Jerónimo Grimaldi

 


Pablo Jerónimo Grimaldi y Pallavicini, nació en Génova (Italia) en torno al 1709. Tras recibir órdenes menores —como abate—, llegó a Madrid en 1734, donde fue nombrado enviado extraordinario de la República de Génova ante Su Majestad Católica, recibiendo su primer despacho el 21 de diciembre de 1739. En 1746, pasó al servicio de España al recibir, gracias a intercesión del príncipe de Campoflorido —hombre de confianza del clan de los “vizcaínos” y de la clientela de Isabel de Farnesio en la Corte española— se le encargó una comisión secreta como embajador extraordinario ante la Corte de Viena,  para negociar un tratado de paz, el 22 de febrero de 1746, que no se pudo concluir con éxito, a pesar de estar durante dos años.

Desde entonces es conocido como marqués de Grimaldi, siendo designado, el 7 de julio de 1749, ministro plenipotenciario de España en Suecia; donde permaneció hasta ser enviado el 8 de agosto de 1752, en misión ante el rey de Inglaterra en su visita a su electorado de Hannover. Terminada dicha misión, regresó a Madrid, donde, el 10 de septiembre de 1753, fue nombrado embajador en las Provincias Unidas. Llegó a La Haya el 25 de febrero de 1755. Regresó a Madrid, donde permaneció desde el 9 de diciembre de 1757 al 26 de marzo de 1760, teniendo oportunidad de conocer al nuevo rey Carlos III, que será de gran importancia para su futura carrera. El 14 de mayo de 1760 vuelve a La Haya, recibiendo instrucciones para intervenir en las conversaciones, como mediador, entre Francia e Inglaterra, con el objetivo de evitar el reparto entre ambas potencias de las “islas neutras” (Tobago, Dominica, Santa Lucía y San Vicente). Al final de esta misión obtuvo, el 14 de enero de 1761, el nombramiento de embajador ante el rey de Francia Luis XV, hecho que abriría una nueva etapa en su vida política.

Durante su estancia en la Corte de Versalles, estableció sólidos lazos de amistad con el ministro de Asuntos Exteriores, Etienne-François de Stainville, duque de Choiseul, durante las negociaciones del Tercer Pacto de Familia, siguiendo las indicaciones de Carlos III y también su propia inclinación favorable a Francia y contrarias a Inglaterra. Pacto de Familia que, fue firmado el 15 de agosto de 1761, y cuyo texto definitivo fue promulgado el 4 de febrero de 1762. De hecho, el tratado era una alianza hispanofrancesa en contra de Inglaterra, que incluía la cesión por España de las cuatro “islas neutras”, la promesa de Francia de entregar a España la isla de Menorca y la garantía a Felipe de Parma de la posesión del Placentino reclamado por el rey de Cerdeña. La consecuencia inmediata de dicho Pacto de Familia (al que no se habían adherido ni Fernando IV de Nápoles ni Felipe de Parma) fue la entrada de España en la Guerra de los Siete Años tras la ruptura el 4 de enero de 1762, de las hostilidades por parte de los ingleses; una guerra desfavorable para las armas hispanofrancesas y que se saldó con la Paz de París, el 10 de febrero de 1763, y que fue negociada por Grimaldi como plenipotenciario con el duque de Bedford y que significaba para España, frente a la recuperación de La Habana y Manila ocupadas por los ingleses, y la devolución de la colonia de Sacramento, la renuncia a la isla de Menorca, la cesión de las dos Floridas, el abandono de las reivindicaciones sobre la pesca en Terranova, la concesión de la libre corta de palo tintóreo en Honduras y el reconocimiento de la libre navegación por el Mississippi. Como compensación, Francia cedía a España el territorio de Luisiana. La rapidez, por parte española, de la conclusión de dicha paz se debió a la ansiedad por la devolución de La Habana y Manila, lo que le valió a Grimaldi el respaldo por parte de Carlos III, que escribía: “Grimaldi ni ha sido ni ha hecho más de lo que yo he querido”. La cesión francesa de la Luisiana pareció una adecuada compensación a la pérdida de la Florida.

