Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque

 


Manuel María Pavía y Rodríguez de Alburquerque, nació en Cádiz el 2 de agosto de 1827. Era hijo de José Pavía y de Carlota Rodríguez de Alburquerque. Ingresó, como cadete, en el Colegio de Artillería de Segovia, el 18 de febrero de 1841, donde cursó estudios hasta el 18 de diciembre de 1844, fecha en que, con el grado de subteniente, pasó a la Academia de Aplicación de Artillería, donde ascendió, el 6 de agosto de 1846, a teniente, una vez completada su preparación. Fue destinado al 5.º Regimiento de Artillería a pie, que estaba de guarnición en Segovia, ciudad donde permaneció, salvo cuando fue destacado a Santoña, de octubre de 1846 a enero de 1847, o a Madrid, de junio de ese año a junio del siguiente. Cuando estuvo en Madrid, vivió los sucesos revolucionarios de 26 de marzo y 7 de mayo de 1848. Su destacada intervención para atajar la revuelta del 26 de marzo le valió el ascenso a capitán de Infantería.

En junio de 1848, se reincorporó a la guarnición segoviana, donde permaneció durante casi un lustro, salvo de junio de 1849 a junio de 1850, en que por segunda vez estuvo destacado en Madrid. Terminó su servicio en Segovia el 12 de febrero de 1853, cuando fue incorporado a la 3.ª Brigada de Montaña con sede en Madrid. A partir de entonces, tuvo otros desplazamientos: en septiembre de ese año salió con su sección a Vitoria; en junio de 1854, a La Rioja para integrarse en la columna mandada por el mariscal de campo Echaluce, formando parte de la División de Castilla, a cuyo frente se hallaba el general Turón. Las convulsiones revolucionarias de aquellos días hicieron que el Gobierno ordenara el traslado de esta división a Madrid, donde se batió en los días de 17 a 19 de julio; allí a Pavía se le concedió el grado de primer comandante de Infantería. De vuelta a Vitoria, ascendió a capitán de Artillería, por antigüedad, el 18 de enero de 1855, sirviendo, primero en el 3.º, y después en el 5.º Regimiento de Artillería de a pie, este último en Madrid. Fue destinado, a renglón seguido, en la 2.ª Brigada de Artillería, donde estuvo desde marzo de 1856 hasta mayo de 1859, con estancias en Zaragoza, Madrid y Málaga. Convertida dicha brigada en el 5.º Regimiento Montado regresó a Vicálvaro (Madrid). Tampoco estuvo mucho tiempo en este nuevo destino, pues entre agosto de 1859 y marzo de 1862, desempeñó los siguientes empleos: capitán del detall del Parque de Pamplona; encargado de la fábrica de municiones de Orbaizeta; capitán de una batería del Primer Regimiento de Artillería a pie, con sede en Tarragona y, otra vez, capitán del detall, aunque ahora de la Escuela práctica del distrito de Cataluña, donde ascendió a comandante de Artillería, por antigüedad, el 7 de marzo de 1862. Tuvo una fugaz estancia en Tarifa, de marzo a abril de 1863, un destino en Cartagena, al frente del 2.º Regimiento, durante el resto de 1863, antes de regresar a la Corte a comienzos de 1864. Tras un breve paso por el 2.º Regimiento, se incorporó a la Junta Consultiva de Guerra en diciembre de este último año.

Al igual que muchos otros jefes y oficiales, se sintió atraído por la ideología progresista, interviniendo en algunos planes subversivos encaminado a llegar al poder por la fuerza, sobre todo a partir de mayo de 1864. Hasta entonces, su carrera militar había resultado bastante lenta, sobre todo si la comparamos con la de los hombres de la generación anterior que, a causa de la Primera Guerra Carlista, habían ascendido meteóricamente. En torno a 1865, la situación política, una vez concluido el “gobierno largo” de O'Donnell, y con la escasa capacidad de los sucesivos gabinetes, hubo varias intentonas progresista, concretamente abortadas en Pamplona y Valencia, en la que se había comprometido Pavía, y en la de Villarejo de Salvanés. En esta última tomó parte de forma destacada, uniéndose a las tropas del conde de Reus, el 3 de enero de 1866, y por lo cual fue dado de baja en el Ejército. Milans del Bosch, Monteverde y Carlos Rubio, junto a Pavía, se distinguieron por su fidelidad al marqués de los Castillejos, al cual acompañó en su retirada a Lisboa, a donde llegaron el 30 de enero de 1866, siendo agasajados por sus correligionarios lusitanos encabezados por el marqués de Niza. Poco después, el 21 de febrero, se publicaba la sentencia del Consejo de Guerra al cual se los había sometido en Madrid, acusados de sedición.

