Klemens von Metternich

 


Klemens von Metternich nació en Coblenza (Alemania) el 15 de mayo de 1773, en el seno de una familia nobiliaria de Renania; cursó estudios en Estrasburgo y Maguncia. Su carácter plenamente aristocrático y su mentalidad reaccionaria le llevaron a ponerse al servicio de los Habsburgo, en 1789, cuando tras el triunfo de la Revolución francesa, la expansión de la Francia revolucionaria amenazaba los intereses materiales de su familia. A partir de 1794 desempeñó, con éxito, diversas misiones diplomáticas en Gran Bretaña, Sajonia, Prusia y Francia. A causa de las sucesivas derrotas sufridas por Austria frente a la Francia napoleónica llegó a ser nombrado ministro de Asuntos Exteriores en 1809. Desde ese instante, Klemens puso en marcha su concepto conservador del equilibrio europeo, destinado a impedir la aparición de una potencia hegemónica, para lo cual propone repartir el continente en diversas esferas de influencia entre las grandes potencias europeas del momento. En realidad, no aspiraba a aplastar Francia como represalia por sus pretensiones hegemónicas, sino a contenerla en las fronteras de 1792 y, equilibrar su influencia, reforzando a las restantes monarquías europeas.




Dado el poderío militar francés, aceptó llegar a un entendimiento simbolizado por el matrimonio entre Napoleón y la hija de Fernando II emperador de Austria, María Luisa, en 1810; llegando incluso a aprobar la colaboración de Austria con Francia en la campaña de 1812 contra Rusia. Al tiempo que negociaba en secreto con el zar Alejandro I de Rusia, buscando el momento oportuno que le permitiera poner al Imperio Austriaco en una posición importante frente a la triple amenaza de Francia, Prusia y Rusia; de hecho, consiguió que Austria permaneciera al margen de la coalición antifrancesa de 1813, pretendiendo actuar como mediador entre los dos bandos y ofreciendo un compromiso que dejara a la emperatriz María Luisa como regente de Francia. Fue la intransigencia de Napoleón, que desconfiaba de Metternich, la que le decidió la participación de Austria en la alianza que derrotó a Francia en 1814, restaurando en el trono a los Borbones. Una vez desbaratadas las aspiraciones de hegemonía de Francia, Metternich —ya como príncipe—, se consagró a la obra diplomática de mayor trascendencia de su vida: presidir el Congreso de Viena, que reordenó el mapa de Europa basándose en los principios de legitimidad dinástica y equilibrio internacional. Para lo primero contó con el apoyo del tradicionalismo de Prusia y Rusia; logrando un importante equilibrio, una vez contenidas las veleidades de ambas; también se apoyó en Gran Bretaña, en la persona de lord Castlereagh, que estaba muy interesada en anular a las potencias continentales mediante la contraposición de sus fuerzas. Esto tuvo un fiel reflejo en las fronteras de Francia, con una cadena de Estados-tapón, como el nuevo reino de los Países Bajos, el de Piamonte-Cerdeña y una Prusia que se vio fuertemente ampliada territorialmente hacia el oeste. Metternich se negó, firmemente, a la reconstrucción del Sacro Imperio Romano Germánico, sustituyéndolo en Europa Central por una débil Confederación Germánica que, en todo momento se vio controlada por Austria. A Italia la convirtió en un protectorado de Austria, la cual se anexionó La Lombardía y El Véneto ejerciendo una decisiva influencia sobre la política del resto de la península italiana.

A pesar de todo, en los años siguientes, ese orden se vería amenazado por diversos estallidos revolucionarios de inspiración liberal o nacionalista, que sacudirían Europa en 1820, 1830 y 1848. Metternich se esforzó por reprimir estos movimientos, ajenos a su mentalidad de Antiguo Régimen, razón por la que empezó a ser visto como el guardián del viejo orden absolutista, incapaz de asimilar los cambios que traía el mundo moderno. Supo emplear, con habilidad, la Santa Alianza que fue ideada por el zar de Rusia Alejandro I, para actuar contra las revoluciones que fueron apareciendo en Nápoles, España y Piamonte. Pero su sistema pronto empezó a perder fuerza debido a la declaración, en 1827, de la Independencia de Grecia y, en 1830, de Bélgica, así como el destronamiento de los Borbones en Francia, en ese mismo año.

Por otra parte, nunca consiguió que, ni los emperadores: Francisco II, ni su sucesor, desde 1835, Fernando I, le permitieran ejercer una influencia que fuera decisiva en los asuntos políticos internos, por lo que cayeron en saco roto sus aspiraciones encaminadas a dotar a Austria de una constitución federal con estructuras propias de un Estado moderno. Por fin, el estallido de la Revolución de 1848 en Italia, en Alemania y dentro del Imperio Austriaco, puso en entredicho el orden inspirado por Metternich. Él mismo tuvo que abandonar el poder y hubo de exiliarse, al tiempo que Fernando I se veía obligado a abdicar. Regresó a Austria en 1851, pero el nuevo emperador, Francisco José I, no le llamó a participar en el gobierno, mientras la ascensión del poder de Prusia en Alemania, y del Segundo Imperio en Francia anunciaban el fin definitivo del equilibrio diseñado en 1815; por lo que se dedicó a escribir y a aconsejar al emperador. Pero, estos consejos, cada vez ejercían una menor influencia en el emperador. Tal es el caso de que, a pesar de las reiteradas súplicas para que no lo hiciera, Francisco José se embarcó en la Segunda Guerra de la Independencia Italiana contra el reino del Piamonte-Cerdeña y Francia.

Falleció en Viena a poco de empezar dicha guerra, el 11 de junio de 1859. Dándose el caso de que, su muerte pasó inadvertida para la prensa extranjera.



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Ramón Martín


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