Luis de Góngora y Argote
Nace don Luis en Córdoba el 11 de julio de 1561. Es el primogénito del matrimonio formado por don Francisco de Argote y doña Leonor de Góngora, padres de otros tres hijos. No debe extrañarnos la disposición de los apellidos, ya que, en el siglo XVI, no existía la fijeza actual. Don Francisco de Argote, progenitor del poeta, quedó relegado en la herencia de un rico mayorazgo, porque era hijo de un segundo matrimonio de padre. De nada sirvió el pleito contra su hermanastro don Alonso de Argote. Don Francisco, solamente obtuvo una modesta concesión de alimentos. El padre de Góngora se había licenciado en Salamanca, pretensión que deseaba para su primogénito, y era un gran erudito, poseedor de una importante biblioteca que él valoraba en más de quinientos ducados.
Al parecer, gozaba de los favores del secretario de Carlos I, don Francisco de Eraso, que también lo fue de Felipe II que había recibido el encargo de su padre. Eraso distinguió a Francisco, con algunos nombramientos temporales como juez de residencia (con atribuciones de corregidor) en Madrid, Jaén y Andújar. Más tarde, este humilde jurisconsulto desempeñó para la Inquisición, en la ciudad de Córdoba, el cargo de juez de bienes confiscados. La continua providencia de Eraso hacia el padre y el tío de Góngora, es debido a un confuso episodio acerca de doña Ana de Falces, madre de doña Leonor de Góngora y abuela del poeta. En 1568, a propósito de unas pruebas de limpieza de sangre de don Francisco de Góngora, inexcusables en la época para obtener cargos y privilegios, se aviva el rumor de que doña Ana había sido hija de un sacerdote racionero de la catedral de Córdoba, bulo que amargó la infancia del poeta y lo persiguió durante toda su vida. Lo probado es que el tal clérigo era hermano de doña Isabel que vivía con él, viuda de Hernando de Cañizares, aunque Ana fuera fruto extramatrimonial de doña Isabel con Alonso de Hermosa, capitán muerto en la guerra de Granada y pariente próximo de don Francisco de Eraso, lo que explicaría la protección del poderoso secretario a la familia de los Góngora.
Es bastante seguro que Luis de Góngora naciera en casa de su tío el racionero don Francisco de Góngora, cerca de la catedral, en el lugar que ocupa el hoy número 9 de la calle de Tomás Conde (anteriormente conocida con el nombre «de las Pavas»), quien disfrutaba de una buena posición económica. No sería muy diferente la niñez de Góngora de la de otros niños de su edad y condición.
Probablemente realizara, entre 1570 a 1575, sus primeros estudios en el colegio que tenían en Córdoba, la Compañía de Jesús. Es evidente el respeto que Góngora sentía por sus maestros jesuitas. En el Panegírico al duque de Lerma, se refiere a ellos como «ganado» de san Francisco de Borja, tío del duque.
El talento natural del joven Góngora había sorprendido a Ambrosio de Morales, lo que determinó a su tío Francisco de Góngora a conferirle los beneficios eclesiásticos de la ración catedralicia, convirtiéndole en clérigo a la temprana edad de catorce años, sin tener muy en cuenta el grado de vocación religiosa. Por instancias del generoso tío, don Luis fue enviado a estudiar a Salamanca. Además de su manutención de estudiante, la familia puso a su disposición un ayo. Góngora aparece matriculado en Cánones en 1576 y continúa hasta el curso de 1579-1580, entre los estudiantes de familias nobles, pero no hay ninguna huella de que obtuviese algún título.
En Salamanca nacerá la vocación literaria de Góngora, quien se convertiría en el poeta más renombrado de su época, recibiendo encarecidos elogios de su paisano Juan Rufo y del mismo Cervantes. Conocía el latín y leía el italiano y el portugués, e incluso se atrevió a escribir algún soneto en estas lenguas. Las primeras composiciones del poeta llevan la fecha de 1580. Ciertamente Góngora, desde sus primeros versos, era ya un poeta culto. Pero por estos mismos años, escribía sabrosas composiciones llenas de humor e ingenio, letrillas y romances de tono claramente popular. El Góngora esotérico y el Góngora franco coexistirán a lo largo de su vida, marcada asimismo por el contraste entre su condición de racionero y sus aspiraciones mundanas.
