patria colocó en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz), en la primera capilla del Este, una lápida con sencilla inscripción que dice así:
A la memoria
del Teniente general
Don Antonio Barceló
ENLACES EN EL TEXTO
Rayo: navío de la Armada Española.
Cayetano Valdés y Flores: marino española.
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