Alejandro Farnesio
Alejandro Farnesio, tercer
duque de Parma y de Piacenza, nació en Roma, el 27 de agosto de 1545. Era hijo
de Octavio Farnese, segundo duque de Parma y Piacenza, y de Margarita, hija
natural de Carlos I.
Octavio se alió, en septiembre de 1544, con Francia para recuperar Piacenza, que
estaba en poder de las tropas de Carlos I, donde Pedro Luis, su padre (primer
duque) resultó asesinado. El 15 de septiembre de 1556, en Gante, se pactó un
acuerdo entre Felipe II
y los Farnesio, por el cual, estos quedarían sólidamente unidos a España. Por
dicho pacto, Felipe II les restituyó la villa y el ducado de Piacenza, reservándose
la ciudadela y reclamando a su joven hijo, Alejandro, para residir y ser
educado en España, como una especie de rehén. Por lo tanto, a finales de 1556, Alejandro
Farnesio, abandonó Parma, acompañado de su madre, para continuar su formación
en los Países Bajos. Allí conoció y trató a los grandes consejeros del monarca
español, formando parte del cortejo, junto a su madre, que acompañó al rey
Felipe II en su viaje a Inglaterra, para convivir con su esposa María Tudor,
con la esperanza de conseguir un descendiente, de donde regresó, en septiembre
de 1559, junto a Felipe II y su Corte a España. Ya en la Corte recibió la
esmerada educación reservada a la nobleza, dirigido por el humanista Francesco
Luisini, mostrando su viva inteligencia; aunque le gustaba más de la
equitación, la caza y los deportes. Desde los trece años, hizo una gran amistad
con don Juan de Austria,
hermanastro de Felipe II, que era casi de su misma edad; amistad que duraría
hasta la muerte de don Juan. No es de extrañar que congeniaran, ya que ambos
poseían un carácter similar, si bien Farnesio era más ponderado y tenía mayor
control de sí mismo.
En
Alcalá, en 1561, ambos pasaron un breve tiempo con el infante don Carlos
estudiando bajo la dirección de sus respectivos mayordomos y del humanista
Honorato de Juan, hasta que la caída sufrida por el infante, en abril de 1562,
que tanto le afectó, aconsejó separarlos, y don Juan y Farnesio volvieron a
Madrid. En 1559 la madre de Farnesio, Margarita, fue nombrada gobernadora de
los Países Bajos. Al tratar del matrimonio de Alejandro, sus padres deseaban
una princesa italiana, para conseguir mejores relaciones con los duques de
Mantua, mientras que, Felipe II deseaba un matrimonio con la infanta portuguesa
María, nieta del rey don Manuel,
casi siete años más joven que Farnesio. El enlace se verificó en Bruselas el 8
de noviembre de 1565. El 16 de mayo del año siguiente fue autorizado a marchar
a Parma, donde estaba su padre el, instalándose el nuevo matrimonio en el
palacio episcopal. La princesa permaneció dedicada a obras de beneficencia; tuvieron
tres hijos: Ranuccio, que sucedió a su padre en el ducado de Parma y Piacenza;
Odoardo, cardenal en 1591; y Margarita, que se casó con Vicenzio, duque de
Mantua. Alejandro continuó galanteando a damas y practicando la esgrima, la
caza y la equitación. Tenía pasión por los caballos y perros de caza. Su madre,
Margarita, en septiembre de 1567, cuando el duque de Alba fue nombrado capitán
general de los Países Bajos, solicitó su relevo, lo que Felipe II le autorizó,
reuniéndose en Parma con su marido e hijo a finales de 1568.
La
vida ociosa de Parma no complacía a Farnesio, que soñaba con aventuras
militares. La ocasión se presentó al constituirse, el 20 de mayo de 1571, la
Santa Liga contra el Turco entre la Santa Sede, la República de Venecia y
España, de la que don Juan de Austria, gracias a su victoria en la guerra
contra los moriscos granadinos, fue nombrado jefe supremo. Farnesio escribió al
rey para que le autorizara a servir a las órdenes de su tío y amigo de su
infancia, a lo que obtuvo consentimiento. Por lo que, el 27 de julio de 1571, se
reunió, en Génova con don Juan, que le admitió en su consejo de guerra y le
entregó el mando de las tres galeras de la República de Génova. De esta forma participó
en el gran triunfo de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, demostrando su arrojo
al abordar una galera turca y apoderarse de los dineros destinados a pagar a
marineros y jenízaros. El año siguiente en el fracasado asedio de Navarino, en
el Peloponeso, mostró nuevamente su gran valor y sangre fría para retirarse a
tiempo de una emboscada que habían tendido los turcos a las tropas cristianas
que había desembarcado el 4 de octubre de 1572. Disuelta la Santa Liga, don
Juan se dirigió a la conquista de plazas en el norte de África, volviéndose
Farnesio a Parma. Al perderse Túnez, Felipe II ordenó a don Juan regresar a
España.
