Francisco Javier de Elío y Olóndriz

 


Nombre Completo: Francisco Javier de Elío y Olóndriz

Fecha de nacimiento: 4 de marzo de 1767

Lugar de nacimiento: Pamplona

Antecedentes familiares: la casa de Elío era una de las doce casas de más rancio abolengo navarro.

Padre: Andrés de Elío y Robles Esparza, coronel del Ejército y gobernador de Pamplona

Madre: María Bernarda Olóndriz y Echaide.

 

BIOGRAFÍA

Desde su infancia mostró una gran predilección por la carrera de las armas, iniciando sus estudios en la Academia Militar del Puerto de Santa María, a los dieciséis años; siendo promovido un año después de su ingreso, en 1784, al grado de subteniente de Infantería de la compañía de Cadetes, y pocos meses después, es ascendido a teniente, siendo destinado al regimiento de Infantería de Sicilia, que se encontraba de guarnición en Orán.

Valiente y decidido, ajeno a ideologías políticas, aunque creyente fervoroso y con un patriotismo exaltado, peleó en Orán, Ceuta, el Rosellón, Navarra, Portugal y América, al regreso de allí participó en diversos hechos de armas de la guerra de la Independencia.

 


Primeros destinos:

Orán: En esta ciudad permaneció hasta el 10 de agosto de 1791, fecha en la que tras la firma de un tratado con el bey argelino Mascará, las fuerzas españolas tuvieron que abandonarlo.

Ceuta: Tras su salida de Orán, fue destinado a Ceuta, ciudad asediada por un poderoso ejército cabileño desde los primeros días de 1790. Era imposible acceder a la ciudad en su auxilio. Un amanecer, aprovechando un descuido de los sitiadores, al frente de un puñado de valientes, logro abrir una brecha, por donde pudieron infiltrarse la fuerzas que llegaban. Una vez dentro, al amanecer, hicieron una salida, pero no encontraron resistencia pues los musulmanes se había retirado, temerosos de ser atacados por dos frentes.

          Liberada Ceuta, paso junto a su regimiento a la Península donde, al poco tiempo, contrajo matrimonio con la, también navarra, doña Lorenza Leizaur, de cuyo matrimonio nacerán, una vez instalados en América, cuatro hijos.

          En Francia, Luis XVI había sido decapitado, y la guerra entre los dos paises se hizo inevitable. El 7 de marzo Francia declaró la guerra a España. El país atravesaba una precaria situación económica y don Luis María Fernández de Córdoba, XIII duque de Medinaceli y teniente general del ejército, armó a sus expensas un regimiento. Elío, ya con el grado de capitán fue el encargado de organizarlo, peleando en el Rosellón, Navarra y Guipúzcoa, siendo herido por dos veces y ascendido por méritos de guerra.

          El destino del país, por obra y gracia de don Manuel Godoy, estaba en manos de Napoleón, y tras el Tratado de San Ildefonso, en 1801 España tuvo que invadir Portugal (guerra de las naranjas). El obligado apoyo contra Inglaterra nos llevó al combate naval de Trafalgar, donde además, de perder a muchos de nuestros mejores marinos, nos quedamos prácticamente sin escuadra, haciéndose los británicos con el dominio del mar y atreviéndose a atacar nuestras posesiones americanas. Tras unos cuantos fracasos, Inglaterra pudo, al fin, apoderarse de Buenos Aires y Montevideo.

Montevideo: El año 1805 Elío es enviado como comandante general a la campaña de Montevideo, con el grado de coronel, pero el viaje es prácticamente imposible. Elío no quiere defraudar a quienes han confiado en él, embarcando disfrazado en Lisboa en un buque portugués que le traslada a Montevideo junto a su mujer. Al llegar así encuentra la ciudad en manos de los ingleses, queda su mujer en la ciudad junto a algunos españoles que allí se encuentran. Elío, disfrazado se traslada a Buenos Aires, donde se une a los defensores. Don Santiago Liniers, comandante general de las fuerzas de Montevideo y virrey de las provincias del Río de la Plata, confiere a Elío el mando de las fuerzas que habían de correr en auxilio de Montevideo. Tomando la ciudad el 5 de julio de 1807, al frente de dos cuerpos de ejército. Fue tal la derrota infligida al enemigo, que éste se vio obligado a abandonar todo el Río de la Plata.