Prim, Merelo, Pavía y todos los militares que acompañaban en Lisboa, con excepción de Monteverde, fueron condenados a muerte, en ausencia. Un nuevo movimiento revolucionario en el madrileño cuartel de San Gil, inspirado, una vez más, por los progresistas, pero sin la intervención directa de Prim y de los que le había acompañado a Portugal, también resultó fallido el 22 de junio del mismo año, demostrando que, la revolución debía esperar mejor ocasión. Solo restaba seguir conspirando desde el exilio. De este modo, la carrera militar de Pavía sufrió un parón de casi tres años, hasta el triunfo de la Gloriosa, cuando, al cambiar de régimen, recuperó el tiempo perdido, ya que, el Decreto de 12 de octubre de 1868 le reintegraba, como a tantos otros, al seno del Ejército con el grado de teniente coronel de Infantería, que le hubiera correspondido por antigüedad de 2 de agosto de 1866. Además, se le nombraba coronel de Infantería, por los servicios prestados a la causa revolucionaria, incorporándose, el 15 de octubre de 1868, al Regimiento de Infantería Inmemorial n.º 1. Pero, no tardó mucho en complicarse el panorama político. En diversos lugares se fueron produciendo levantamientos contra el Gobierno. Las autoridades salieron al paso de tales movimientos, recurriendo al ejército para aplastarlos. Pavía se vio afectado por aquellas disposiciones y, a finales de aquel 1868 marchó a Sevilla, de allí a El Puerto de Santa María y luego a Cádiz, donde a las órdenes del general Caballero de Rodas contribuyó a sofocar la revuelta popular. Una vez dominado aquel foco regresó a la Sevilla, de donde partiría, en dirección a Málaga. Por el camino hubo de desviarse para atender a la normalización de la situación política y del orden público en Sanlúcar de Barrameda.

Su carrera militar, favorecida, por la nueva coyuntura política, experimentó otro avance el 26 de diciembre de 1868, cuando fue promovido al grado de brigadier, a la vez que se le confería el gobierno militar de Málaga, cargo del que tomó posesión el 30 del mismo mes. La situación que se encontró no era sencilla. Para someter la ciudad, alzada en armas y sembrada de barricadas, hubo de emplearse a fondo con las tropas bajo su mando. Una vez controlada la revuelta, cesó como gobernador, volvió a Madrid, en situación de cuartel, el 23 de enero de 1869. En los meses siguientes recibió honores y condecoraciones: la Encomienda de Carlos III, debida a su trabajo sobre Táctica de Artillería de Montaña, y la Gran Cruz del Mérito Militar, en reconocimiento a su lucha contra la insurrección en Málaga. El Gobierno encabezado por Juan Prim, también Ministro de la Guerra, le nombró secretario de la Inspección General de Carabineros, el 21 de julio de 1869, donde permaneció hasta comienzos de 1871.

El asesinato de Prim, el hombre al que había seguido, fielmente, no supuso un obstáculo en su carrera. El primer gobierno de Amadeo I, presidido por Serrano, le ascendió a mariscal de Campo, el 28 de febrero de 1871, y le confió puestos relevantes: segundo cabo de la Capitanía General de Aragón (por Real Decreto de 5 de marzo de 1871), del que dimitió de inmediato, por no encontrarlo acomodado a sus pretensiones; tras unos meses de cuartel en Madrid, se le otorgó, el 15 de julio de 1871, el mando de la I División del Ejército de Castilla la Nueva. Se produjeron altercados con la Asociación Internacional de Trabajadores, y Pavía, que había sido nombrado segundo cabo de la Capitanía General de Castilla la Nueva, el 17 de junio de 1872, y capitán general, tuvo que mantener el orden en Madrid, poniéndose al frente de los Cazadores de Barbastro, el 11 de diciembre de aquel año. España vivía momentos difíciles. La coyuntura política, con la guerra de Cuba como telón de fondo, se complicaba a medida que crecían las divisiones entre los que debían apoyar a Amadeo de Saboya; en tanto los republicanos buscaban con ahínco el cambio de régimen y los carlistas se lanzaban, una vez más, a la guerra abierta.

