Félix María Serafín Sánchez de Samaniego y Zabala

 


Nacido en Laguardia (Álava), el 12 de diciembre de 1745, en el seno de familia noble y rica. Aprendió a leer y escribir en el hogar paterno, pasando a cursar derecho a la Universidad de Valladolid, donde permaneció dos años, no concluyendo la carrera. En el trascurso de un viaje de placer a Francia se entusiasmó con los enciclopedistas, quedándose una temporada en tierras francesas; allí se le contagió la inclinación a la crítica mordaz contra la política y la religión, que era tan grata a los hombres de su siglo, amén de cierto espíritu libertino y escéptico que le indujo a burlarse de los privilegios, llegando, incluso, a rechazar un alto empleo en la Corte que le ofreció el conde de Floridablanca.

De regreso a España contrajo matrimonio y se estableció en Vergara, donde participó en la Sociedad Patriótica Vascongada, tendente a la difusión de la cultura en los medios populares, llegando a ser presidente. De esta época, las fábulas escritas que habrían de servir de lectura a los alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado de Vergara son su obra más conocida. En 1781 se publicaron en Valencia los cinco primeros libros con el título de Fábulas en verso castellano, y en 1784 apareció en Madrid la versión definitiva, titulada Fábulas morales y formada por nueve libros con 157 fábulas. Las fábulas de Samaniego se inspiran en las obras de los clásicos Esopo y Fedro, y también del francés La Fontaine y del inglés John Gay; todas ellas con una finalidad didáctica. De estilo bastante sencillo y métrica variada, muchas fábulas destacan por su espontaneidad y gracia: La lechera, Las ranas que pedían rey, El parto de los montes, La cigarra y la hormiga, La codorniz, Las moscas, El asno y el cochino, La zorra y el busto o El camello y la pulga. La publicación de las fábulas de Tomás de Iriarte, antiguo amigo suyo, un año después que las suyas, con un prólogo en el que afirmaba que eran "las primeras fábulas originales en lengua castellana", irritó a Samaniego y desató una rivalidad entre ambos escritores que duraría toda su vida. Samaniego llego a publicar en 1782, de forma anónima el folleto satírico: Observaciones sobre las fábulas literarias originales de D. Tomás de Iriarte y, poco después, una parodia del poema La música, también de Iriarte, que tituló Coplas para tocarse al violín a guisa de tonadilla. Siguieron numerosos libelos, que fueron contestados con igual violencia por Iriarte. Sin embargo, cierto espíritu volteriano confería a los ataques de Samaniego una crueldad mayor.

Con la llegada de los Borbones, se produjo un proceso centralizador que entró en litigio con las instituciones forales del País Vasco. En 1783, comisionaron a Samaniego, por la provincia de Álava, para que gestionara los problemas provinciales en la Corte. Allí, su actividad literaria fue intensa; asistió a reuniones y tertulias y gozó de la amistad de nobles y escritores. En las polémicas teatrales de la época, en que participó, defendió el teatro neoclásico y la ideología ilustrada. Esta actividad cultural tuvo más éxito que los progresos en las gestiones que le habían encargado. Tampoco llegó a buen puerto el Seminario para señoritas, que la Vascongada pretendía establecer en la ciudad de Vitoria. De regreso a Bilbao, volvió a llevar su hacienda, bastante olvidada, al tiempo que frecuentaba sus antiguas amistades. En 1792 decidido a llevar una vida más tranquila, se retiró a Laguardia. Pero dos sucesos acabarían con su tranquilidad: por un lado, la invasión francesa de 1793 que dejó medio destruidas sus posesiones en Guipúzcoa; y por otro, unas poesías que le valieron la apertura de un proceso inquisitorial en aquel mismo año. El tribunal de Logroño llegó a decretar su detención, aunque Samaniego pudo evitar las peores consecuencias gracias a la influencia de sus amistades.