Con el Pacto de Familia y la Paz de París se inició una época de tranquilidad hispanofrancesa que se alargó hasta el año 1770, cuando se produjo la caída de Choiseul y el conflicto de las Malvinas, que sometería a una dura prueba la firmeza de la alianza. En este período se dio solución a la cuestión del Placentino. Así, la firma el 10 de junio de 1762, del convenio de París permitió la reversión de Piacenza y el Placentino al duque de Parma, mediante una compensación económica al rey de Cerdeña.

El 1 de septiembre de 1763, Grimaldi fue promovido a primer secretario de Estado, lo que comportaba la dirección de la política internacional, además de la protección de las reales academias o el cuidado del real patrimonio; así como la intervención, junto al resto de ministros, en las demás cuestiones de gobierno. Carlos III ordenó en noviembre de 1763 que Grimaldi, el marqués de Esquilache (secretario de Hacienda y de Guerra), y Julián de Arriaga (secretario de Marina e Indias), se reuniesen semanalmente para discutir los asuntos de Estado, algo que ha sido interpretado como un primer despacho colectivo de ministros, aunque la exclusión del secretario de Gracia y Justicia le privase de ser precedente del consejo de ministros. Interrumpidas estas reuniones en algún momento, se reanudaron en febrero de 1776 para atender los asuntos de política internacional. Este fructífero periodo de Grimaldi acabará con su dimisión el 9 de noviembre de ese mismo año, superando momentos difíciles como los acaecidos a causa del Motín de Esquilache en 1766, cuando fue notorio el clamor popular contra los ministros extranjeros.

 




Grimaldi vivió, como secretario de Estado, un período de relativa calma entre el fin de la Guerra de los Siete Años y el comienzo de la Guerra de la Independencia de las Trece Colonias, en la que España participó sólo a partir del año 1779, cuando ya se había producido su relevo en la dirección de la política exterior. Por lo que, su atención se centró en otros frentes que no constituían el eje principal de la lucha por la hegemonía entre las grandes potencias. Aparte de promover reformas en la diplomacia, como la creación del cargo de agregado de embajada para jóvenes en formación o la supresión de la legación en los Cantones Suizos, cediendo la gestión al embajador español en la Corte de Turín, hubo de interesarse por el triple frente de Europa, América y los estados musulmanes. En el primero de estos escenarios, hay que poner en negativo el retroceso en favor de Austria de la influencia española en Italia, lo que supondría la caída de Tanucci y la ruptura con Madrid en 1778, y la boda de la archiduquesa María Amalia con Fernando de Parma, que iría en detrimento pese a la imposición por parte de Grimaldi de José Agustín de Llano como secretario de Estado en 1771. En cambio, continuó con éxito la política de Wall con respecto a Rusia, dada la preocupación existente en España por la presencia rusa en las costas americanas del Pacífico y por una presunta alianza de la zarina Catalina II con Inglaterra.

En el marco de las relaciones con Roma, hay que considerar su intervención en un asunto de tanta trascendencia como fue la expulsión de los jesuitas y la disolución de la Compañía de Jesús. Debe recordarse la posición claramente regalista de Grimaldi, tanto en la cuestión de los beneficios eclesiásticos, como su posición contraria a los miembros del clero regular, que a su juicio “son los que aniquilan la Monarquía, los que la despueblan y fomentan sus atrasos, su ignorancia y superstición, los frailes, al amparo de su indudable influencia entre las clases populares son infinitos, les conviene la independencia y desorden, y llaman hereje al que procura el remedio, y como tienen ganado al vulgo y a los entendimientos débiles vencen al fin y aun escarmientan a los bien intencionados”.