          Pronto surge la enemistad de Elío con el virrey. El 10 de agosto de 1808, arriba a Montevideo un bergantín en el que llega un emisario de Napoleón, con órdenes secretas para el virrey. Este enviado francés, que llega en un buque francés con tripulación francesa, informa a Elío de que en España hay un monarca francés, cosa que en Río de la Plata ignoraban, faltos de comunicación con España. Liniers, tras recibir al emisario, hace una proclama, aconsejando a la población acogerse a la protección de Bonaparte. Elío dolido por el comunicado, se manifiesta violentamente contra el virrey. Fue de esta manera como la capital de Uruguay se separó definitivamente de la dependencia política de Buenos Aires, y como, inconscientemente se preparó el terreno de la revolución. Una nueva orden del Gobierno obligó a Elío a partir, inmediatamente, hacia Cádiz, donde se encuentra la Regencia de España. Ocho días después le confieren el mando de la parte del Ejército del Centro, destacada en Murcia.

          Dos meses después recibe la orden de embarcarse para el Río de la Plata, a su puesto de mando en Montevideo, acompañado de un ejército expedicionario que le aguardaba en Alicante. Pero al declararse una epidemia de fiebre amarilla, se suspendió la expedición y Elío tuvo que partir acompañado, únicamente, por su ayudante. Arriba a Montevideo el 14 de enero de 1811, teniendo que encerrase en la ciudad dispuesto a defenderla del asedio a que la someten Rondeau y Artigas. Cuatro meses duró el sitio, pero ya era imposible toda resistencia, por lo que recurrió a la astucia, amenazando bombardear Buenos Aires y convertirla en un montón de escombros. Esto dio lugar a la firma de un tratado de paz, que devolvió a Montevideo la paz. De nuevo una orden del Gobierno le hace regresar a España.

De nuevo en Cádiz, se le confió el mando del Cuerpo de Ejército encargado de la defensa de la Isla de León, que por entonces era la sede del Gobierno, de las Cortes, en definitiva de la Soberanía Nacional. Poco duró su permanencia en dicho destino y en el mes de agosto de 1812 fue nombrado general en jefe del Segundo y Tercer Ejércitos, obligándole a salir de campaña. El estado de esas fuerzas era deplorable, como para desanimar a cualquiera que no fuera Francisco Javier Elío. Sustituyó a O’Donnell el 31 de octubre de 1812, entrando en Madrid, donde reunió la dispersas fuerzas, y se trasladó a Murcia, para reorganizarlas y emprender, inmediatamente una ofensiva contra el mariscal Suchet, que se había apoderado de Valencia. Pero antes, siguiendo las ordenes dadas por Wellington a O’Donnell, se trasladó al Tajo en persecución del mariscal Soult, que había iniciado la retirada. Atacó el castillo de Consuegra, que estaba fuertemente defendido. Los franceses resistieron con tesón, hasta que no tuvieron otro remedio que capitular

Valencia y Cataluña: Sigue a continuación una importante campaña por tierras de Valencia y Cataluña, hasta que el día 5 de julio de 1813, cuando ya estaba francamente decidida la guerra en favor de los españoles, los franceses evacuaron Valencia, asumiendo el mando en nombre de Fernando VII, el teniente general don Francisco Javier Elío. El 16 de abril de 1814, el deseado arribó a la capital del Turia, y allí en el Palacio Cervelló, tuvo lugar el 4 de mayo la firma por la que se suspendía la vigencia de la Constitución de 1812, al país volvía a caer en poder del absolutismo. El monarca antes de regresar a Madrid confirmó en el cargo de capitán general de los reinos de Valencia y Murcia a Elío.