El hecho de que Góngora no manifestara una vocación ministerial no indica que fuera un clérigo reprobable. Tras aceptar el legado de su tío don Francisco en la catedral de Córdoba, recibe las primeras órdenes mayores y comienza a ocupar diferentes cargos en el Cabildo, lo que indica la confianza que sus compañeros ponen en él ya que, en aquel tiempo, estos puestos se obtenían por votación. Sus desvíos se referían más a la propensión de frecuentar ambientes dudosos que a la frialdad religiosa. Cuando en 1587 ocupa la sede de Osio don Francisco Pacheco, hombre austero y obispo de criterio riguroso, canónigos y racioneros fueron sometidos a un severo interrogatorio. A las acusaciones que se le imputan de asistir escasamente al coro, vivir como mozo y andar en cosas ligeras, concurrir a fiestas de toros, tratar representantes de comedias y escribir coplas profanas, don Luis responde con mucha sutileza y no poca ironía, concluyendo que no son suyas todas las letrillas que se le achacan y que prefiere mejor ser condenado por liviano que por hereje, respuesta que, nos ofrece un clarividente retrato moral de Góngora en sus primeros tiempos de racionero, a los veintiocho años.
En los años sucesivos, Góngora alterna la poesía con sus obligaciones de racionero entre las que se contaban los viajes a comisiones del Cabildo. Gustaba de estos viajes que lo relacionaban con obispos y personajes nobles, aunque su salud se resintiera considerablemente en ellos. El ambiente de la corte entusiasmaba al racionero que cada vez demoraba más su regreso a Córdoba. En vano se resistió a estas ilusiones cortesanas aunque no le acarrearon más que decepciones y ruina. En 1603, con cuarenta y dos años, regresa a Córdoba. Sólo par el deseo de defender a los suyos que se mantuvo hasta el final de su vida, angustiado como estaba por la enfermedad y las deudas.
Ahora, su mayor obsesión será buscarse mecenas que pudieran situarlo en el lugar de privilegiado que anhelaba, pero tampoco en este sentido lo favorecerá la suerte a pesar de volcar todo su talento poético en la exaltación de las virtudes de sus protectores. Requiere en primer lugar la protección del marqués de Ayamonte a quien, tras visitar en 1607 en su residencia onubense de Lepe, dedica bellos sonetos. Casi todos los viajes dejarán una impronta en la obra literaria de don Luis. El marqués muere este mismo año, frustrando las ilusiones del poeta. No tuvo éxito su aspiración de acompañar al conde de Lemos en su nuevo destino como virrey de Nápoles. Los viajes, infructuosos, lo van desanimando. En 1609 visita Álava, Pontevedra, Alcalá y Madrid. Por su poesía advertimos que Galicia no le gusta y que cada vez está más hastiado de Madrid. También colaboraría a esta decepción el conocimiento de las insidias de la Corte, promovidas por las injusticias de los poderosos, y la tristeza por las tropelías de los que no podían soportar su superioridad poética reconocida ya en su tiempo, anhelando, la paz del campo, la soledad y el silencio. Huye de la ciudad, buscando liberarse de sus obligaciones capitulares refugiándose en su heredad de Trassierra para entregarse allí a un quehacer poético del que, hasta entonces, no había comprendido su verdadera dimensión.
