Leopoldo de Gregorio y Masnata, marqués de Esquilache

 

Leopoldo de Gregorio y Masnata, nació en Génova (Italia), el 21 de diciembre de 1700, en el seno de una modesta familia; de donde también eran sus padres: Francisco María de Gregorio y Neroni, y María Úrsula Masnata y Rossi. Años más tarde se establecieron en Mesina (Sicilia), en donde vivirían hasta su muerte. En Mesina, casó en 1722 con Josefa Mauro y Grimaldi, quien falleció después de tener cinco hijos: Francisco, José, Juan, Jerónimo y María.

 



 

 

Se desconocen los inicios de su vida profesional; aunque, se supone que se debió desarrollar en Nápoles, donde estuvo empleado en la intendencia de su ejército. En 1742 acompañó al contingente napolitano que, unido al cuerpo expedicionario español, combatieron en Italia en la guerra de sucesión de Austria. Su carácter abierto y sus desvelos por el bienestar de las tropas le granjearon la confianza del duque de Montemar y del conde de Gages y sobre todo la del marqués de la Ensenada. Debido a la influencia de éstos, llegó a ser, hasta el final de la guerra, el “proveedor general del ejército expedicionario”, lo que le permitió acumular bastantes riquezas. Restablecida la paz, comenzó su carrera política. Galardonado por el duque de Módena con un marquesado, contrajo segundas nupcias el 19 de abril de 1748, por procuración en Barcelona a una joven de veinticuatro años, María Josefa Verdugo y Quijada, que era hija de un comisario de guerra al que había conocido durante las campañas de Italia. De esta unión nacerán siete hijos: Carlos, Antonio María, Manuel, Ángela, María Josefa, María Teresa y María Vicenta. Tras dejar el ejército se encaminó a Sicilia, pero, a su paso por Nápoles, recibió en agosto de 1748, una orden del rey que le nombraba director general y administrador de las aduanas del reino. En pocos años, gracias a su inteligencia, su espíritu juicioso y sus dotes de organizador, logró un considerable aumento en el beneficio de las aduanas, al mismo tiempo que cercenaba eficazmente el contrabando, pero, su ambición apuntaba a mayores destinos.

Apoyado por la duquesa de Castropignano, el embajador de Francia marqués de Ossun, y, sobre todo, gracias a su incansable afán de trabajo, se atrajo la confianza, del rey. Por eso, al dimitir, el 10 de agosto de 1753, el anciano marqués de Brancaccio de la Secretaría de Estado de Hacienda, le sustituyó Leopoldo, al que se le encargaron, poco después, los departamentos de Guerra y Marina. En 1755, le fue concedido el título de marqués de Esquilache y desde entonces compartió —a pesar de no congeniar— con Tanucci, el favor regio. Se le acusaba de hablar mucho, a veces de ser indiscreto, y de intentar hacerse una clientela, distribuyendo el dinero y los favores regios. Esquilache realizó en unos años una obra considerable: consiguió equilibrar el presupuesto de la Monarquía de las Dos Sicilias, reforzar su ejército y su marina y dar un fuerte impulso a las obras públicas.

 



  

Estos antecedentes explican las disposiciones tomadas por el rey Carlos antes de emprender su viaje a España para entrar en posesión del trono. De una parte, dejó a Tanucci en Nápoles, al cuidado de su hijo menor y sucesor; y, por otra parte, se llevó a Esquilache, para asignarle la gestión de Hacienda. El marqués, condecorado con el grado de teniente general, embarcó con la Familia Real en el Fénix, mientras su esposa y sus hijos subían a bordo del Terrible, el 6 de octubre de 1759. Después de una breve estancia en Barcelona, del 17 al 22 de octubre, continuó viaje junto al rey rumbo a Madrid, donde entrarían el 9 de diciembre. El día anterior, en Alcalá de Henares, mediante un Real Decreto había sido nombrado el marqués, secretario de Estado y del Despacho de Hacienda, en sustitución del conde de Valdeparaíso. Mas tarde se le confirieron el gobierno del Consejo de Hacienda, el 12 de diciembre de 1759; la Secretaría de Estado y de Guerra, vacante por la dimisión de Wall, el 9 de octubre de 1763; y una plaza de consejero de Estado, el 16 de febrero de 1764, siendo además premiado con hábitos de la Orden del Águila Blanca de Polonia en 1763 y de San Genaro en 1765.