Proclamada la Primera República, el 11 de febrero de 1873, se le ordenaba a Pavía, volver a su cargo de segundo cabo de la Capitanía General de Castilla la Nueva y, a los dos días, se le destinaba a la jefatura del Ejército de Operaciones del Norte, en sustitución del general Moriones. Mantuvo la disciplina y la moral de aquellas tropas, en momentos extremadamente difíciles. En tan corto espacio de tiempo diseñó un interesante plan de campaña, aunque no pudo llevar a término, al ser reemplazado por el general Nouvilas. La República, presidida por Figueras, lo trasladó a Madrid, nombrándole capitán general de Castilla la Nueva, el 24 de febrero de 1873, cargo del que tomó posesión el 9 de marzo. La pugna entre radicales y federales provocaría pronto una grave crisis, saldada con el intento de golpe de Estado de 23 de abril, decidido a favor de los últimos. Pavía no intervino en aquella jornada, pero su tolerancia con los radicales y la desconfianza del Gobierno le llevaron a presentar su dimisión, al considerarse incompatible con el nuevo ministro de la Guerra, Estévanez.

El general Pavía en las Cortes


El Gobierno dirigido por Salmerón, presidente de la República, tras la renuncia de Figueras y de la impotencia de Pi y Margall, para llevar a la práctica su federalismo, nombró a Pavía capitán general de Andalucía y Extremadura, entregándole el mando del Ejército de Andalucía, con el fin de reducir allí el levantamiento cantonalista, el 19 de julio de 1873. Dos días después salió de Madrid, al frente de una pequeña columna, Pavía se encontró con un panorama muy complicado: la anarquía y el cantonalismo dominando Málaga, Cádiz, Granada, Sevilla y Córdoba..., a la par que agitaba otras partes de Andalucía y Extremadura. La entrada en Sevilla, así como la posterior ocupación de Málaga, habían de resultar especialmente difíciles. Ascendido a teniente general el 30 de julio de 1873, logró restablecer el orden, aunque la política impidió una solución definitiva. El 18 de septiembre, controlada la situación en Málaga, quedó disuelto el Ejército de Andalucía, siendo nombrado, de nuevo, capitán general de Castilla la Nueva. Desde este cargo protagonizó el golpe de Estado de 3 de enero de 1874, para intentar evitar la caída de Castelar y la vuelta a la situación del verano anterior. Disolvió las Cortes y se encontró con el poder sin desearlo, entregándolo a un grupo de varios partidos encabezados por Serrano. Al cabo de pocas semanas mostraba ya serias diferencias con el duque de la Torre y el 13 de mayo de 1874 dimitió del cargo de capitán general. Pero mantenía su sentido del deber; por eso, cuando Sagasta le llamó para que mandara el Ejército de Centro contra los carlistas, aceptó sin titubear. Era la hora de regenerar España y acabar con la Guerra Civil. El 26 de julio de 1874, seis días después de su nombramiento, tomó posesión del mando de las tropas destinadas a combatir al carlismo en Castilla la Nueva, Aragón y Valencia; se encontró con un Ejército extremadamente politizado, en el que se conspiraba a favor de la Restauración borbónica. Intentó frenar estas prácticas y volcarse en la batalla contra el enemigo. No tuvo éxito y, el 28 de septiembre de 1874, fue sustituido por el general Jovellar. La forma en que se produjo el relevo le causó un enorme descontento al sentirse traicionado. Cuando, pocas semanas después, tuvo lugar el golpe de Sagunto, que acarreaba el cambio de régimen, se encontraba ya en Madrid, en situación de cuartel.