Capitán General de Valencia y Murcia: La ciudad de Valencia se presentaba antes su nuevo capitán general con un tristísimo aspecto. Seis años de guerra y los dieciocho meses en que estuvo en poder del ejercito bonapartista la habían dejado en un completo estado de ruina, tanto material como económicamente. Ante Elío se presentaba un panorama en exceso complicado, aunque eso no fue impedimento para que, en los seis años en que estuvo al frente de los destinos de la ciudad, consiguiera resucitar una región que parecía totalmente muerta.

          El interior de la ciudad había sido destruido en gran parte, la Ciudadela había sido volada; las puertas que daban paso a la ciudad, estaban obstruidas por improvisadas fortificaciones para impedir la entrada; numerosos edificios había sido destruidos, entre ellos su Palacio Real, cuando las autoridades de la ciudad, pensaron que constituía un estorbo para la defensa de la ciudad. Nada más tomar posesión don Francisco Javier Elío de la Capitanía General de Valencia, puso sus ojos en tan venerables ruinas. Hizo resucitar los jardines y, ante la imposibilidad de reconstruir el palacio, hizo enterrar sus restos, formando con ellos las, desde entonces conocidas como “las montañitas de Elío”.

Las montañitas de Elío


          Al general se deben también el Paseo de la Alameda y la Glorieta. Usando la mano de obra que procedía de los presos jóvenes, construyó la avenida del Grao ─hoy avenida del Puerto─, reedificó la Ciudadela, adecentó la prisión que se encontraba en las Torres de Quart, reconstruyó el convento de San Pio V, que hoy alberga la segunda pinacoteca de España.

          Pero el general Elío tenía otras preocupaciones; una de ellas era la sanidad, y en este aspecto debemos recordar que a él se debe la obligatoriedad de la vacuna; de resultado fue que, durante el periodo que va de 1814 a 1820 no hubo, en el territorio a su mando, un solo caso de viruela.

          Hemos de mencionar la intensa labor que nuestro general desarrolló en diversas poblaciones de la región. No solo Valencia se benefició de su mandato, también lo hicieron Alcoy, Alicante, Almenara, Busot, Elche, Gandía o Utiel, entre otras.

          En las postrimerías de 1818, el absolutismo de Fernando VII, seguía enseñoreándose en la nación. Los miembros de su camarilla le animaban a perseguir, sin desmayo, a los constitucionales. El primero en revelarse contra el estado de cosas impuesto por "el rey Felón" fue Juan Díaz Porlier¸ a quién su valerosa actuación en Trafalgar y en toda la posterior Guerra de la Independencia, no le libraron de ser pasado por las armas. Fusilado el general Lacy, el general Torrijos, indignado por semejante suceso, de acuerdo con el aventurero Van-Halen, se propuso levantar en armas Andalucía. Pero el levantamiento fracasó por la traición de uno de los conjurados, que se vendió a Elío. A consecuencia de lo cual, Torrijos, fue puesto en prisión en el castillo de Santa Bárbara de Alicante.

          Uno de los focos insurrectos se encontraba en Valencia, y a partir de ese momento el capitán general acentuó la persecución de todos los implicados, poniendo en la prisión del Santo Oficio a muchos de ellos. Y aquí he de relatar uno de los episodios más sangrientos de los protagonizados por nuestro héroe: Conocedor, por un confidente, de la próxima celebración de una reunión de conspiradores en la casa de Juan Bautista Condesa, y en su afán de defender a la monarquía absoluta de Fernando VII, trazó un plan que ejecutaría el en persona. Salió a eso de las 10 de la noche del Palacio de Capitanía, acompañado con tan solo unos cuantos miñones. Al llegar a la calle de la Ermita de San Jaime, donde se encontraba el lugar de reunión, tomó con algunos de sus hombres la entrada y salida de esta, acercándose a la puerta de la casa. Llamó a la puerta y ante el requerimiento, contestó con el santo y seña que le habían comunicado:

          ¡Constitución o muerte!