El
monarca español estaba preocupado por los Países Bajos, donde Luis de
Requesens, que había sustituido a finales de 1573 al duque de Alba, poniendo en
práctica una política más conciliatoria, falleció en marzo de 1576, dejando un
vacío de poder y un ejército amotinado, que con el brutal saqueo de Amberes se
había ganado el odio de los naturales del país. Ante esto, Felipe II designó
gobernador a su hermanastro don Juan, que el 12 de febrero de 1577, tras muchas
discusiones con los Estados Generales, accedió a firmar el llamado Edicto
Perpetuo, donde se contemplaba la salida de las tropas españolas hacia
Italia. Más don Juan no podía permanecer inactivo y rompió el convenio,
apoderándose el 25 de junio de 1577 de la ciudadela de Namur. Esta acción fue
mal acogida en Madrid, donde se desconfiaba de los contactos que don Juan
mantenía con la familia francesa de los Guisa y con el Papa, tramando casarse
con María Estuardo e instalarse en el trono de Inglaterra. Don Juan, ante las
dificultades, pidió al rey que se le autorizara a llamar a Farnesio, en quien
confiaba plenamente. Éste, estaba dispuesto a colaborar con su viejo amigo; además
se hallaba libre, pues su esposa, María de Portugal, acababa de fallecer el 8
de julio; por lo que, el 17 de diciembre, llegó a Luxemburgo, donde le esperaba
don Juan, que le dio el mando de la caballería, a lo que Alejandro rehusó
prudentemente, pues sabía que el cargo lo ambicionaba Octavio Gonzaga, con
quien no quería indisponerse. Don Juan, dispuesto a guerrear, forzó a Felipe II
a que ordenara el regreso de los tercios. Disponía así de fuerzas suficientes para
ganar una batalla que le diera autoridad. Aprovechando que varios jefes valones
se desplazaron a Bruselas, para participar en la boda de uno de ellos, el
ejército español se lanzó al ataque, obteniendo un triunfo resonante en
Gembloux, cerca de Namur, el 31 de enero de 1578.
La
perspicacia y pericia de Farnesio fueron decisivas en esta importante victoria,
pues aprovechó la debilidad fortuita del enemigo, el cual, sorprendido, optó
por la retirada y no tuvo ocasión de combatir. El triunfo fue rotundo, por lo
que era una buena ocasión para marchar sobre Bruselas, pero don Juan carecía de
dinero, a pesar de que se conquistaron varias ciudades del Brabante oriental y
Farnesio rindió alguna plaza fuerte del Limburgo, el 15 de junio de 1578, disponiéndose
a conquistar Maastricht. Don Juan, desilusionado por el fracaso de sus planes
personales (el asesinato de su secretario, Juan Escobedo,
en Madrid, los había desvanecido) y aquejado de fiebres tifoideas, se había
retirado a Namur, donde expiró la noche del 1 de octubre a la edad de treinta y
tres años. Antes de fallecer había nombrado sucesor a su sobrino Alejandro
Farnesio, que fue confirmado por Felipe II. Tenía treinta y cuatro años; era de
talla media, cuerpo delgado, aunque musculoso, y en su rostro, bronceado,
destacaban sus ojos negros. En su madurez, su arriesgado carácter, había
adquirido una gran prudencia. Estas dotes hacía de él un jefe ejemplar, querido
por sus soldados, que le seguían sin vacilar, pues les trataba con afabilidad y
que conocía a muchos de ellos por sus nombres. Ejercía su autoridad manteniendo
la disciplina, pero mostrándose implacable con los insubordinados. Vestía con
magnificencia y gusto, aun en campaña. Era generoso en demasía, rasgo del que
se le acusó ante el monarca. Desde los treinta años padeció gota, que le
atormentaba con frecuencia. No era locuaz y ante los asuntos importantes,
reunía a su consejo, le escuchaba, y después tomaba la decisión que consideraba
oportuna.
