Francesco Sabatini


 

A lo largo de su carrera, Sabatini fue evolucionando de un inicial Barroco tardío hacia el clasicismo, debido a la influencia de Fuga de quien aprendió. Su formación militar fue significativa en la austeridad y economía de recursos de sus obras. Siempre antepuso su condición de ingeniero a la de arquitecto, por lo que careció de estilo propio. Su concepción militar de la arquitectura le llevó a buscar elementos constructivos a los que imprimir un orden compositivo arquitectónico. Su primer trabajo, realizado entre 1745 y 1750, fue el levantamiento planimétrico del conjunto de Paestum, cuyos trabajos dirigía el conde Gazzola, que se convirtió en su mentor ante la Corte española. En Paestum aprendió a valorar la sobriedad clásica griega, algo que marcaría su obra. En 1750 obtuvo el primer premio de la Accademia di san Lucca de Roma, que le abrió las puertas de Nápoles, donde permaneció por espacio de diez años colaborando en obras relevantes. Así, intervino, a las órdenes de Vanvitelli, en el Palacio Real de Caserta (1757-1760); en la construcción del Cuartel de Caballería del Puente de la Magdalena; y en la ampliación de los talleres de la Fábrica de Armas de Torre Annunziata, en 1758 según las enmiendas de Vanvitelli al proyecto inicial de Fuga.

Carlos III, necesitado de un gran arquitecto en la Corte española, no quiso que Vanvitelli abandonara las obras del Palacio de Caserta, por lo que, aconsejado por el conde Gazzola, llamó en 1760 a Sabatini, que era su mejor discípulo, quién desde 1764, tras la marcha de Sachetti, dirigió las obras de la Corte durante veintiún años, mayoritariamente en detrimento de los arquitectos españoles más destacados de la época. Vanvitelli, que esperaba incorporarse a la Corte gracias a la labor desarrollada por su discípulo, se sintió traicionado por Sabatini, que, además, se iba acercando progresivamente a Fuga, y lanzó invectivas acusándolo de falso, lo cual no le impidió casar con él a su hija de quince años.



Desde su llegada en 1760, Sabatini, se ocupó de finalizar las obras del Palacio Real. Al tiempo, uno de sus primeros encargos fue el proyecto —con rasgos barrocos—, de los sepulcros de Fernando VI y Bárbara de Braganza, en la iglesia de Santa Bárbara de Madrid, con el que Carlos III pretendía honrar a su hermano y predecesor en el Trono. En 1761— uno de los años más fructíferos de Sabatini—, comenzó redactando las instrucciones, encaminadas, a mejorar el alcantarillado, empedrado y limpieza de la corte, dentro del plan de embellecimiento de Madrid que había emprendido el rey. Tras recibir la advertencia de la Academia de Bellas Artes referida a la incapacidad de la estructura de San Francisco el Grande para soportar la cúpula, se hace cargo de las obras. Para lo cual, refuerza muros, suprime elementos decorativos, y resuelve la fachada, para la que propone una solución convexa adaptada al ritmo interior del edificio, confiriendo unidad visual del conjunto.

Incansable, el mismo año, da comienzo a la Real Casa de la Aduana, una de las escasas obras completas que completó. La planta está ligada a la función administrativa del edificio: se ordena en torno a tres patios y, aunque el esquema es el mismo empleado en los palacios renacentistas italianos, el juego de luces y sombras denota su formación barroca, donde los escasos elementos nos muestran, claramente, las nuevas ideas clasicistas que Sabatini introdujo.



En lo referido a los Sitios Reales, estos empezaron, en 1762, con la ampliación del Palacio de El Prado, en el que duplicó su tamaño. En 1769, el marqués de Grimaldi le comunicó la decisión tomada sobre las obras realizadas en la Colegiata de San Ildefonso, cuyos frescos realizaría Bayeu. En 1772 se le encargó la ampliación del ala oeste del Palacio de Aranjuez y del proyecto de prolongación de las alas norte y sur del Palacio Real de Madrid, del que sólo terminaría la esquina sureste. Siendo académico honorario de la Real de Bellas Artes desde 1760, al marchar, en 1777, Mengs a Roma, fue nombrado Director de Pinturas de Tapices de la Real Fábrica, con lo que acababa con las esperanzas de Bayeu de ocupar dicho cargo. En 1763 reformó el Convento de las Comendadoras de Santiago, un edificio del siglo XVI, con capilla de planta centralizada cuyos brazos remató con hornacinas. Pero su mayor aportación fue en el interior, al que confirió unidad espacial. El elemento más significativo del Convento de San Pascual, fue la fachada de la iglesia, dividida en tres cuerpos, que realizó en 1765.