          Pronto abrieron uno de los postigos de la puerta. Elío derribó de un empujón a quién abrió y se precipitó escaleras arriba, seguido de sus leales, dando con la sala donde se reunían los conspiradores. La mayoría huyeron como pudieron, solo el coronel Vidal, le hizo frente, descargando su espada sobre uno de los hombres de Elío, que fue herido levemente en un brazo. Acto seguido, éste atravesó a Vidal con su espadín, hiriéndole de gravedad, por lo que fue trasladado al Hospital General de la ciudad, mientras lo que habían sido presos eran trasladados, primero a la Ciudadela y posteriormente a las cárceles de San Narciso. La instrucción de la causa se llevó con inusitada rapidez, celebrándose el consiguiente consejo de guerra, en que fueron condenados por alta traición a la pena de muerte.

          Elío quiso, en todo momento que, la ejecución de la sentencia resultara ejemplar e intimidante. El cadalso se instaló en la orilla del Turia, frente al desaparecido convento del Remedio, y allí fueron conducidos los reos. El coronel Vidal fue llevado en una camilla debido a su estado, pero llegó al cadalso ya muerto, a pesar de lo cual se le sentó en el banquillo y se le dio garrote. El resto de los reos fueron arcabuceados y posteriormente ahorcados, el 20 de enero de 1819. Un joven militar Félix Beltrán de Lis, momentos antes de ser ajusticiado, se dirigió a la multitud y dijo:

          ” Muero contento porque tengo la seguridad de que mi muerte será vengada”.

Aquellas palabras fueron una profecía.

 

 

Riego se subleva en Cabezas de San Juan

 

El 1 de enero de 1820, el general don Rafael de Riego, se sublevó en Cabezas de San Juan, al frente de las tropas expedicionarias de América. Desde ese día has el 9 de marzo, en que Fernando VII jura la Constitución, los ejércitos sublevados recorren el país, sumando adeptos a la causa constitucional.

En Murcia, pronto prendió el entusiasmo popular para romper las cadenas del absolutismo, pero necesitaban un caudillo. Lo encontraron en el general Torrijos, que por entonces estaba preso en las cárceles del Santo Oficio. El 29 de febrero es liberado por una multitud enfervorecida al grito de: ¡Viva la Constitución! ¡Viva la Libertad! y ¡Viva Torrijos! El brigadier O’Neill, comandante militar de la plaza, permite a Torrijos proclamar la Constitución, y cuando el general Haro, lugarteniente de Elío, arriba a Murcia con la intención de someter, como sea, a los sublevados, conocedor de la situación, decide someterse y convocar a las autoridades para jurar la Constitución de 1812. Depone el mando en el magistrado Romero Alpuente, el cual junto a las fuerzas existentes en Cartagena y Alicante, forma una división que mandará el general Torrijos.

El 10 de marzo de 1820, un correo comunica al capitán general de Valencia, procedente del ministro de la Guerra, que Fernando VII había jurado la Constitución. En el correo, Elío, no recibe instrucciones, pero el se dispone a tomarlas: libera a los presos políticos que estaban recluidos en la Ciudadela; a continuación comunica al alcalde que se personará en  el Ayuntamiento, para reponer en sus cargos a los concejales integrantes del Ayuntamiento Constitucional de 1814; a los jefes y oficiales de la guarnición, les comunicó la obligación de prestar obediencia al juramento prestado por el rey, al tiempo que renunciaba a su cargo de capitán general de Valencia y Murcia.

En el momento de llegar al Ayuntamiento para reponer a los concejales, Elío es increpado por la multitud que abarrota el lugar al grito de:

¡¡Muera el tirano!!

Uno de los más exaltados, sostuvo el caballo por las bridas y le increpó:

¡Eres un traidor y un asesino! ¡Ya nos las pagarás todas juntas!   

Fue imposible seguir adelante y desde la plaza de la Seo, el general volvió grupas, dirigiéndose a su palacio.

 

 

Tras la jura de la Constitución por Fernando VII, llega el declive de Elío

 

El pueblo, sin esperar órdenes del Gobierno, había designado para sustituir a Elío al conde de Almodóvar, el cual llegó hasta el despacho de Capitanía, donde se encontraba el general y dijo:

Vengo a tomar posesión de la Capitanía General de Valencia.