A
pesar de estas cualidades, Felipe II, aconsejado por Granvela, quiso que su
madre, Margarita de Parma, la antigua gobernadora, llevara los asuntos de
gobierno y su hijo se consagrara al mando del ejército y a las campañas
militares. A Margarita, ya mayor y enferma, no le apetecía dejar Parma y volver
a un puesto que le suscitaba amargos recuerdos, pero obedeció y llegó a Namur
en 1580. Tampoco agradó a Farnesio que le pusieran limitaciones en su cargo,
por lo que mientras su madre residió en Flandes, las relaciones entre ambos,
anteriormente tan estrechas y cordiales, se relajaron y tuvieron algunos
enfrentamientos. Margarita pidió en varias ocasiones su relevo, que no se le
concedió hasta 1583, regresando a Parma a reunirse con su esposo.
Tras
la victoria de Gembloux, los españoles se apoderaron del Limburgo manteniendo
Namur y el ducado de Luxemburgo. Pero quedaba aún mucho territorio por
reconquistar. Farnesio efectuó una reforma del Ejército y del Consejo de Estado,
donde tenían lugar preeminente el conde Pedro Ernesto de Mansfelt, maestre de
campo general, y Octavio Gonzaga, general de la caballería, que no se entendían
bien, por lo que Farnesio hubo de limar sus discordias, aunque sus hombres de
confianza eran su secretario, el italiano Cosme Massi, y el presidente del
Consejo, el valón Jean Richardot. Con la llegada de tropas de socorro y el dinero
suficiente para pagar buena parte de los atrasos a la caballería, el soberano
le concedió facultades para negociar con los rebeldes sobre la base del
acatamiento de la autoridad de la Corona y la profesión del catolicismo. Aunque
los brillantes éxitos que obtendría en el futuro fueron debidos a sus
cualidades militares habilidad negociadora, no debe olvidarse que también
contribuyeron a ellos las diferencias entre sus enemigos y a que dispuso de
mayores sumas de dinero que los gobernadores que le antecedieron. Fueron estos
años ochenta una de las décadas del siglo XVI en que llegó la plata americana a
España en mayor abundancia.
La
idea de Farnesio consistía en apoderarse de una plaza importante y emprender
negociaciones con los señores valones para tenerlos asegurados. La posibilidad
de recuperar la confianza de las provincias meridionales venía facilitada por
la creciente tensión existente entre ellas y las provincias del norte. Los
intentos de Guillermo de Orange de frenar a los calvinistas del sur, como Bruselas
o Gante, buscando la unión del país contra el España, fracasaron, pues se
impusieron una especie de comités de defensa elegidos por los gremios. Estos
comités trataron de ofrecer la soberanía de los Estados de las provincias
meridionales al duque de Alençon, hermano del rey de Francia, lo que repugnaba
a los del norte por tratarse de un francés y, además, católico; preferían a un
alemán, a ser posible protestante. Los excesos de los calvinistas en algunas
ciudades norteñas provocaron una reacción en las provincias valonas, que en
enero de 1579 acordaron formar una Unión en Arrás, a la que correspondieron,
más tarde, las del norte con la Unión de Utrecht. Esta ruptura, que prefiguraba
la actual formación de Bélgica y Holanda, no significaba que las provincias
valonas hubieran vuelto a la obediencia del soberano español. Farnesio,
combinando la astucia diplomática con los éxitos militares, consiguió atraerlas.
Por el tratado de Arrás de 17 de mayo de 1579, los representantes de las
provincias de Artois, Hainault y Flandes valona aceptaban la soberanía española
y se comprometían a mantener el catolicismo como religión única, a cambio del
pago de sus tropas y de la partida de los tercios. Farnesio ratificó los
privilegios de tales provincias y prometió retirar de cargos civiles y
militares a los extranjeros.
