Alfredo Kraus Trujillo
Nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 24 de noviembre de 1927.
Era hijo de un comerciante y editor vienés, y de una dama canaria. Desde muy
joven, pudo disfrutar junto a su hermano mayor, Francisco, buena música en el
ambiente familiar, además contaron con un profesor de solfeo y piano. En 1943
ingresó junto a su hermano en el Coro de la Sociedad Filarmónica de Las
Palmas, y un año más tarde, da conciertos benéficos donde luce una
incipiente voz de tenor, cuidada por la María Suárez Fiol. La vocación estaba clara,
y la decisión tomada, aunque su padre deseaba que, ambos hermanos obtuvieran el
título de perito industrial. Con el título en el bolsillo marchó a Barcelona para
seguir estudios con la maestra rusa Galli Markoff. Cuando hubo de cumplir el
servicio militar en Valencia, se encontró con el que sería su tercer maestro,
Francisco Andrés.
El 10 de diciembre de 1954, dio su primer concierto, en el
teatro Pérez Galdós de su ciudad natal. Llega el momento de partir para Italia,
donde el azar le procuró el encuentro con Mercedes Llopart, que sería su última
mentora. Para entonces contaba ya con una técnica y un conocimiento bastante
sólidos, que le permitieron labrarse un importante sendero, debutando en El
Cairo el 17 de enero de 1956 como duque de Mantua (Rigoletto). En
febrero en el Teatro Nacional de El Cairo abordaba Cavaradossi, que
cantaría, al mes siguiente, en Cannes. En adelante se centraría en papeles de
lírico-ligero, ya que el cantante conocía todos los mecanismos que convierten
una vibración acústica, a su paso por laringe, faringe y cavidad bucal, en voz.
La forma de cantar de Kraus se centraba en la utilización de una serie de
postulados irrenunciables para cualquier cantante, pero que, en él, sonaban a
nuevo. La forma de atacar los sonidos; la manera de acentuar, nítida y clara;
la técnica para articular; o la minuciosidad para pronunciar; conformaban la base
de su arte exquisito.
Kraus era un discípulo del histórico tenor, además de compositor,
el sevillano Manuel García, autor de una histórica síntesis, de la que aún se
rige el mundo del canto. Respeto a los principios del buen cantar. Un auténtico
maestro en el arte de regular las intensidades, le facultaba para dotar de un
colorido distinto a cada frase, buscando efectos expresivos y proporcionar carácter
a la interpretación; cualidades que nadie ha sabido, manejar con tanta pericia.
A ello había que sumar la facilidad en la zona alta, la proyección y potencia
del agudo y del sobreagudo. Era raro que un cantante supiera mantener una línea
de canto tan pura, tan refinada para toda época y lugar.
Queda claro que era un intérprete que servía fielmente al
belcantismo más puro, que soldaba además los tres registros, pecho, central y
de cabeza. En este sentido, era heredero directo de los tenores románticos. Es
cierto que su voz no era la mejor, pero la de Kraus tenía, en todo caso, una
vibración muy peculiar, un color muy personal y un metal cuajado de armónicos. Frente
a las críticas que lo tachaban de frío, basta con escuchar cualquiera de sus
grabaciones de Werther, en el que su interpretación adquiría unos grados
insólitos de desesperación.
El tenor expresaba desde lo más hondo sin abandonar las reglas del
canto más puro. Buen ejemplo era su manera de incorporar a su homónimo de La
traviata. La voz circulaba, con arcada de violín, entre frase y frase,
de forma fluida y constante, y desarrollaba admirablemente la técnica de la
llamada messa di voce, que consiste en atacar una nota en piano,
hacerla crecer hasta el forte y apianarla a continuación.
La muerte en Madrid el 10 de septiembre de 1999 hizo desaparecer
al último representante del belcantismo de nuestros días. Era el único que
podía dar lo que piden determinados personajes de ópera italiana y de zarzuela,
sirviendo con una probidad absoluta las demandas de la partitura, aunque se
adornara, en algunos casos, con sobreagudos. La cadencia de “¡No puede ser!”
de La tabernera del puerto, que cantaba sin bajarse de tono ni
una nota.
Tras su muerte, difícilmente habrá quien pueda interpretar una pieza como el famoso Lamento de Federico de La arlesiana de Cilea, con esa expresión de hondo dramatismo. Kraus representaba un tipo de tenor, que aunaba el de gracia con el lírico o el lírico-ligero.
Os dejo un enlace para ver y oír, interpretado por Alfredo Kraus Werther, bis 1ª parte
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