Alberto Durero

 


Nació Alberto Durero en la ciudad de Núremberg, el 21 de mayo de 1471, en el seno de una familia procedente de Hungría. Su padre era un orfebre que se había establecido en Núremberg en 1455, casándose en 1467. 

    Tanto el oficio familiar, como el ambiente cultural y artístico de la ciudad, nos dan la explicación de la precoz vocación artística de Durero. Su familia vivía muy cerca de la casa de los Pirckheimer, y uno de ellos, el humanista Willibald, se convertiría en uno de los mejores amigos y valedores del joven Alberto; también el pintor Michael Wolgemut, fue quién guio sus primeros pasos. Pero debemos considerar la importancia, en la formación del artista, de los viajes realizados en su juventud. El primero de ellos, en 1489, cuando parte hacia la región del Alto Rin, visitando Basilea y Colmar. Fue en Basilea, donde tuvo noticia de la muerte de Schongauer, al que tenía intención de conocer en la ciudad de Colmar; a pesar de lo cual, no por ello dejó de visitar la ciudad. Serán las estampas del maestro alemán, de gran influencia en la obra dureriana. 


Durero a los 13 años


    A lo largo del año 1493, vivió en Estrasburgo y un año más tarde regresó a Núremberg, donde contraería matrimonio con Agnes Frey, lo que no impedirá que, a los dos meses de la boda inicie su primer viaje a Venecia, donde permanecerá los años 1494 y 1495. Este es uno de los acontecimientos capitales de su vida. Ya en el trayecto de ida, al atravesar los Alpes, realiza algunas de sus famosas acuarelas paisajísticas, que constituirán un verdadero descubrimiento de la naturaleza en época del renacimiento en el norte. Ya en Venecia entra en contacto con Bellini. Por estos años, ya ha realizado varios autorretratos, tanto en dibujos como en pintura. 

    En 1498 realiza el conservado en el Museo de El Prado, con el que abrimos este artículo. Pero fue a su regreso de Venecia cuando se decidió a abrir su propio taller. Damos así por terminada, lo que llamamos su etapa de aprendizaje. Es en estos años de finales del siglo XV cuando realiza algunas de sus primeras grandes series de xilografías, como son la Gran Pasión y El Apocalipsis, que constituirán uno de los pilares de su fama hasta el fin de sus días. Pero son también los años en los que se inicia su relación con Federico el Sabio y otros humanistas; relación que, entre otras cosas, culminará con el célebre Autorretrato de la Alte Pinakothek de Múnich, realizado en 1500, que constituye un verdadero icono de una nueva época para todo el renacimiento alemán. 




Entre el otoño de 1505, y 1507, Durero emprendió su segundo viaje a Italia, visitando Venecia y Roma. Su estancia en Venecia, está muy bien documentada gracias a la existencia de diez cartas que desde dicha ciudad envió a su amigo Pirckheimer. En esta ocasión, fue recibido en Venecia como un artista de fama, era considerado «como un señor», como él mismo dice en una célebre carta enviada a su amigo, quien, por otra parte, había costeado su viaje. De esta época son obras tan importantes como La Virgen del Rosario, en el Palacio Sternberk de Praga, que, en realidad, fue realizada para la iglesia de San Bartolomé, el templo de los alemanes en Venecia, cuya iconografía es una llamada a la concordia entre el papa Julio II y el emperador Maximiliano i, que se encontraban en guerra, y Cristo entre los doctores, expuesto en el Museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid, pintada en cinco días, y probablemente en Roma. La experiencia adquirida en este segundo viaje a Italia, nos señala el origen del periodo de madurez de Alberto Durero. A partir de este momento, es un personaje consciente de su valía, además de tener posesión de una sólida formación. La huella del recien aparecido clasicismo italiano, unido a sus, cada día, más crecientes preocupaciones religiosas, marcaran el resto de su carrera hasta llegar su muerte. Dos pinturas: Adán y Eva, que podemos admirar en El Prado, fueron realizadas en 1507, solo tres años después de la estampa del mismo tema, son un buen indicio dentro de sus preocupaciones por la belleza del cuerpo humano y por el de la teoría de las proporciones. Una buena muestra de sus intereses religiosos es la tabla de La Santísima Trinidad, también conocida como Altar Heller, cuya iconografía se relaciona con La ciudad de Dios de san Agustín, así como series de estampas: La Vida de la Virgen, de 1511; o la Pasión, grabada en 1510, auténticas exploraciones en el carácter divino, pero también humano, de los personajes clave de la Redención. La culminación de la obra grabada de Durero la constituyen sus llamadas: tres estampas maestras, El caballero, la muerte y el diablo, de 1513 nos proporciona una de las mejores imágenes del caballero cristiano, clave para el llamado humanismo cristiano, cuyo mejor representante fue Erasmo; en San Jerónimo de 1514, tenemos la mejor representación del intelectual cristiano de este momento; por fin, en Melancolía I, es una de las más célebres imágenes de la historia.



Durero nos aporta su idea del artista como personaje melancólico absorto en profundas e intelectuales cavilaciones. Desde 1515, entra en profunda colaboración con el emperador Maximiliano I. Por medio de programas artísticos como el Carro triunfal, el Arco de triunfo o la ilustración de libros como el Weiskunig o el Theuerdank, Durero crea una de las iconografías del poder más potentes de toda la historia, que culminan en el Retrato de Maximiliano I, que se encuentra en el Kunst­historisches Museum de Viena. Entre 1520 y 1521, realizó un viaje a los Países Bajos del que nos dejó un detallado diario. De dicho viaje conservamos numerosos dibujos, allí visitó a artistas como Quinten Massys, Joachim Patinir, Bernard van Orley o Conrad Meyt y conoció a humanistas de la talla de Erasmo y a políticos como Margarita de Austria y Carlos V

    Los últimos años del artista se centran en sus preocupaciones de tipo religioso, patentes en su interés por las ideas de Lutero, su relación con Erasmo de ­Róterdam, del que estampa un célebre retrato en 1526 y, sobre todo, en unas pinturas como Los cuatro apóstoles, de la misma fecha, verdadero testamento espiritual del artista. Pero también son los años en los que mayores son sus especulaciones puramente teóricas acerca del arte, cuando a través de obras como sus Cuatro libros acerca de la proporción humana de 1528, Instrucciones sobre la manera de medir con el compás y la es­cuadra en las líneas, los planos y los cuerpos sólidos de 1525 o La teoría de la fortificación de las ciudades, los castillos y los burgos también de 1528, completó una importante obra escrita. Gracias a la vida y la obra de Alberto Durero nos encontramos, con el más importante artista europeo de su tiempo fuera de Italia, y con el único parangonable con Leo­nardo da Vinci. Como éste, Durero pensaba que «la experiencia cuenta mucho», pero que junto a un acercamiento empírico a la realidad hay que unir otro esencialmente intelectual: «ésta es la razón -decía- por la cual un artista experto no necesita copiar cada imagen de un modelo vivo, pues le es suficiente producir lo que a lo largo de mucho tiempo ha atesorado en sí mismo».

Ramón Martín


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