Para
rematar este éxito buscó un importante triunfo militar, que obtuvo a finales de
1579 al conquistar la estratégica plaza de Maastricht. Pero necesitaba más
tropas, y consiguió convencer a los miembros de la Unión de Arrás que aceptaran
los tercios españoles con una serie de garantías. A fines de 1582, Farnesio
tenía bajo su mando casi sesenta mil hombres, incluyendo cinco mil españoles y
cuatro mil italianos. Aprovechando las disensiones de los enemigos, Farnesio
redujo durante los años 1582 y 1583 ciudades tan importantes como Iprés, Brujas
y Gante; en marzo de 1585, Bruselas, y el 17 de agosto la gran metrópoli
comercial de Amberes. Se cuenta que cuando llegó la noticia a España era de
noche, pero Felipe II no pudo contener su alegría y se levantó inmediatamente
de la cama para anunciar con gran excitación a su hija Isabel: “Amberes es
nuestra”. Fueron estos años los de mayor éxito de Farnesio, reconocido en
toda Europa. El monarca español le concedió la máxima condecoración de los
Habsburgo, el Toisón de Oro, y, además, la muerte de su padre, Octavio, el 18
de septiembre de aquel mismo año 1585, le convirtió en duque de Parma y
Piacenza. Los Países Bajos meridionales —la actual Bélgica— eran nuevamente
españoles. Sólo las cinco provincias de Holanda, Zelanda, Utrecht, Frisia y
Groninga resistían, así como parte de Güeldres, pero los rebeldes se hallaban
desunidos y desmoralizados. Isabel de Inglaterra,
asustada por el avance español, firmó el 20 de agosto de 1585, con los rebeldes,
el Tratado de Nonsuch, por el que acordaba suministrarles ayuda militar
bajo mando inglés. Pero el duque de Leicester no pudo impedir que Farnesio se
apoderara de Sluys (La Esclusa), en las bocas del Escalda, en agosto de 1587.
Su
decisión de reducir a las provincias del norte fue frenada por la determinación
de Felipe II de conquistar Inglaterra, algo que venía gestando desde 1585, y
que se convirtió en decisión firme tras la ejecución de María Estuardo el 8 de
febrero de 1587. La empresa estaba preparada. La estrategia que seguir había
sido aceptada por el Rey después de consultar con el almirante Álvaro de Bazán,
marqués de Santa Cruz, y con el propio Farnesio. La intervención de éste era
decisiva, ya que su ejército, embarcado en gabarras a la llegada de la Armada a
las costas de Flandes y escoltadas por ella, debía poner pie en la costa
inglesa. Este fue el punto más discutido, pues exigía un alto grado de
coordinación. A Farnesio le disgustaba el proyecto, ya que posponía sus planes
de reconquista de los Países Bajos; además, pensaba que la operación era
excesivamente arriesgada y que era muy probablemente que terminara en un
fracaso. Había que asegurar que los franceses no pusieran obstáculos al paso de
la Armada. Para ello, se contaba con el levantamiento de la Liga Católica en
París, encauzada por el embajador español, Bernardino de Mendoza junto al duque
Enrique de Guisa, pero el pueblo parisino se precipitó y la insurrección se
produjo en mayo de 1588, antes de que la Armada llegara al Canal de la Mancha.
Pero
el proyecto español era demasiado conocido, y al llegar los galeones españoles ante
Calais, a comienzos de agosto, se encontraron con una escuadra inglesa,
mientras que en Flandes pequeños barcos holandeses sin quilla patrullaban con
facilidad por los bajos fondos de la costa de Dunkerque y Nieuwport, decididos
a evitar el embarque de las tropas de Farnesio. Era imposible que los galeones
se acercaran a puerto, así como que las barcazas preparadas por Farnesio
salieran sin la necesaria protección para alcanzar a los buques de la Armada.
Por esto, la operación fundamental: el encuentro entre la Armada y las barcazas
de Farnesio nunca llegó a realizarse. Los ingleses lanzaron barcos incendiados
contra la Armada, rompiendo su formación, al tiempo que fuertes temporales la
forzaron a levar anclas y, hostigada por el enemigo, poner rumbo hacia el
noroeste. En Madrid quedarían sospechas de que Farnesio no estaba preparado, en
el momento oportuno, para acudir a unirse a la Armada.