A lo que Elío contestó:

Si, es mejor. Hablando consigo mismo.

Mientras en la calle, la multitud enfervorecida gritaba:

¡Muera el traidor! ¡Muera Elío! ¡Vivan las cadenas!

Es noche cerrada cuando la plaza del Palau, que en silencio y desierta. Elío amparándose en la noche y protegido por una fuerte escolta, se traslada a la Ciudadela. Ya está el general en manos de sus enemigos, Francisco Javier Elío ya no saldrá de allí, salvo camino del cadalso. El régimen al que fue sometido en la prisión fue agravándose a medida que pasaba el tiempo. El general pidió al rey, ser trasladado a Pamplona, a lo que éste accedió, aunque ocultándoselo al prisionero. Sin embargo, si se le dio a conocer al vecindario, con la intención de que se manifestara en contra. Ante los desórdenes, la autoridad valenciana, se dirige al monarca haciéndole ver el peligro que podía sufrir el general si se le sacaba de la ciudad, por lo que Fernando VII, ordenó que el general permaneciera preso en Valencia, hasta que las Cortes, resolviesen definitivamente su situación.

 

 

Juicio

 

Sus enemigo no cesaron en su empeño para procesarle, cosa que, finalmente, consiguieron. El lugar designado al Tribunal fue el paraninfo de la Universidad. Al no comparecer el abogado ni el procurador del procesado, la autoridad envió a varios agentes en su búsqueda, con la orden de traerles, aunque fuera a la fuerza.

Constituido el Tribunal, el fiscal don Tomás Hernández, teniente de granaderos del segundo batallón de la Milicia Nacional, realizó la acusación que llevaba consigo la pena capital. Habló a continuación el abogado defensor, don Vicente Climent, intentando demostrar la ilegalidad del proceso.

Al día siguiente, se dio por acabado al juicio, reuniéndose esa misma noche del 27 de mayo de 1821, en la casa del interino de Guerra, don Salvador San Juan, el escribano y los jueces de la causa, y tras una breve deliberación, impusieron al general preso en la Ciudadela, la pena de muerte.

Fueron varios los recursos presentados sin obtener ningún exito, dictándose el 9 de agosto ─tras veintinueve meses de prisión─ una segunda sentencia, imponiéndole idéntica sentencia.

Aún se produciría un intento de sublevar la ciudadela y sacar de prisión al general. Esta transcurre el 30 de mayo de 1822, cuando dos albañiles, llamados por el gobernador se encaminan a la Ciudadela para abrir una ventana en el calabozo que ocupa el ilustre prisionero. A primeras horas de la tarde, penetra en la Ciudadela el destacamento de Artillería encargado de hacer las salvas de ordenanza por ser la onomástica del monarca, gritando:

¡Viva el rey absoluto! ¡Viva el general Elío! ¡Muera la Constitución!

El comandante general, don Diego Clarke, publicó la ley marcial, movilizando a toda la guarnición. Mientras en la Ciudadela, los artilleros querían que fuera el general Elío, el que se pusiera al frente de la sublevación. A lo que éste contestó:

Yo, señores míos, hoy por hoy, no soy más que un preso, y en tanto no venga el capitán general a ponerme en libertad no me moveré de mi calabozo.

Y así lo hizo, ajeno a la gente que le aclamaba, penetró en el calabozo. Los regimientos de Zamora y los Coraceros del Rey, junto a los cadetes de la escuela Militar se habían puesto en armas, enfrentándose a los que, desde la Ciudadela, continuaban aclamándole junto al rey absoluto. A las cuatro y media de la mañana del día 31 de mayo de 1822, a la vez de hacerse el toque de diana, ambas partes rompieron fuego. Los combates se sucedieron hasta que los rebeldes asaltaron la Ciudadela, llevándose de nuevo al general.