En Córdoba comienza una febril etapa de escritura. En 1611, para tener más libertad y tiempo para acometer sus mejores trabajos literarios, nombra coadjutor de su ración a un sobrino suyo. Entre 1612 y 1613 trabaja en sus dos poemas más extensos y ambiciosos, que son conocidos en Madrid, en 1613, donde versos del Polifemo serán leídos en algún cenáculo. La controversia estaba servida. Góngora vivía en Córdoba, aunque sin perder los deseos de medrar en la corte. Había cumplido los cincuenta y cinco años cuando comenzaba el Panegírico al duque de Lerma, confiando en obtener los favores del aristócrata, primer ministro y valido del rey Felipe III. Su situación económica no era precisamente boyante. Su renta le hubiera permitido vivir holgadamente, pero don Luis era dispendioso. No duda en favorecer a sus sobrinos y entre ellos reparte sus cargos eclesiásticos. El gran pagador de estos dispendios es su administrador Cristóbal Heredia a quien esquilmará cuando decide afincarse definitivamente en la Corte, lo que ocurrirá en abril de 1617. Por indicación del duque de Lerma, Felipe III le concede una capellanía real, para lo que necesitará ordenarse de sacerdote. Las pretensiones de Góngora se desmoronaron cuando Lerma y Rodrigo Calderón, perdieron el favor del rey. Góngora se niega a aceptar el final de sus pretensiones, aunque las rentas, que en la capital andaluza daban para vivir, resultaban escasas para la Corte, dado su insaciable afán por el juego y la vida acomodada.
Cuando, en marzo de 1621, Felipe IV sube al trono de España, precipitando la ejecución de Rodrigo Calderón, Góngora busca de inmediato congraciarse con el nuevo favorito: el conde-duque de Olivares quien no parece acordarse de que don Luis es el autor del Panegírico aunque no le niega totalmente su favor. La reavivación de los luctuosos hechos sobre la limpieza de sangre de doña Francisca, el asesinato del conde de Villamediana y la muerte del conde de Lemos, en 1622, terminaron por desengañar a Góngora aunque continúa en la Corte, confiando en la generosidad de Olivares quien promete sin cumplir. Las deudas son cada día más intolerables. Tiene que recurrir a la venta de sus objetos personales para subsistir. El conde duque sigue dándole largas. Es evidente que su favor es sólo aparente y la situación del poeta resulta insostenible. Ni siquiera la promesa de Olivares de editar las obras del poeta, quedará en frustrada ilusión. En 1626, el poeta, enfermo, incapaz de sostener la pluma, se rinde a la evidencia y al nihilismo.
Calvo, con frente despejada, nariz fina y aguileña, rostro alargado, fuerte entrecejo, la boca hundida y obstinada. Todo en él indica inteligencia, agudeza, fuerza, precisión, desdén. Tal vez, reitero, el dudoso sentido religioso que se le imputa a Góngora, al que se califica de poco caritativo o misericordioso por su acerada y terne burla contra los hombres y las mujeres, esconda un deseo consciente o no de comunicación afectiva que su carácter, tan vivo a veces y tan huraño otras, había contra su voluntad estrangulado.
Enfermo de esclerosis vascular, causa probable de su amnesia, regresa a Córdoba. Ya no manifiesta la pasión familiar de antaño e incluso se queja del maltrato de sus parientes. Esta situación cambia posteriormente y es bastante seguro que la familia, especialmente su sobrino don Luis, al que había favorecido con la suplencia de su ración en la catedral, viendo cercana la hora de su muerte, conviniera en cuidarlo. Al interesado sobrino cede Góngora todos los derechos sobre su obra aunque no se preocupó nunca por editarlas, enfrascado como estaba en asegurarse su sucesión como racionero propietario en el Cabildo. El poeta muere en Córdoba el 23 de mayo de 1627, tal vez sin asumir conscientemente que acababa de crear un nuevo lenguaje al tratar de transgredir una realidad que lo había llevado en cierto modo a la enajenación y el inconformismo. Pidió ser enterrado, junto a sus padres, en la capilla de San Bartolomé de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba, aunque sus huesos no han podido ser identificados.
Para la realización de la presente biografía se han utilizado las siguientes fuentes: Cervantes Virtual y WikipediA. Las imágenes de Pinterest.
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