Según una tradición, carente de credibilidad, el fabulista estuvo recluido en el convento de carmelitas de El Desierto, en Bilbao, pues se pensaba que fue allí donde escribió su poema anticlerical: Descripción del convento de carmelitas de Bilbao, llamado el Desierto, pero que, en realidad estaba redactado en fechas anteriores y, que, a pesar de ser muy conocido, no llegó a publicarse. Es posible que el poeta lo difundiera en Madrid, puesto que Goya se inspiró en el para hacer algunos de sus grabados críticos con la Iglesia. Poco después, cayó enfermo, recluyéndose en su mansión de La Escobosa, para estar cerca de Logroño buscando ser atendido por los médicos. El último servicio público que prestó a su tierra consistió con un viejo problema que se llevaba tratando desde hacía tiempo: la necesidad de construir un camino que permitiera la exportación de los productos agrícolas de La Rioja Alavesa, en particular del vino.

La enfermedad crónica de estómago que le inquietaba desde hacía tiempo — ya en 1795 había hecho testamento—, iba minando su salud. Después de recibir los sacramentos, murió en Laguardia el 11 de agosto de 1801, siendo enterrado en la capilla de la Piedad de la iglesia de san Juan.



 

 

 

Las fábulas de Samaniego

 

Fueron publicadas en 1784, y constan de un total de 157 composiciones, distribuidas en nueve libros y precedidas de un prólogo. Las Fábulas fueron compuestas para los alumnos del Colegio de Vergara, donde colaboraba Samaniego. Su intención forma parte del carácter didáctico de la literatura neoclásica e ilustrada, respondiendo a la máxima de instruir deleitando. Es muy posible que a la hora de elegir el género, influyera su conocimiento de la literatura francesa, en especial de La Fontaine.

En el desarrollo de las fábulas, Samaniego sigue la estructura convencional, aunque plantea la oposición entre los personajes-animales por medio de adjetivos antitéticos, para que de ella se pueda desprender la moraleja con toda claridad. La formulación de la moralidad suele ir al final de la fábula. Quizá sea la moraleja, en cuanto a su estructura, el aspecto menos conseguido, a causa de su excesiva extensión. Aunque sería conveniente que sea concisa y breve, para de esa forma quedar grabada fácilmente en la mente infantil, Samaniego se pierde, con frecuencia, en rodeos inútiles, a diferencia de La Fontaine, que solamente insinúa la moraleja. El tipo de moralidad de las fábulas no es ni cristiana, ni ingenua. Se aplica el concepto naturalista de la moral. Las bases están próximas a Rousseau, aunque, en realidad, es una ética de supervivencia y lucha por la vida la que los animales nos predican. Una moral en la que caben: el egoísmo, la venganza, la astucia, la desconfianza... No es extraño que las moralejas estén tan cerca del refrán, e incluso que, a veces, se formulen con uno de ellos, literalmente o con pequeñas modificaciones por imperativos de la rima.

Muy presentes sus principios estéticos y los destinatarios de la obra, el autor hace un derroche de gracia y sencillez, jugando también con los refranes y los dichos populares. Destaca la ausencia de elementos cultos, la simplicidad del vocabulario y la acumulación de sustantivos y verbos. Igual que su opositor Iriarte, Samaniego presta atención a los recursos métricos. Huye de la monotonía buscando cierta musicalidad pegadiza. Sin ser innovador, cumple con decoro su misión de versificador, aunque pueden hallarse en ocasiones ripios o defectos rítmicos. Puede afirmarse que es el autor de la moral bonachona, del optimismo y de las verdades mediocres: trata los asuntos de una manera fácil, mediante un verso ligero y sonoro, lo que da a su obra una agilidad que no tiene la de Iriarte, aunque hay que destacar que el propósito de ambos autores es diferente. Samaniego las escribió con la finalidad de ofrecer ejemplos a los niños del Seminario, mientras que la intención de Iriarte es proporcionar una "educación" literaria, reafirmando y defendiendo los principios y reglas del gusto literario neoclásico.

Ramón Martín

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