 

 

Nuevo Juicio

 

Dispuso la autoridad militar que fuese fiscal de la causa, el teniente de Granaderos del segundo batallón de la Milicia Nacional Voluntaria, asesorado por don Juan Bautista Genovés, el auditor interino de Guerra, que “acompañará” al general hasta el instante de subir las gradas del cadalso. El barón de Andilla ─antiguo amigo del general─, dispuso que el consejo de guerra que habría de juzgarle estuviese formado por oficiales de la Milicia. Pero una vez firmado este decreto Andilla, cayó enfermo, siendo sustituido por don Francisco Cisneros.

El día 27 de agosto, se personaron en la iglesia del que fue real convento de Predicadores los individuos que formaban el consejo de guerra, y tras asistir a la misa del Espíritu Santo, se dirigieron al Temple, pero al ver que no reunía las condiciones necesarias, se trasladaron al teatro de la Universidad. A las diez de la mañana quedaba constituido el Consejo, sin la presencia del defensor, quién por miedo no asistió. Al finalizar la lectura del proceso, el fiscal leyó la defensa. Al día siguiente el Consejo, se trasladó a la Ciudadela, por expresa petición del reo, quién puso de manifiesta la nulidad de todo lo actuado. De nada sirvieron las alegaciones del general, siendo llevado a su calabozo, mientras el Consejo, se retiraba para deliberar.

De dicha deliberación se dictó la correspondiente sentencia que, como no podía ser de otra manera, por los hechos acaecidos, fue condenatoria por unanimidad, debiéndose cumplir por garrote vil, tras la correspondiente degradación. A las nueve de la mañana del día 3 de septiembre de 1822, se personaron en el calabozo el fiscal y el escribano de la causa, quienes notificaron al reo la sentencia del tribunal, poniéndole, a continuación, en capilla.

 

La ejecución por garrote vil

 

Tras la sentencia el cadalso

 

El 4 de septiembre de 1822, una gran parte de la ciudad cerró sus puertas, ante el acontecimiento que se avecinaba. Mientras los enemigos del sentenciado, señalaron para lugar de la ejecución, una pequeña replaza ─hoy no existente─, situada al pie de las montañitas que él mismo había mandado construir con los escombros del derruido Palacio Real de Valencia. Deseosa de presenciar el paso del reo, una compacta muchedumbre se agolpaba a lo largo del recorrido.

Poco antes de las diez de la mañana le comunicaron al general que había llegado la hora de marchar hacia el lugar donde se ejecutaría la sentencia. El general inició su marcha sereno y tranquilo. Al llegar al patíbulo, el general subió por su propio paso los escalones del tablado. Entregó su bastón de mando y el espadín, despojándose, a continuación, de su sombrero y de las condecoraciones que adornaban su pecho, además de los entorchados que lucía en sus bocamangas. Terminada la degradación vistió la ropa negra, confeccionada exprofeso. Se despidió de los sacerdotes que le habían acompañado y se acercó al verdugo, a quién abrazó.

El ejecutor de la justicia le amarró las manos con unas cuerdas, dirigiéndose a continuación hasta el instrumento del suplicio, en el que tomó asiento. Allí le fueron amarrados los pies y los brazos, para evitar cualquier movimiento. Sujetando su cuello con la argolla del garrote vil. Momento en que murmuró:

¡Perdono a todos mis enemigos para que Dios me perdone!

Temblaba el verdugo irresoluto, y su ayudante se le aproximó y le relevó de un empujón, empuño el torniquete y con el ímpetu movido por el odio, le dio media vuelta. El general don Francisco Javier Elío había muerto.

Diez meses después, restablecido Fernando VII, en su poder omnipotente y absoluto por obra de las bayonetas del duque de Angulema, expidió un decreto reivindicando la memoria de Elío. Trasladándose los restos desde el cementerio de Carraixet, hasta ser enterrado en la catedral de Valencia, en un panteón construido en su honor, situado en la capilla de la Trinidad, en el lado de la epístola. Pero estaba escrito que sus restos no hallarían descanso todavía, y cuatro años más tarde, muerto Fernando VII, las autoridades liberales dispusieron la demolición del panteón, siendo trasladado el cadáver el 17 de abril de 1835, a la entrada de la capilla.


Comentarios

Entradas populares