En el transcurso de sólo seis años, y pese al coste de una guerra a la que no era proclive, el marqués tomó una serie de medidas. Así en Hacienda se reforzaron las providencias para el manejo de las rentas; se revisaron cuentas atrasadas; se implantó la Real Lotería; se suprimieron empleos inútiles; se redimieron bienes de la Corona enajenados; se establecieron montepíos de viudas de militares y empleados civiles; se impulsó el pago por el clero de los derechos sobre bienes de manos muertas estipulados en el concordato; se autorizó el libre comercio de los granos; se organizaron los propios y arbitrios de los pueblos. En cuanto a la milicia pertenecen las disposiciones relativas a las ordenanzas de reemplazo; a la mejora de las fábricas de artillería; a la fundación del Colegio de Artillería de Segovia. En lo referente a las obras públicas, la construcción o continuación de la red de carreteras reales; la limpieza, enlosado y nuevo alumbrado de las calles de Madrid; la edificación de las casas de correos y aduanas. En la seguridad pública y policía, se debieron las medidas de vigilancia contra los vagabundos, malhechores y pretendientes; y también la prohibición de llevar armas cortas y de fuego. En este último tema, obedecía el bando del 10 de marzo de 1766 prohibiendo el uso en la Corte del traje de capa larga y sombrero redondo para el embozo, que desencadenó los disturbios conocidos bajo el nombre de motín de Esquilache.

 



 

El estallido popular se produjo en Madrid el domingo de Ramos, 23 de marzo de 1766, al grito de “¡Viva el Rey! ¡Muera Esquilache!”, los amotinados se dirigieron al domicilio del marqués, la casa de las Siete Chimeneas con ánimo de darle muerte, aunque la registraron sin encontrar a los dueños. La marquesa, que había salido de paseo a las Delicias, sin embargo, tuvo tiempo de pasar por casa a recoger sus alhajas y huir luego disfrazada para refugiarse en el convento de las Salesas, donde se educaban dos hijas suyas. En cuanto a Esquilache, se había ido a comer con unos amigos en el Real Sitio de San Fernando; a su regreso, llegado a la puerta de Alcalá, se enteró de los sucesos, se disfrazó y, se encaminó al Palacio Real, donde al poco tiempo llegó también su mujer. El día 24 de marzo se anunció el cese de Esquilache, quien con su familia acompañó al Rey y a la Corte a Aranjuez. En la noche del 26 al 27 de marzo, los marqueses y sus hijos partieron para Cartagena, escoltados por seis guardias de corps y dos oficiales. El 1 de abril Carlos III escribió a Tanucci para encomendarle a Esquilache, que estaba preparado para volver a Nápoles, a donde llegó el 6 de mayo, siendo acogidos fríamente.

Esquilache presentaba un comportamiento tranquilo, y no sólo se declaraba satisfecho de lo que había hecho, sino que tenía el deseo de conseguir otra vez un ministerio o a lo menos una embajada en Italia. Aunque, en realidad aspiraba a un puesto cualquiera que satisfaciera su honor. Sin embargo, tuvo que esperar, y el 21 de julio de 1766, desengañado y amargado se decidió a marchar a Mesina con su mujer y los hijos que se habían llevado. Allí vivieron holgadamente, disfrutando de su cuantiosa fortuna y de dos pensiones regias. Al cabo de un tiempo, regresaron a Nápoles, donde, el marqués, recibió el nombramiento de embajador de España cerca de la República de Venecia, el 23 de junio de 1772, desempeñando este cargo durante trece años, hasta su muerte, el 13 de septiembre de 1785.

Ramón Martín

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