Restaurada la Monarquía con Alfonso XII, Pavía, viejo amigo de Sagasta, obtuvo acta de diputado por el tercer distrito de Madrid en las elecciones de 20 de enero de 1876. No fue extensa su labor parlamentaria durante aquella legislatura, que se cerró el 30 de diciembre de 1878, situándose en la oposición al Gobierno y manifestándose en contra del matrimonio del Monarca con María de las Mercedes. En diciembre le fue concedida la Gran Cruz de San Fernando, por los méritos que había contraído al frente del Ejército de Andalucía, en 1873. En su calidad de teniente general, conforme a lo establecido en el art. 22.º de la Constitución de 1876, fue nombrado senador vitalicio por Real Decreto de 5 de enero de 1880, a propuesta del Gobierno Cánovas, jurando su cargo el 12 del mismo mes. Pronto sería nombrado capitán general de Cataluña, cargo que ocupó entre el 24 de junio de 1880 y el 3 de mayo de 1881. Vuelto a la Corte, en situación de cuartel.

La alternancia de la política con sus funciones como general, le condujo, en diciembre de 1883, a la jefatura del Ejército del Norte, puesto que desempeñó hasta mayo de 1884. Vuelto a Madrid a la espera de destino, se reintegró al Senado. Su nuevo destino fue la Capitanía General de Castilla la Nueva, donde permaneció, entre febrero de 1885 y enero de 1887. Desde ese cargo participó en el aplastamiento de la sublevación de Villacampa en 1886.

Aquel bienio fue, sin duda, un período brillante en la trayectoria de Pavía, en el cual recibió importantes condecoraciones nacionales, como la Gran Cruz de Carlos III, y extranjeras, como la Gran Cruz de la Orden de Su Majestad el emperador Leopoldo de Austria. Como otros componentes de la milicia del siglo XIX, Manuel Pavía alcanzó no de los más altos destinos a los que podía aspirar cualquier militar de la época: la capitanía general de alguna de las posesiones de Ultramar. Así, fue nombrado por un gobierno de Sagasta, capitán general y gobernador de Puerto Rico. Sin embargo, su designación, por Real Decreto de 6 de enero de 1887, quedó sin efecto días más tarde. A partir de ese momento se abriría un período de casi tres años en los cuales quedó de cuartel en la capital, hasta que, en septiembre de 1890, recibió por cuarta vez el nombramiento de capitán general de Castilla la Nueva. Se acercaba a la culminación de su carrera militar, ya que, por un Real Decreto de 29 de julio de 1892, fue ascendido al empleo de capitán general del Ejército, con antigüedad de 17 de abril del mismo año.

Pero, aún le estaba reservada una distinción más. El 6 de enero de 1893 era nombrado para ocupar la presidencia del Consejo Supremo de Guerra y Marina, en la cual iba a permanecer hasta el fin de sus días. En enero también le fue concedida la Gran Cruz del Mérito Naval, con distintivo rojo, en atención a los servicios que prestó a la Marina, siendo general en jefe del Ejército de Andalucía, en 1873, durante los sucesos que tuvieron lugar en La Carraca, con motivo de la insurrección cantonal. La presidencia del Consejo Supremo de Guerra y Marina le permitía simultanear sus obligaciones con la asistencia al Senado y fue entonces cuando se registró otra de sus apreciables alocuciones en la Cámara Alta. El jueves 4 de mayo de 1893, en el curso del debate de contestación al discurso de la Corona, subió al estrado, donde denunció, junto a la permanente falta de recursos, la interminable serie de reformas antitéticas, que habían ido introduciendo los sucesivos ministros de la Guerra, como si cada gobierno se preocupara, principalmente, de deshacer lo realizado por el que le había precedido. La consecuencia era el progresivo debilitamiento de las Fuerzas armadas, cuando amenazaba con estallar la revuelta cubana. Por desgracia, tales avisos no surtieron el efecto deseado por Pavía

Menos de dos años después, el 4 de enero de 1895, en vísperas de que estallara la definitiva guerra hispano-cubana, Manuel María Pavía y Rodríguez de Alburquerque murió en su domicilio de la calle de la Independencia, n.º 2, de Madrid. Había recorrido un larguísimo camino en su andadura militar, durante los cuales vio desfilar todos los períodos políticos del siglo XIX: los años postreros de Fernando VII pasando por el reinado isabelino; la Monarquía de Saboya, tras el interregno de la Gloriosa; la Primera República y la etapa fundamental de la Restauración, con Alfonso XII y la regencia de María Cristina de Habsburgo. Llegado al primer plano en la vida militar, protagonizó algunos de los más importantes episodios de la historia española durante más de un cuarto de siglo, cualquiera que fuese el régimen político imperante.

Ramón Martín

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