En
julio de 1584, Orange fue asesinado por mandato español. Una decisión que no
gustó a Farnesio por considerarla contraproducente, y los rebeldes de las
Provincias Unidas del Norte nombraron al joven hijo del príncipe, Mauricio de
Nassau, capitán general, ayudado por su primo Guillermo-Luis de Nassau, que se
revelaron como excelentes estrategas. Los proyectos de Farnesio encaminados a
avanzar en el norte fueron nuevamente interrumpidos al ser llamado por Felipe
II para intervenir en Francia, donde había sido asesinado, en agosto de 1589,
el rey Enrique III, y se planteaba el problema de la
sucesión, ya que no dejaba hijos. Éste, antes de morir había designado como
sucesor, al líder de los hugonotes, Enrique de Borbón, príncipe de Bearne y rey
de Navarra. Pero la mayoría de los franceses se oponía a admitir a un rey
hereje y excomulgado por la Santa Sede. El Borbón, un gran soldado, consiguió vencer
al duque de Mayenne, jefe de la Liga Católica, y puso sitio a París, que
resistió heroicamente durante cuatro meses. El embajador español, Bernardino de
Mendoza los animaba a esperar la llegada de los socorros prometidos por Felipe
II. Farnesio, que sufría fuertes ataques del enemigo, no veía el momento de
abandonar los Países Bajos, donde se perdería lo conseguido, lo que comunicó al
rey, quien le contestó que el problema de Francia era prioritario, conminándole
a acudir a desbloquear París. Farnesio partió el 16 de agosto desde Bruselas,
cruzó la frontera, reuniéndose en Meaux con las tropas de la Liga, y se dirigió
hacia París. El Borbón acudió a cortarle el paso. Pero Farnesio, durante la
noche, realizó una hábil maniobra y se apoderó el 7 de septiembre de Lagny,
llegando a las orillas del Marne pocos días después, con lo que quedaban
abiertos todos los accesos por tierra y agua a la capital. Trató con los jefes
de la Liga del proyecto de instalar en el trono a la infanta Isabel Clara
Eugenia, y a comienzos de diciembre regresó a los Países Bajos, dejando una
parte de sus soldados en Francia. El desbloqueo de París había sido un éxito,
pero la rápida partida de Farnesio dejó la capital prácticamente en el mismo
estado que antes.
A
su regreso, Farnesio halló los Países Bajos en peor estado de que lo dejó: se
había perdido buena parte de territorio y el ejército, al que no se le había
podido pagar sus soldadas, estaba amotinado. En julio de 1591 se encaminó a
Nimega, sitiada por las tropas de Mauricio de Nassau; pero Felipe II volvió a
reclamarle, esta vez para socorrer la importante ciudad de Ruán, cercada por
las tropas de Enrique de Borbón. Farnesio, tras advertir a Madrid del riesgo
que corrían los Países Bajos, levantó el cerco de Nimega y volvió a entrar en
Francia. Unidas sus tropas a las de Mayenne, continuó hacia la ciudad sitiada.
Negoció nuevamente con los jefes de la Liga sobre los planes para alcanzar los
objetivos previstos por Felipe II, pero prontamente advirtió que no estaban dispuestos
a secundar los designios del monarca español, y no insistió. Siguió camino
hacia Ruán: el Borbón le esperaba en la ruta normal, pero Farnesio escogió otro
camino y logró en abril de 1592 liberar la plaza. En el sitio de Caudebec,
Farnesio fue alcanzado en un brazo por un tiro de arcabuz. A pesar de lo cual,
para desbloquear Ruán, emprendió el asalto a Ivetot. Pero el Borbón era
superior en número y le tuvo entretenido durante quince días con constantes
escaramuzas. Este retraso sería fatal, pues el estado de salud de Farnesio, que
no había podido curarse de la herida del brazo, empeoró hasta el punto de que
hubo de dirigir las operaciones desde el lecho de campaña con ayuda de su joven
hijo Ranuccio. Demasiado débil, decidió retirarse a los Países Bajos, y dando
nuevas pruebas de su gran pericia militar, casi sin poder sostenerse sobre su
caballo, eludió al enemigo, y en julio de 1592 estaba en Flandes.
Aconsejado
por sus médicos, se dirigió a fuente termal de Spa a recuperarse. En cuanto se creyó
mejorado, se dispuso a volver a Francia para continuar la campaña. Pero Felipe
II no contaba con él. Farnesio, al tener noticia de la llegada de Pedro
Enríquez de Azevedo, conde de Fuentes a hacerse cargo de gobierno y ejército,
considerándolo que era una insoportable humillación, realizó un supremo
esfuerzo, y el 11 de noviembre dejó Bruselas decidido a unirse al ejército que
luchaba en Francia, pero al llegar a Arrás, sintió que las fuerzas le
flaqueaban y decidió reponerse unos días en la abadía de Saint Waas, pero la hidropesía
seguía su curso y se hallaba sumamente debilitado. El 1 de diciembre se acostó
a la hora acostumbrada, pero horas después sintió que llegaba su fin. Atendido
por su médico y su confesor, falleció en la madrugada del 2 de diciembre de
1592. Fue llevado a Bruselas, donde se le tributaron solemnes exequias, siendo
sepultado en el mausoleo de Parma.
Ramón
Martín
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