Al ser apartado Hermosilla, autor del proyecto en 1755, del Hospital General de San Carlos de Madrid, Sabatini lo sustituyó, con la misión de aumentar la envergadura del edificio, para lo cual, redactó un nuevo diseño en 1769, superando las dimensiones del Palacio Real. Era una mezcla de palacio, hospital y asilo, totalmente opuesto al original, y que se ordenaba alrededor de cinco patios, y dos más que comunicaban con la iglesia. Finalmente, el proyecto realizado fue el de 1755, añadiendo una pequeña parte del de Sabatini, aunque no llegó a completar el conjunto y algunas zonas perdieron la coherencia en cuanto a espacio, que habría permitido entenderlas con claridad. Simultáneamente, Sabatini intervino en el edificio de Servicios Clínicos del Hospital de San Carlos, conectado con el Hospital y la Facultad de Medicina mediante pasadizos elevados. Este no se terminó hasta el siglo XX, cuando se rehizo la fachada y se alteró el interior, aunque la volumetría original fue respetada.



En 1769 ganó, en liza con Hermosilla y Ventura Rodríguez, el concurso de la Puerta de Alcalá, nueva entrada a Madrid, con un arco triunfal de cinco vanos que recuerda “Il Fontanone” de Roma. La armonía y sencillez de la construcción se acentúan por el contraste de materiales. Ese mismo año proyectó la Capilla de Palafox en la Catedral del Burgo de Osma, que habría de conmemorar la inminente canonización del obispo, aunque sería Villanueva quien, una vez corregido el proyecto, terminó la obra. La amenaza de hundimiento de la catedral obligó a una nueva intervención de Sabatini, acabando las obras en 1783 con quejas del obispado. Y, debido a que Palafox no fue canonizado, se inauguró bajo la advocación de la Purísima Concepción.

En aquellas fechas (1774-1781), apenas salía de Madrid, ocupado con el Cerramiento de límites y Puerta Real del Real Jardín Botánico, cuyo trazado hubo de rehacer Villanueva, el Retablo Mayor de la Virgen de la Paz en la Catedral de Segovia, y varios grandes proyectos de ingeniería militar, como: la Real Fábrica de Armas de Toledo, en 1775, un gran edificio, ordenado alrededor de dos patios, y el Canal de Carlos III, y el Cuartel de la Real Guardia Valona de Leganés, en 1775, sede de las guardias reales. Aquel año hizo también la Puerta de San Vicente y la reforma de la cuesta del mismo nombre. Su frenética actividad continuó en 1776, con la Casa de los Ministros; el Palacio de los Consejos, en 1778; el Salón de Columnas, ese mismo año, incluido en la ampliación del Palacio Real, tras haber transformado la caja de la escalera; y la reforma, en 1780, del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid. Poco después se ocupó de las obras de mejora, en 1782, de la Casa de Campo, con la canalización del Arroyo de Meaques y el Puente de la Culebra. Dicha intervención incluía La Faisanera, dos ermitas y cinco puentes más, casi todos desaparecidos. También reformó el Convento de las Mercedarias Descalzas de la Purísima Concepción, “Góngoras”, de Madrid, en 1785.



Sin embargo, su última gran intervención registrada fue, sin duda, la más larga. En 1780 proyectó la ampliación del Convento de San Gil, de Gómez de Mora, para convertirlo, por orden real, en Convento de San Pedro de Alcántara, que, en 1789, Carlos IV ordenó la demolición parcial de lo ya construido para transformarlo en Cuartel de Caballería de Leganitos. Edificio, desaparecido para dar lugar a la actual Plaza de España, fue su última obra —y en la que, como ingeniero militar, más interés puso—. Pues falleció el 19 de diciembre de 1787.

Ramón Martín


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