En América, un tema que siempre suscitó su interés, las cuestiones más graves que hubo de atender fueron las relativas a la frontera con los territorios portugueses y la defensa de las islas Malvinas. En la primera cuestión, el ambiguo proyecto de “Tratado de Unión y Defensa Recíproca” con Portugal, preparado por él, no condujo a ninguna resolución y las diferencias se mantuvieron hasta la ocupación de la isla de Santa Catalina y la colonia de Sacramento, entre los meses de marzo y junio de 1777 y las firmas de los tratados de San Ildefonso (en octubre de 1777) y El Pardo (en marzo de 1778), ya con Floridablanca como secretario de Estado. Las Malvinas, situadas en una posición estratégica en la ruta del cabo de Hornos, se habían convertido en objeto pretendido por franceses e ingleses. Así, mientras Antoine-Louis de Bougainville fundaba Port Louis en la Malvina oriental, en 1764, una expedición inglesa al mando del capitán John McBride fundaba Port Egmont en la Malvina occidental, dos años después. España obtuvo de Francia el abandono de su colonia, fundando Puerto Soledad en 1767, pero no consiguió que aplicaran las cláusulas del Pacto de Familia para apoyar a España contra Inglaterra. Este “desengaño” obligó al gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucareli, a enviar una expedición naval, en junio de 1770, que expulsó a los ingleses, lo que provocó una gran tensión, que no se resolvió hasta que el embajador español en Londres, el príncipe de Masserano, aceptó el retorno a la situación anterior, aunque manteniendo el principio de la soberanía hispana sobre las islas, el 22 de enero de 1771, que finalmente serían abandonadas por Inglaterra el 22 de mayo de 1774. Este conflicto tuvo como efecto la consolidación de Grimaldi, partidario de una política de conciliación con Inglaterra, frente al “partido aragonés” del conde de Aranda, más antibritánico, quien en 1773 fue exonerado de la presidencia del Consejo de Castilla y puesto a la cabeza de la embajada de París, que se convertiría en la capital de la oposición política al ministro genovés.

Grimaldi también se ocupó activamente de las relaciones con Marruecos. El deseo de acercamiento por parte del sultán Mulay Muhammad ibn Abdallah, condujo al envío de una misión presidida por Bartolomé Girón en 1762, a la embajada encabezada por Sidi Ahmed El Gazel, al establecimiento de relaciones diplomáticas, nombrando en noviembre de 1776, a Jorge Juan Santacilia como embajador, a la creación de un consulado general en Larache y de dos viceconsulados en Tánger y Tetuán y, finalmente, a la firma del primer tratado de paz y comercio, el 28 de mayo de 1767, que implantaba la navegación libre por el estrecho de Gibraltar, el derecho de España a la pesca en aguas marroquíes y la creación de una comisión mixta para resolver los posibles conflictos en las zonas fronterizas con los plazas españolas. Más desafortunada fue la política con Argel. Los continuos ataques de sus corsarios contra naves españolas indujeron a Grimaldi a enviar contra aquella plaza una escuadra, desde Cartagena, al mando de Pedro González Castejón. Su responsable militar, Alejandro O’Reilly, cometería graves errores, sufriendo una completa derrota, que, dejó seiscientos muertos y gran cantidad de heridos, aunque, noticias extraoficiales las elevaron hasta seis mil. El desastre de Argel minó la posición de Grimaldi, dirigida por el conde de Aranda, y hubo de presentar su dimisión como secretario de Estado a Carlos III, el 9 de noviembre de 1776, garantizándose su sucesión en la persona de Floridablanca, a quien a su vez relevaría en la embajada de Roma, el 17 de enero de 1777.

La última etapa de la vida de Grimaldi transcurrió en Italia. Tras dejar Madrid, el 22 de febrero de 1777, llegó el 1 de diciembre a Roma, donde se mantuvo hasta pedir licencia para pasar a Génova, el 13 de noviembre de 1783 y presentar su dimisión, el 27 de noviembre de 1784, que fue aceptada el 21 de diciembre, regresando a su ciudad natal, donde permanecería dedicado a actividades privadas hasta su muerte, el 1 de octubre de 1789.

Ramón Martín


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